Podemos lidiar con cualquier cosa siempre que sepamos que va a terminar.
Pasa una semana con toda tu familia en una pequeña habitación y serán vacaciones. Pero si la estadía de una semana fuera eterna, ni una habitación en el mejor hotel te parecería una pausa emocionante.
Quienes sufren de dolor crónico saben bien que lo insoportable no es un momento especialmente doloroso. Es la naturaleza extensa del asunto lo que desgasta de a poco sus defensas. Pueden ser capaces de lidiar con el dolor un día, sólo para levantarse al día siguiente y tener que hacerlo de nuevo.
Y eso es lo que sucede con las fuentes de estrés regulares de la vida. Lo que nos sostiene es la expectativa de que la situación puede revertirse con la dosis correcta de esfuerzo y optimismo. Cuando no vemos una salida, una posible solución, perdemos pronto las esperanzas.
En la porción de la Torá de esta semana, Iaacov bendice a sus hijos antes de morir. Les dice: “Reuníos para que os haga saber lo que os ha de acontecer en los días venideros”.1 Sobre este versículo nuestros sabios dicen: “Quería revelarles la fecha del fin (del exilio), pero la Presencia de Di-s lo abandonó”.2
Cuando la Presencia de Di-s lo abandonó, Iaacov se dio cuenta de que no era conveniente que les revelara la fecha del fin del exilio a sus hijos. Otra interpretación dice que sin la Divina Presencia, Iaacov perdió la capacidad de verbalizar la fecha.
¡Qué estimulante hubiera sido saber la fecha del fin del exilio! Cuánto valor les hubiera dado para seguir con aquella lucha, con aquella prueba, saber que la batalla estaba casi terminada y que la victoria estaba asegurada. ¿Por qué Di-s les negaría esta pequeña dosis de comodidad y seguridad?
La respuesta es que parte de la experiencia del exilio consiste en no saber. A pesar de nunca estar del todo seguros, de no saber nunca cuándo nos quitarán la alfombra de debajo de los pies, seguimos nuestra marcha. Sortear los obstáculos y perseverar —cuando no vemos nada más que niebla frente a nosotros— requiere las más grandes reservas de fuerza y de fe. Y son estas reservas las que Di-s quería obtener de nosotros durante nuestra experiencia en el exilio.
Según las enseñanzas jasídicas, Iaacov quería hacer más que sólo revelar la fecha de finalización. Quería diseñar la fecha de finalización. El secreto que deseaba revelar era que el éxodo de Egipto sería en efecto la redención final. La fecha de la redención final no está grabada en piedra; depende en gran medida de nuestra situación espiritual del momento. Si el pueblo judío se lo hubiera merecido, el éxodo de Egipto hubiera sido la redención final. Pero no lo sabían. Iaacov esperaba que, al revelar esto a sus hijos, los estimularía a ellos y a sus descendientes para que mantuvieran su posición espiritual, para que nunca tuvieran que pasar otra vez por el exilio.
El pequeño “estímulo” que Iaacov quería darles a sus hijos hubiera iluminado de manera significativa la carga del exilio, pero también hubiera quitado un componente importante a nuestro logro en el exilio: el hecho de que lo conseguimos gracias a nuestros propios esfuerzos. No hay atajos ni limosnas desde lo alto.
Iaacov quería revelar la fecha de finalización a sus hijos porque sentía que ceder parte de la perfección del logro a cambio de un exilio más corto y tolerable era un sacrificio que valía la pena. Los sabios usa la palabra bikesh: él “deseó”. Esta palabra también se puede interpretar como bakashá: él “le suplicó” a Di-s que le permitiera hacer esto, para aliviar la carga del exilio.
Sin embargo, Di-s sustrajo su Presencia de Iaacov. Completar la labor del exilio por nuestra propia cuenta, sin una ayuda de Di-s, no sólo nos da “crédito extra” sino que es algo esencial para el proceso de la redención. Si recibimos ayuda en nuestra labor, no bien nos la quitan volvemos adonde estábamos antes. Cuando completamos la labor con nuestro propio esfuerzo, es nuestra y nadie puede quitárnosla.
Si es tan importante completar la labor del exilio sin ninguna ayuda de lo alto, ¿en qué pensaba Iaacov cuando quería revelarnos la fecha de finalización? Las enseñanzas jasídicas explican que Iaacov ya había alcanzado este nivel por cuenta propia. Estaba cerca del final de su vida y había puesto su parte para alcanzar la perfección. Había atravesado muchos desafíos, desde la disputa con su hermano Esav y su suegro Labán hasta la pérdida de su amada esposa Rajel y de su amado hijo Iosef. A pesar de todo, sobrevivió y su fe en Di-s permaneció intacta. Al final se ganó el reencuentro con Iosef, pasó los últimos siete años de su vida en tranquilidad y cosechó najes (alegrías, satisfacciones) de sus hijos y sus descendientes. Esperaba que fuera suficiente, que su sufrimiento le ahorrara a sus hijos cualquier otra dificultad. Pero Di-s quería que los hijos de Iaacov alcanzaran el mismo nivel: algo que no podríamos haber hecho si Iaacov hubiera revelado la fecha de finalización.
Sin embargo, el pedido de Iaacov no fue en vano. El hecho de que él supiera la fecha de finalización y quisiera revelar esta información, que deseara aliviar el dolor del exilio, permanece con nosotros como fuente de fortaleza. Nos da la capacidad de aguantar sólo un poquito más, de continuar a pesar del dolor, hasta merecer la redención final.
Cuando el dolor es tan fuerte que no podemos soportar ni un momento más, nos volvemos hacia Di-s y le suplicamos por el Mashíaj. Y es eso mismo lo que nos da la fuerza para sobreponernos a los desafíos y para atravesar las últimas instancias del exilio. Esto es así en especial en nuestra generación, que ha llevado a cabo todas las preparaciones necesarias. En este punto, cualquier demora es inexplicable. Todo lo que nos queda es volvernos hacia Di-s y decir: “Ya estamos listos. Ahora”.
(Basado en una prédica del Rebe de Lubavitch, Likutei Sijot, vol. 20, pp. 228–234).
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