Han pasado 190 días desde que mi esposo, Rabino Capitán Shmuel Felzenberg, partió desde nuestra base en Hawai a Kuwait y eventualmente a Irak. No es que esté contando. Tampoco sé la cantidad exacta de días (y minutos) que faltan para su retorno. Aun si lo hubiera hecho, no importaría mucho, ya que estos despliegues militares siempre se retrasan y la única manera de no sentirse defraudada es no tener ninguna expectativa.

Pero no es tan fácil cuando uno está planeando el Bar Mitzvá de su hijo mayor y debe tomar todas las decisiones sola. Es cierto, puede parecer banal rastrearlo en Irak para oír su opinión acerca de las invitaciones, pero a veces estos detalles son importantes.

Después de todo, esto es parte de estar casada con alguien que sirve en el Ejército americano. Y debo decir, que no creo que haya ninguna mujer de EE.UU. que esté más orgullosa del trabajo y papel que realiza su marido, que yo.

Es cómico, porque la gente no espera oír declaraciones patrióticas viniendo de alguien como yo. No somos de aquellas "familias militares"; de hecho, nadie en mi familia jamás ha servido en el ejército. He sido criada como una judía ortodoxa en Nueva Jersey y me formé académicamente en las escuelas de Jabad durante toda mi vida.

Así que probablemente están preguntándose por mi marido. Él también fue criado en una casa ortodoxa, se involucró un poco después con Jabad, estudió en el Rabbinical College of America, en Nueva Jersey, continuado con su ordenación rabínica en Kfar Jabad, Israel.

Tampoco parece exactamente la persona de quién se esperaría estuviera sirviendo en Irak.

Desde que estábamos recién casados, recuerdo a mi marido hablando sobre su deseo de unirse al ejército. Pensaba que era una gran oportunidad para experimentar nuevas cosas y usar sus estudios rabínicos. Durante años siguió mencionándolo y vi que lo deseaba profundamente. Fue cuando le dije que debía unirse al ejército o tenía que dejar de plantearlo. Él decidió unirse. Eso fue hace cinco años.

La pregunta más recurrente que nos hacen es "¿Por qué?".

¿Por qué dejar una vida cómoda para vivir en una base del ejército? ¿Por qué dejar un ambiente y barrio religioso y mudarse a un lugar dónde los niños tendrán pocos amigos judíos? ¿Por qué tu marido arriesga su vida como capellán para estar en Irak cuándo podría ser un rabino de cualquier comunidad? ¿Y por qué soportas todo esto?

Las preguntas son todas buenas. Pero, en nuestra opinión, la respuesta también lo es. ¿Por qué? Porque como judíos, fuimos elegidos para ser una luz para las naciones, iluminar la oscuridad, y para santificar el nombre de Di-s dondequiera que podamos. Y creo que eso es exactamente lo que mi marido está haciendo, y por extensión, nosotros, su familia también, viviendo en la base.

Shmuel es Capellán. Lo que significa que él es responsable de cuidar del bienestar espiritual de los soldados en su unidad, aproximadamente 1000 hombres. Su trabajo es aconsejar al Comando en ética y en la manera apropiada de ayudar a los soldados; proporciona consejos espirituales, religiosos o generales a soldados en necesidad; y es responsable de llevar a cabo las ceremonias y servicios religiosos. Cada capellán funciona dentro de su fe. Hay actualmente sólo ocho capellanes judíos activos, y en todo el Medio Oriente hay sólo un capellán judío activo.

Shmuel se ha ganado una importante reputación con su reunión diaria no sectaria que incluye la recitación de Salmos con la intención de que ello dé fuerza y empuje espiritual a cada soldado durante otro difícil día en Irak, lejos de la familia y del consuelo. Aunque ha tenido algunas experiencias maravillosas con algunos soldados judíos a lo largo de los años, ha sido asignado actualmente a una unidad en la que no hay un solo judío.

Debido al respeto que Shmuel tiene para con los otros, es tratado con sumo respeto también.

Por ejemplo, cuando Shmuel recientemente necesitó viajar a Afganistán durante varias semanas, el ejército hizo todo lo posible para asegurarle que no necesitaría viajar en Shabat.

Shmuel ha recibido recientemente la valuación más alta que otorgó el ejército en los últimos 4 años.

Otro reciente logro es que el RCA (Concilio Rabínico de América) lo premió como "Capellán del Año" por el servicio distinguido prestado.

Ahora les contaré acerca de nuestra vida en el ejército. Después de que Shmuel empezó su servicio, nos instalamos primero en el Estado de Washington, y durante los últimos dos años, hemos estado viviendo en los cuarteles de Schofield en la bonita isla de Oahu, en Hawai.

Hay aquí un compañerismo tal que cubre todos a las diferencias religiosas, financieras, sociales, intelectuales o raciales. Todos queremos y oramos para que nuestros maridos y padres vuelvan a casa, sanos y salvos. Nunca en mi vida pensé que podría recibir tal amor y apoyo de aquellos que no eran mi propia familia, incluso de personas que no profesan mi fe.

Shmuel y yo somos padres de seis niños, los mayores, de doce y once años, son varones. Luego sigue una niña de diez, un niño de ocho, y las dos niñas más jóvenes de cinco años y dieciocho meses. Nuestra bebé tenía menos de un año cuando Shmuel fue desplegado. Para asegurarnos de que ella lo recuerde, tenemos su fotografía grabada sobre la bandeja de la silla alta para que pueda verlo cuando coma. Dejó vídeos de él leyendo historias para la hora de acostarse y lecciones de Torá para los niños. Vivimos en una comunidad dónde los padres no tienen otra opción que escribir notas de despedida antes de partir, rogando el poder destruírlas a su regreso. Desgraciadamente, ya hemos perdido a dos hombres de nuestra unidad que fue emboscada en un convoy que se dirigía a Kuwait. Yo dicto clases de judaísmo a mis niños ya que no existe escuela judía , y tengo que cocinar absolutamente todo. Afortunadamente, vivimos cerca del Beit Jabad en Honolulu, por lo que, siempre que es posible, asistimos a los eventos y reuniones para que mis niños puedan jugar con otros niños judíos y puedan ser parte de una comunidad. Además, pasamos los veranos con nuestras familias en Nueva Jersey dónde mis hijos asisten al campamento, para experimentar un estilo de vida de comunidad judía más típico, también.

Criar a los niños en semejante ambiente los ha fortalecido notablemente. Ellos saben quiénes son, lo que les está permitido hacer, y lo que no. Están orgullosos de ser judíos. Los otros niños los respetan, y las familias saben que no pueden darles comida no kosher y que hay ciertos días o momentos que no pueden salir a jugar. Y me conmuevo hasta las lágrimas cuando veo que mis pequeños explican una costumbre o ley judía a un niño no judío con orgullo y excitación.

Esta es básicamente la razón del por qué estamos aquí. Así como todos tienen una misión en este mundo, intentamos hacer la nuestra. Sólo que la nuestra nos hizo aterrizar, por ahora, en Hawai e Irak. Siempre hay algo para aprender de cada situación y de cada ambiente.

Quiero compartir algo que ha tenido un gran efecto en mí. Intento usarlo como ejemplo cuando rezo o asisto a la Sinagoga. Todos los días, alrededor de la puesta del sol, la bandera se baja y suena la música, en el momento que esto ocurre, cada automóvil se detiene, las personas salen de sus autos, quienes caminan detienen su marcha, los niños saltan de sus bicicletas, y todos se colocan en posición de atención, con una mano sobre su corazón, en dirección a la bandera. Es conmovedor ser testigo de semejante respeto y amor por el país de uno. Durante estos pocos minutos, se podría oír el ruido de un alfiler al caer, en cualquier parte de la base.

He enseñado a mis hijos que si así es cómo las personas tratan a la bandera, tanto más, nosotros como judíos debemos comportarnos con nuestra sagrada Torá.

Por eso, mientras sigo preparando el Bar Mitzvá de mi hijo, y cuento los minutos hasta que mi marido vuelva, me siento sumamente agradecida a Di-s por las oportunidades que Él nos ha dado. Doy testimonio de que cuanto más se da, más se gana.