El Tercer Socio
"...aquel que aprende de su semejante un solo capítulo, una sola ley de la Torá, un solo versículo, una sola declaración [Bíblica ó Rabínica] o incluso una sola letra, debe rendirle honor..."
El Talmud compara las enseñanzas de la Torá con la plantación de semillas. Así como las semillas son fructíferas y se multiplican, de la misma forma lo hacen las palabras de la Torá. Una vez que se planta en la mente del alumno, así sea, un único concepto de Torá, éste germina, se desarrolla y prolifera, cosechando conceptos y conocimientos, a medida que su poseedor avanza en la vida. Como dice el Zohar: "No existe una palabra o una pequeña letra en la Torá que no contenga muchos secretos de la sabiduría Divina".
La frase "sed fructíferos y multiplicaros" es una referencia a la bendición de Di-s al primer hombre y a la primer mujer. Pues, la concepción y el desarrollo del conocimiento de la Torá en la mente del estudiante es similar a la concepción y desarrollo de una vida en el vientre materno.
Nuestros Sabios nos dicen: "Hay tres socios en la creación del hombre: Di-s, el padre y la madre". La capacidad de procrear es, en esencia, una distinción de naturaleza Divina. Todas las otras facultades -vista, oído, etc.- son finitas en su alcance; pero no es así cuando hablamos de nuestro potencial regenerativo. Los hijos se multiplican en nietos y bisnietos y así infinitamente: no existe un límite a cuántas generaciones pueden surgir de una única unión entre un hombre y una mujer. Sólo el "Tercer Socio" -el Creador- puede dotar a dos criaturas finitas de una fuerza infinita.
Este mismo potencial regenerativo está en la enseñanza: cuando Di-s es el "socio" de este esfuerzo, la relación maestro-alumno rendirá una infinita progenie. Pero a diferencia de la procreación física, donde el Todopoderoso concede el don de lo infinito a cada concepción, en este caso el Tercer Socio participa sólo si se Lo invita. Si la enseñanza y la búsqueda de sabiduría son en pos de fines positivos y sagrados, en el espíritu de la Torá y su Mitzvot, entonces la semilla que planta el maestro se "fructifica y multiplica" en la mente de su alumno. Pero si no existe más que un ejercicio de auto-realce, el conocimiento adquirido no trasciende el finito intrínseco del marco de quien lo imparte con quien lo recibe.
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