Rabí Akivá, el renombrado sabio Talmúdico, se preparaba para la boda de su querida hija con un cúmulo de emociones varias. Aunque había esperado ansiosamente este momento, una gran ansiedad envolvía su corazón. Muchos años antes, algunos astrólogos paganos le habían predicho que una serpiente venenosa mordería a su hija el día de su boda. El decidió no revelar su temor a nadie, y confiar en Di-s que su hija estaría a salvo.

El día de la boda llegó, y los invitados comieron y bailaron alegremente. En medio de la celebración un mendigo hambriento entró al salón y observó todas aquellas delicias. Pidió por comida, pero nadie le prestó atención.

Sólo la novia se percató de ello. Calladamente tomó su plato de comida y se lo dio al mendigo. Nadie notó su acto de bondad, ni se dio cuenta de que ella no había comido nada.

Aquella noche, la hija de Rabí Akivá se retiró a su habitación. Se quitó el prendedor de oro que aseguraba su velo y lo colocó en una grieta entre las baldosas que cubrían la pared.

A la mañana siguiente la novia quedó asombrada al ver una serpiente muerta atrapada debajo de su broche de oro. La serpiente estaba oculta, lista para morder a la novia. Pero ella la había matado antes sin querer con su prendedor.

Cuando Rabí Akivá oyó del incidente, recordó las palabras de los astrólogos paganos.

“Dime, querida hija, ¿qué acción especial realizaste ayer para merecer el favor de Di-s?”

Su hija contó lo sucedido con el mendigo y Rabí Akivá exclamó: “¡Por el acto de dar caridad Di-s salvó tu vida! Ojalá que practiques muchos más actos de bondad...”

Comentario:

Es cuando nos concentramos en nosotros mismos, tanto en momentos de alegría como -Di-s libre- de dolor, que olvidamos acerca de las necesidades de los demás. La hija de Rabí Akivá nos enseña que siempre debemos ser sensibles hacia los demás...

“Podemos existir temporalmente por lo que obtenemos, pero vivimos eternamente por lo que damos”.