“Los niños crecieron. Esav se convirtió en un diestro cazador, un amante del aire libre; pero Iaacob era un hombre tranquilo que se quedaba en casa en el campamento. Itzjak, a quien le gustaba comer animales salvajes, amaba a Esav, pero Rivka amaba a Iaacob.”1

No es difícil entender por qué Rivka amaba a Iaacob. Ella había recibido un oráculo de Di-s en el que se le dijo: “En tu útero hay dos naciones, y dos pueblos dentro de ti se separarán; un pueblo será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor.”2

Iaacob era el menor. Rivka parece haber inferido, correctamente como se vio luego, que sería él quien continuaría el pacto, quien permanecería fiel a la herencia de Abraham y quien la enseñaría a sus hijos, continuando la historia en el futuro.

La verdadera pregunta es: ¿por qué Itzjak amaba a Esav? ¿No veía que era un hombre de la naturaleza, un cazador, y no uno pensativo o un hombre de Di-s? ¿Podría ser posible que amara a Esav simplemente porque sentía gusto por los animales salvajes? ¿Era su apetito lo que gobernaba su mente y su corazón? ¿No sabía Itzjak que Esav había vendido su primogenitura por un plato de sopa, y que después “despreció” la primogenitura misma?3 ¿Era alguien a quien confiar el patrimonio espiritual de Abraham?

Itzjak seguramente sabía que su hijo mayor era un hombre de temperamento volátil que se guiaba por las emociones del momento. Aún si esto no lo preocupaba, el episodio siguiente con Esav claramente lo hizo: “Cuando Esav tenía cuarenta años se casó con Iehudit, hija de Beeri el hitita y también con Basemat la hija de Elón, el hitita. Ambas causaron mucho dolor para Itzjak y Rivka.4 Esav construyó su hogar entre los hititas. Se había casado con dos de sus mujeres. Este no era un hombre que continuara el pacto de Abraham, que implicaba una cierta distancia de los hititas y los cananeos y todo lo que representaban en términos de religión, cultura y moral.

Aún así, Itzjak claramente amó a Esav, No solamente lo dice el versículo con el que comenzamos. Así siguió. Bereshit 27, con su historia moralmente desafiante de cómo Iaacob se disfrazó de Esav y se hizo con la bendición que era para él, es notable por cómo muestra el afecto genuino y profundo entre Itzjak y Esav. Percibimos esto al principio, cuando Itzjak le pide a Esav: “Prepárame la deliciosa comida que me gusta y tráemela para que la coma, así puedo darte mi bendición antes de morir.” Aquí no está hablando el apetito físico de Itzjak. Es su deseo de llenarse con el aroma y el sabor que asocia con su hijo mayor, para poder bendecirlo con un sentimiento de amor concentrado.

Es el final de la historia, sin embargo, el que realmente transmite la profundidad de los sentimientos entre ellos. Esav entra con la comida que preparó. Lentamente Itzjak y luego Esav, se dan cuenta del engaño del que han sido víctimas. Itzjak “tembló violentamente”. Esav “lanzó un grito fuerte y amargo”. Es difícil de transmitir en español lo poderoso de estas descripciones. La Torá en general dice poco acerca de las emociones de la gente. Durante toda la prueba del sacrificio de Itzjak no tenemos la menor indicación de cómo se sentían Abraham o Itzjak en uno de los más tensos episodios del Génesis. Como dijo Erich Auerbach, el texto está “cargado de trasfondo”, o sea, es mucho más lo que se deja sin decir. La profundidad de sentimiento que la Torá describe hablando de Itzjak y Esav en ese momento es por lo tanto excepcional y casi abrumadora. El padre y el hijo comparten el sentimiento de traición. Esav busca con pasión alguna bendición de su padre mientras que Itzjak se anima a hacerlo. Los lazos de amor entre ellos son intensos. Entonces la pregunta surge otra vez con la misma fuerza: ¿por qué es que Itzjak amaba a Esav a pesar de todo, aún con su salvajismo, su mutabilidad y sus matrimonios fuera de la tribu?

Los sabios dieron una explicación. Interpretaron la frase “cazador diestro” como que Esav enredó y engañó a Itzjak. Fingió ser más religioso de lo que era.5 Sin embargo, hay una explicación muy diferente, más cercana al simple significado del texto, y también muy conmovedora. Itzjak amaba a Esav porque Esav era su hijo, y eso es lo que hacen los padres. Aman a sus hijos incondicionalmente. Esto no quiere decir que Itzjak no podía ver las fallas en el carácter de Esav. No implica que pensaba que Esav era la persona correcta para continuar el pacto. Tampoco significa que no le dolió cuando Esav se casó con mujeres hititas. El texto explícitamente dice que lo apenó. Pero sí significa que Itzjak sabía que un padre debe amar a su hijo por ser su hijo. Esto no es incompatible con ser crítico de lo que hace. Pero un padre no deshereda a su hijo, aún cuando su hijo lo decepciona. Itzjak nos estaba enseñando una lección fundamental sobre la paternidad.

¿Por qué Itzjak? Porque sabía que Abraham había echado a su hijo Ishmael. Podría haber sabido cuánto apenó esto a Abraham e hirió a Ishmael. Hay una gran cantidad de midrashim que sugieren que Abraham visitó a Ishmael aún después de haberlo echado, y otros que dicen que fue Itzjak quien produjo la reconciliación.6 Estaba decidido a no infligir la misma suerte en Esav.

También sabía hasta lo más profundo de su ser, el costo psicológico de la prueba del sacrificio en su padre y en sí mismo. El principio del capítulo de Iaacob, Esav y la bendición, la Torá nos dice que Itzjak estaba ciego. Hay un midrash que sugiere que fueron las lágrimas derramadas por los ángeles al observar a Abraham preparar a su hijo y levantar el cuchillo las que hicieron que Itzjak encegueciera en su vejez.7 La prueba fue ciertamente necesaria; de lo contrario Di-s no lo hubiera ordenado. Pero dejó heridas, cicatrices psicológicas, e Itzjak quedó decidido a no sacrificar a Esav, su propio hijo. De alguna manera, entonces, el amor incondicional de Itzjak por Esav fue un tikún por la ruptura de la relación entre padre e hijo originada por el sacrificio.

Por lo tanto, aunque Esav no siguió el camino del pacto, el regalo de Itzjak de amor paternal ayudó a preparar la senda para la nueva generación, en la que todos los hijos de Iaacob permanecerían en el seno de la comunidad.

Existe un argumento fascinante entre dos sabios de la Mishná que tiene que ver con esto. Hay un versículo sobre el pueblo judío que dice: “Ustedes son los hijos de Hashem, su Di-s”.8 Rabí Iehuda sostuvo que esto aplica sólo a cuando los judíos se comportaban de una manera digna de los hijos de Di-s. Rabí Meir dijo que esto era incondicional: si los judíos se comportan como hijos de Di-s o no, igualmente se los llama hijos de Di-s.9

Rabí Meir, que creía en el amor incondicional, actuó de acuerdo con su opinión. Su propio maestro, Elisha ben Abuia, terminó perdiendo su fe y convirtiéndose en hereje. A pesar de ello, Rabí Meir continuó estudiando junto a él y respetándolo, sosteniendo que en sus últimos días se había arrepentido y retornado a Di-s.10

Considerar seriamente la idea, central para el judaísmo, de Avinu Malkenu, que nuestro rey es primero y ante todo nuestro padre, es investir nuestra relación con Di-s de las emociones más profundas. Di-s batalla con nosotros de la misma manera que un padre lo hace con un hijo. Nosotros luchamos con él como los hijos lo hacen con sus padres. La relación es a veces tensa, conflictiva, incluso dolorosa, pero lo que la hace tan profunda es saber que es irrompible. No importa qué suceda, un padre es siempre un padre, y un hijo es siempre un hijo. La relación puede estar muy dañada, pero nunca tan rota que no se pueda reparar.

Quizás es eso lo que Itzjak estaba indicando a todas las generaciones con su amor permanente por Esav, tan diferente a sí mismo, tan diferente en carácter y destino, pero sin rechazo, tal como el midrash dice que Abraham nunca rechazó a Ishmael y encontró cómo comunicar su amor.

El amor incondicional no es acrítico, pero es irrompible. Así es como debemos amar a nuestros hijos, porque así es como Di-s nos ama.

Notas