D-os mismo cinceló el primer juego de tablas de las rocas en el Monte Sinaí, mientras que el segundo juego de tablas fueron cinceladas por Moisés. Sin embargo, fue específicamente después de recibir el segundo juego de tablas, en vez del primero, que el rostro de Moisés brilló.
Esto es porque cuando D-os nos da algo sin que hayamos trabajado para ganarlo, no penetra en nuestro ser. No fue accidente, entonces, que las primeras tablas se rompieron y que las segundas nunca se rompieron. Cuando trabajamos por algo, puede quedar con nosotros permanentemente; algo que recibimos sin merecerlo se puede perder más fácilmente.
Debido a que Moisés cinceló el segundo juego de tablas él mismo, su santidad podía penetrar su cuerpo físico, y por lo tanto su rostro brilló. Similarmente, el esfuerzo que hacemos en estudiar Torá y cumplir con los mandamientos de D-os refina incluso nuestros cuerpos físicos. Si nos esforzamos hasta el punto que la Torá penetre en nosotros, nuestros rostros brillarán.1
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