Luego de su tercer estadía de 40 días en el Monte Sinaí, Moisés descendió el 10 de Tishrei del año 2449, cargando el segundo juego de Tablas, que reemplazaban al primer juego que Moisés había roto cuando vio a los judíos adorando el Becerro de Oro. La larga permanencia de Moisés en presencia de D-os dejó una impresión permanente en su cuerpo: su rostro irradiaba luz.
Un Rostro Resplandeciente
וּמֹשֶׁה לֹא יָדַע כִּי קָרַן עוֹר פָּנָיו וגו': (שמות לד:כט)
Moisés no era consciente de que la piel de su rostro se había vuelto radiante. Éxodo34:29

D-os mismo cinceló el primer juego de tablas de las rocas en el Monte Sinaí, mientras que el segundo juego de tablas fueron cinceladas por Moisés. Sin embargo, fue específicamente después de recibir el segundo juego de tablas, en vez del primero, que el rostro de Moisés brilló.

Esto es porque cuando D-os nos da algo sin que hayamos trabajado para ganarlo, no penetra en nuestro ser. No fue accidente, entonces, que las primeras tablas se rompieron y que las segundas nunca se rompieron. Cuando trabajamos por algo, puede quedar con nosotros permanentemente; algo que recibimos sin merecerlo se puede perder más fácilmente.

Debido a que Moisés cinceló el segundo juego de tablas él mismo, su santidad podía penetrar su cuerpo físico, y por lo tanto su rostro brilló. Similarmente, el esfuerzo que hacemos en estudiar Torá y cumplir con los mandamientos de D-os refina incluso nuestros cuerpos físicos. Si nos esforzamos hasta el punto que la Torá penetre en nosotros, nuestros rostros brillarán.1