Estimados lectores:
Hace unos años que lance un ciclo de cursos y conferencias sobre diferentes temáticas judías. Uno de los ciclos era sobre cabalá y misticismo y otro era sobre Halajá (Ley judía). Para mi sorpresa, el curso de cabalá tuvo cinco veces más suscriptos que el de Halajá, y cuando se lo comenté a mi maestro, que sabiamente me dijo:
-A nadie le gusta que le digan lo que tiene que hacer, pero a todos les gusta sentirse elevados y espirituales. La Halajá exige aplicar lo que uno aprende y bajarlo a la práctica cotidiana, mientras que estudiar cabalá te hace sentir elevado y en apariencia no exige nada.
Esta semana leemos el episodio en que los hijos de Aarón, durante la inauguración del Mishkán toman un puñado de incienso y, transgrediendo la Ley lo incendien en el lugar más sagrado, al cual solo podía acceder el sumo sacerdote en el día de Iom Kipur. Ellos querían lograr para sí mismos la máxima elevación espiritual sin importarles que estuviera prohibido. Fue tal su exacerbación espiritual que tuvieron una muerte fulminante. No les importó inmolarse con tal de lograr ese éxtasis.
Muchos que comienzan a aprender Torá me preguntan sobre meditaciones místicas o combinaciones de nombres de Di-s. Algunos quieren saber la composición cabalística de su alma o quienes fueron en sus vidas pasadas. Esto está muy bien, pero esa es solo una parte de la Torá, a la que solo personas específicas pueden llegar a acceder en momentos puntuales. La mayor parte de la Torá nos indica cómo debemos comportarnos desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir (e incluso nos dice cómo ir a dormir), cómo actuar con el prójimo, con los animales, con nuestros hijos, padres, socios comerciales y vecinos.
Puede que esto no parezca tan elevado ni místico, pero si uno quiere fusionarse con lo divino no hay mejor forma que apegarse a sus leyes y cumplirlas con alegría.
¡Shabat Shalom!
Rabino Eli Levy
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