Una de las tareas más difíciles de un líder —desde primeros ministros hasta padres— es la resolución de conflictos. Sin embargo es también la más importante. Donde hay liderazgo, hay cohesión a largo plazo dentro del grupo, cualesquiera sean los problemas a corto plazo. Donde hay falta de liderazgo —donde los líderes carecen de autoridad, gracia, generosidad de espíritu y de capacidad para respetar posiciones que no sean la suya— hay conflictividad, rencor, traiciones, resentimiento, internas y falta de confianza. Los líderes son personas que ponen los intereses del grupo por sobre cualquier subdivisión. Se preocupan e inspiran a otros para que también lo hagan, por el bien común.
Es por eso que un episodio de la parashá de esta semana tiene enormes consecuencias. Sucedió de la siguiente manera. Los israelitas estaban en la última etapa de su viaje hacia la Tierra Prometida. Ahora estaban situados en la orilla este del río Iardén, y tenían su destino a la vista. Dos de las tribus, la de Reubén y la de Gad, que tenían grandes rebaños y mucho ganado, sentían que la tierra en la que ahora estaban era ideal para sus propósitos. Era una región ideal para el pastoreo. Entonces se acercaron a Moshé y le pidieron permiso para quedarse ahí en lugar de tomar su parte de la Tierra de Israel. Dijeron “Si hemos hallado gracia ante tus ojos, que se dé esta tierra a tus siervos como posesión; no nos hagas pasar el Iardén”.1
Moshé advirtió de inmediato el peligro. Las dos tribus estaban poniendo sus propios intereses por sobre los del conjunto del pueblo. Abandonarían al pueblo en el momento en el que más los necesitaba. Había una guerra —de hecho, una serie de guerras— que debían de ser peleadas si los israelitas iban a heredar la Tierra Prometida. Como les explicó Moshé a las tribus: “¿Irán vuestros hermanos a la guerra, mientras vosotros os quedáis aquí? ¿Por qué desalentáis a los hijos de Israel a fin de que no pasen a la tierra que Hashem les ha dado?”.2
La propuesta tenía un potencial desastroso. Moshé les recordó a los hombres de Reubén y de Gad lo que había pasado en el incidente de los espías. Los espías habían desmoralizado a la gente, cuando diez de ellos dijeron que no serían capaces de conquistar la tierra. Que sus habitantes eran demasiado fuertes. Que las ciudades eran impenetrables. Aquel único momento bastó para condenar a toda una generación a morir en tierra salvaje y retrasar la conquista cuarenta años. “Y he aquí, ustedes se han levantado en lugar de sus padres, prole de hombres pecadores, para añadir aún más a la ardiente ira de Hashem contra Israel. Pues si dejan de seguirlo, otra vez los abandonará en el desierto, y destruirán a todo este pueblo”.3 Moshé fue directo, honesto y confrontativo.
Lo que siguió luego es un modelo en cuestiones de negociación y resolución de conflictos. Los reubenitas y los gaditas reconocieron los reclamos del pueblo como conjunto y la justicia de las preocupaciones de Moshé. Propusieron un compromiso. Déjennos juntar provisiones para nuestro ganado y para nuestras familias, dijeron, y luego los hombres acompañarán a las otras tribus a través del Iardén. Pelearán junto a ellas. Incluso irán a la cabeza. No volverán a su ganado ni a sus familias hasta que todas las batallas hayan sido peleadas, la tierra haya sido conquistada y las otras tribus hayan recibido su herencia. En esencia, invocaron lo que luego se convertiría en un principio de la ley judía: zeh neheneh ve-zeh lo jaser, lo que significa que un acto es permisible si “una parte gana y la otra no pierde”.4 Ganaremos, dijeron las dos tribus, porque tendremos tierra apropiada para nuestro ganado, pero el pueblo en su conjunto no perderá porque seremos parte del ejército, estaremos en la primera línea y allí nos quedaremos hasta que la guerra haya sido ganada.
Moshé reconoce el hecho de que han hecho caso a sus objeciones. Replantea su posición para asegurarse de que tanto él como ellos han entendido la propuesta y están preparados para sostenerla. Los hace acordar a una tenai kaful, una doble condición, positiva y negativa: si hacemos esto, estas serán las consecuencias, pero si no lo cumplimos, las consecuencias serán aquellas. No les deja escapatoria de su compromiso. Ambas tribus acceden. El conflicto ha sido evitado. Los reubenitas y los gaditas consiguen lo que quieren, pero los intereses de las otras tribus y del pueblo como totalidad están asegurados. Fue una negociación modelo.
Muchos años después se volvió bastante evidente que las preocupaciones de Moshé estaban justificadas. Los reubenitas y los gaditas cumplieron en efecto con su promesa en los días de Ioshua. El resto de las tribus conquistaron Israel y se instalaron allí, mientras ellos (junto con la mitad de la tribu de Mananshé) se establecieron en Transjordania. A pesar de esto, durante un corto tiempo casi hubo guerra civil.
Ioshua 22 describe cómo, al volver a sus familias e instalarse en su tierra, los reubenitas y los gaditas construyeron “un altar a Hashem” en la orilla este del Iardén. El resto de los israelitas vio esto como un acto de secesión y se prepararon para combatir contra ellos. Ioshua, en un acto notable de diplomacia, envió a Pinjás –antes un fanático, ahora un hombre de paz– a negociar. Él les advirtió acerca de las terribles consecuencias de lo que habían hecho al crear, en efecto, un centro religioso fuera de la Tierra de Israel. Eso dividiría al pueblo en dos.
Los reubenitas y los gaditas dejaron en claro que esta no era en absoluto su intención. Por el contrario, ellos mismos estaban preocupados de que en el futuro el resto de los israelitas los vieran vivir del otro lado del Iardén y concluyeran que ya no querían ser parte del pueblo. Por eso habían construido el altar, no para ofrecer sacrificios ni para competir con el santuario del pueblo, sino como un mero símbolo, una señal para las generaciones futuras, de que ellos también eran israelitas. Pinjás y el resto de la delegación estuvieron satisfechos con esta respuesta, y una vez más se evitó la guerra.
La negociación entre Moshé y las dos tribus en nuestra parashá sigue de cerca los principios a los que llegó el método Harvard de negociación, establecido por Roger Fisher y William Ury en su texto clásico Obtenga el sí.5 En esencia, llegaron a la conclusión de que una negociación exitosa debe involucrar cuatro procesos:
1. Separar a las personas del problema. En cualquier negociación hay todo tipo de tensiones personales. Es esencial que sean aclaradas primero, para encarar el problema de manera objetiva.
2. Enfocarse en los intereses, no en las posiciones. Es fácil que cualquier conflicto se convierta en un juego de suma cero: si yo gano, tú pierdes. Si tú ganas, yo pierdo. Eso es lo que pasa cuando te enfocas en las posiciones y la pregunta se convierte en “¿Quién gana?”. Si te enfocas no en las posiciones sino en los intereses, la pregunta se convierte en “¿Hay alguna manera de conseguir lo que cada uno de nosotros quiere?”.
3. Inventa opciones en las que todos ganen. Esta es la idea que se expresa halájicamente como zeh neheneh ve-zeh neheneh: “el beneficio de ambas partes”. Esto ocurre porque en general cada una de las partes tiene un objetivo diferente, pero ninguno de ellos excluye al otro.
4. Insiste en mantener criterios objetivos. Asegúrate de que ambas partes estén de acuerdo por adelantado en usar criterios objetivos e imparciales para juzgar si se ha logrado lo pautado. De lo contrario, a pesar de cualquier acuerdo aparente, la disputa continuará, porque ambas partes insistirán en que la otra no ha hecho lo que había prometido.
Moshé hace estas cuatro cosas. Primero separa a las personas del problema cuando deja en claro a los reubenitas y a los gaditas que la cuestión no tiene nada que ver con quiénes son, y todo lo que tiene que ver con las experiencias pasadas de los israelitas, en especial el episodio de los espías. Sin importar quiénes fueran los diez espías negativos y de qué tribus vinieran, todos sufrieron. Nadie ganó. El problema no tiene que ver con esta o aquella tribu, sino con el pueblo como conjunto.
En segundo lugar, se enfocó en los intereses, no en las posiciones. Las dos tribus tenían un interés en el destino del pueblo como conjunto. Si ponían sus intereses personales por encima, Di-s se hubiera enfadado y todo el pueblo hubiera sido castigado, incluidos los reubenitas y los gaditas. Es sorprendente lo diferente que fue esta negociación de la de Kóraj y sus seguidores. Allí, toda la discusión giraba en torno a las posiciones, no a los intereses: era sobre quién tenía derecho de ser líder. El resultado fue una tragedia colectiva.
En tercer lugar, los reubenitas y los gaditas inventaron luego una opción para que ganaran todos. Si nos permites juntar provisiones temporales para nuestro ganado y nuestros hijos, dijeron, no sólo pelearemos en el ejército, sino que estaremos a la vanguardia. Nos beneficiaremos, porque sabremos que nuestro pedido ha sido garantizado. El pueblo se beneficiará de nuestra voluntad de asumir la tarea militar más desafiante.
En cuarto lugar, el acuerdo se dio bajo criterios objetivos. Los reubenitas y los gaditas no volverían a la orilla este del Iardén hasta que todas las otras tribus estuvieran a salvo, instaladas en sus territorios. Y así sucedió, como lo narra el libro de Ioshua:
Entonces Ioshua llamó a los reubenitas, a los gaditas y a la media tribu de Menashé, y les dijo: “Han guardado todo lo que Moshé, siervo de Hashem, les mandó, y han escuchado mi voz en todo lo que les mandé. Hasta el día de hoy no han abandonado a vuestros hermanos durante este largo tiempo, sino que habéis cuidado de guardar el mandamiento de Hashem su Di-s. Y ahora, Hashem su Di-s ha dado descanso a sus hermanos, como él les había dicho; vuelvan, pues, y vayan a sus tiendas, a la tierra de vuestra posesión que Moshé, siervo de Hashem, les dio al otro lado del Iardén”.6
Esta fue, en resumen, una negociación modelo, una señal de paz luego de muchos conflictos destructivos en el libro de Bamidbar, así como una alternativa vigente a todos los conflictos posteriores de la historia judía que tuvieron resultados horribles.
Observemos que Moshé tiene éxito no porque sea débil, no porque esté dispuesto a poner en riesgo la integridad del pueblo como un todo, no porque use palabras dulces y evasiones diplomáticas, sino porque es honesto, tiene principios y se enfoca en el bien común. Todos enfrentamos conflictos en nuestras vidas. Esta es la manera de resolverlos.
Únete a la charla