La percepción pública de la realeza se ha denigrado en los últimos tiempos. Con las familias Reales de Europa descollando sólo por sus vidas personales, deshonrando sus posiciones heredadas, desde mi perspectiva como “hombre común”, considero que el mundo podría arreglárselas sin ellos.
Pero no es algo nuevo. ¿Acaso no ha habido Reyes y Reinas en la historia que sólo han representado la exuberancia, decadencia y gobierno déspota? Si (como es comúnmente aceptado), el poder absoluto es absolutamente corrupto, ¿No estamos mejor con una meritocracia democrática?
Leemos esta semana uno de los últimos mandamientos escritos en la Torá: “Al llegar a la Tierra…debes designar un Rey…de entre tus hermanos, un Rey debe gobernar” (Devarim 17:15). ¿No parece extraño que Di-s promueva la noción humana de la realeza, ordenándolos subyugarnos a una majestad mortal?
Es incluso más extraño: Una vez asentados en la Tierra de Israel y listos para rodearse con todas las características de un Estado, los judíos le piden al profeta Shmuel que los ayude a designar a “un Rey, para que seamos como las naciones de alrededor nuestro”. A lo cual Shmuel reaccionó con enojo y disgusto, asumiendo que su pedido por un rey era equivalente a rechazar a Di-s (Shmuel I, capítulo 8).
Liderazgo
Hay un método académico, en donde las guerras, convulsiones políticas y otros movimientos en masa, son descritos en términos del liderazgo prevaleciente en esa época. Batallas militares son estudiadas puramente desde la perspectiva de los generales, sin tomar en cuenta los pensamientos y acciones individuales del soldado común, que equivalen al sentimiento de un peón en un tablero de ajedrez.
Este método de examinar la historia tiene su mérito. La fe de las naciones está co relacionada casi exclusivamente con la cualidad del liderazgo que ellos disfrutan, y nada puede estancar a todo un país más rápido que las decisiones tomadas por un partido egoísta o incompetente.
Lo mismo es cierto con la noción acerca que una estructura fuerte, la provee un gobierno organizado y que éste crea una sensación de libertad y oportunidad para todos, permitiendo que prospere el individualismo.
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Sin embargo, desde una perspectiva de la Torá, es imposible aceptar que la mera función de un líder es proveer ley y orden.
Cuando se reconoce que la Presencia eterna de Di-s prevalece, las normas aceptadas sobre cierto comportamiento son proveídas directamente por la Torá y no es necesario reforzar la regla de la ley. Desde esta perspectiva, el desafío del liderazgo no es aterrorizar a la nación, sino inspirarla. Un verdadero líder está parado por sobre toda la gente, presentando y mostrando un sentido de misión y propósito.
Cuando designamos a un líder o a un Rey, debe ser con la expectativa que las buenas cualidades personales que el líder posee, y la grandeza que muestra el monarca, despierte en nosotros un corres-pondiente sentido de entusiasmo que nos comprometa con el programa de la Divinidad al que el Rey mismo se ha comprometido.
Cuando el profeta Shmuel criticó a la nación por pedir un rey, su enojo estaba dirigido a los motivos más que a la razón del deseo. Su pedido “desígnanos un rey para que seamos igual que las naciones de alrededor nuestro”, demostró que no era la inspiración de una majestad como una representación Divina lo que ellos deseaban. Sino que lo suyo era más bien un pedido prosaico; siendo que no tienen confianza en la regla de Di-s o en las expectativas de la Torá para dirigir la sociedad; optan por confiar en el nombramiento de un rey mortal que imponga arbitrariamente sobre ellos la regla de la ley.
Muéstrame qué hacer
A pesar que vivimos en una era de egoísmo e individualidad, en donde cada uno de nosotros desea imponerse, hay mucho más para recomendar sobre acudir al consejo de un mentor. Podemos no tener más reyes y reinas que nos inspiran a seguir los caminos de Di-s y a comprometernos con su Torá, pero cada uno de nosotros debe buscar una guía o un mentor espiritual que nos ayude a dirigirnos en el camino de la vida.
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