“Todo Israel tiene una parte en el mundo por venir, tal como se afirma (Ieshaiau 60:21): ‘Entonces todos los de tu pueblo serán justos; para siempre poseerán la tierra…’”—Mishná, Sanedrín 10:1.

Nuestro servicio a Di-s en este mundo es recompensado de dos maneras: a) luego de que un alma deja su cuerpo se la recompensa, por todo el bien que ha hecho, en el Gan Edén (“el paraíso”), el mundo celestial en el que a las almas se les brinda un placer espiritual que la mente física no puede ni por asomo comprender o apreciar. b) La recompensa definitiva, la era mesiánica, el “mundo por venir”, cuando todas las almas vuelvan a descender a los cuerpos que una vez habitaron, y toda la humanidad conviva en armonía en una era utópica.

No todas las almas tienen igual participación en el Gan Edén; cuanto más honrada haya sido la persona en el mundo, más sublime será su morada y más grande su recompensa en el siguiente mundo. En situaciones excepcionales, algunas almas no tienen parte alguna en el Gan Edén. El mundo por venir, sin embargo, es diferente. Todas las almas judías que alguna vez hayan vivido serán resucitadas.

Las dos razones por las cuales todas las almas serán resucitadas son:

1. “Incluso los que de ustedes [Israel] estén vacíos, están tan llenos de mitzvot como una granada [está llena de semillas]”—Talmud, Berajot 57a.

2. El alma de cada judío es una “verdadera parte de Di-s”, y como tal es eterna e indestructible.

De hecho, nuestros sabios han enumerado varios pecados indignantes que pueden hacer que una persona pierda su lugar en el mundo por venir (en el último capítulo del tratado de Sanedrín), aunque, explica el Rebe, esto no se contradice con el principio antes mencionado de que todos serán resucitados.

● Un individuo que hace teshuvá (arrepentimiento) reclama su parte en el mundo por venir, sin importar la gravedad de los pecados que pueda haber cometido. Esto es así incluso si el individuo sólo hizo teshuvá en su corazón y el remordimiento no tuvo impacto alguno en su comportamiento posterior.

● Los rezos, la tzedaká y las mitzvot realizadas por los descendientes tienen la capacidad de ganar una parte en el mundo por venir para los antepasados que no la merecieran. En un grado menor, las buenas acciones de personas que no sean familiares hechas en nombre de un difunto también pueden beneficiar a su alma.

● Si la persona sufre humillaciones luego de su muerte, esto también puede expiar sus pecados y ganarle un lugar en el mundo por venir. Por ejemplo: el Talmud dice que el Rey Ieroboam, un idólatra desvergonzado que incitó al pueblo a seguir su camino pagano y merece sin duda ser excluido del mundo por venir, se presentará sin embargo cuando llegue el tiempo de la resurrección. ¿Por qué? Porque muchos años después de su muerte, sus restos fueron, de manera humillante, incinerados.

● Aquellos pocos (si es que los hay) que no entren en ninguna de estas opciones aun así aparecerán, pero en un cuerpo diferente.

Almas reencarnadas

Según la tradición mística, un alma puede reencarnar en muchos cuerpos. De hecho, hoy en día es muy excepcional que nazca un alma “nueva”. Esto da lugar a una pregunta obvia: ¿cuál de sus cuerpos ocupará el alma cuando resucite?

Antes que nada, sin embargo, es necesario explicar por qué las almas reencarnan.

Cada alma tiene que completar todos los 613 mandamientos para elevarse y rectificar cada uno de sus 613 componentes espirituales. Un alma reencarna cuando no cumplió con todas sus obligaciones durante su estancia en un cuerpo específico. El alma debe volver a descender para finalizar su tarea.

Cada cuerpo que fue habitado por el alma la ayudó en el cumplimiento de su tarea. Aquellos componentes del alma que fueron rectificados mediante las mitzvot realizadas por un cuerpo en particular siempre mantienen una conexión con ese cuerpo y regresarán a él para revivirlo cuando los muertos resuciten. En resumen, esto significa que el alma se dividirá entre distintos cuerpos.

Cada alma individual es un reflejo de su fuente infinita, Di-s mismo, y por consiguiente tiene la capacidad de dar vida a cuantos cuerpos desee.