Cierta vez un hombre y su hijo se encontraban viajando con su único burro. El padre montaba el burro y el hijo caminaba detrás de él. Al arribar a su primer destino, los habitantes de la ciudad los recibieron de una manera poco grata y con expresiones de burla.

“¿Es esto un padre?” decían. “¿Acaso un padre responsable montaría él el burro y dejaría a su hijo viajar a pie?”

Padre e hijo se sentían realmente avergonzados, pero prosiguieron su camino hacia la próxima ciudad. Antes de entrar cambiaron de puesto, esperando que esta vez la gente del pueblo los acogieran con mayor agrado. Sin embargo, los viajeros fueron de nuevo objeto de duras críticas. “¡Observa esta escena tan vergonzante! ¡Mira cómo este niño tan irrespetuoso monta en burro mientras que su anciano padre anda a pie!” Decían unos a otros. De modo que, bastante humillados, partieron también de aquella ciudad.

Antes de llegar a su próximo destino, el padre sugirió que ahora ambos montaran sobre el burro. Esto sin duda no daría lugar a insulto alguno.

Al acercarse a la ciudad, no obstante, la gente se aglomeró para ver la extraña escena.

“¡Vean a ese pobre burro!” exclamaban. “Apenas puede caminar bajo el peso de esos tontos viajeros. ¡En cualquier momento morirá!”

El padre y su hijo probaron suerte por última vez. La única opción parecía ser que ambos caminaran tras el burro. Hecho esto, ni bien entraron en la ciudad el burro pateó y salió corriendo. Los habitantes observaron con impresión lo ocurrido y estallaron en carcajadas. Ya sin esperanzas, y sin nada, los viajeros por fin entendieron que cualquier esfuerzo por complacer a otros nunca tendrá éxito.