"¡Tengo el tipo perfecto para vos!". Perfección es lo que anhelamos cuando buscamos un marido, un médico o una niñera. Aquellos que han vivido bastante nos dirán que el único lugar para la perfección está en la búsqueda de perfeccionarse a sí mismo. ¿Pero, qué es "perfección"? ¿Tiene algún significado más allá de "lo que yo quiero" (o pienso que quiero)?
Esta semana concluimos—en el ciclo anual de la lectura de la Torá—el libro de Génesis, también llamado por nuestros Sabios "el libro de los justos". El Génesis es la historia de una serie de individuos perfectos: Adám (hecho "a imagen y semejanza de Di-s"), Noaj (que en la Torá es llamado "un hombre justo"), Abraham (descripto como "el querido de Di-s"), Isaac (la "ofrenda perfecta"), Iaakov (la "persona íntegra") y Iosef ("el justo"). ¿Qué tipo de perfección ejemplifican estas personalidades?
Adám fue el modelo original, "la obra maestra de Di-s". ¿Más perfección que eso? Él era tan perfecto que no lo pudo resistir, y fue en busca de la imperfección—algo para reparar, algo para lograr, para hacer. Es bueno que nosotros, como raza, hayamos empezamos perfectos, aunque sea sólo para entender de dónde viene nuestro anhelo de perfección y saber que podemos, de hecho, lograrlo.
Noaj era perfecto según las normas. Su generación completa era corrupta, pero él "caminó con Di-s". Incluso intentó llegar a los demás y mejorar sus maneras —no porque le importara en qué se convertirían, sino porque Di-s dijo que eso era hacer lo correcto. Le dio instrucciones precisas sobre cómo construir el arca, qué poner dentro, cuándo entrar, y cuándo salir. Y eso fue lo que hizo. Lo suyo fue una perfección egoísta. Había un objetivo: ser perfecto.
La perfección de Abraham fue la perfección del amor. Para Abraham, sentarse a comer era compartir con cada viajero hambriento; descubrir una verdad era enseñarla al mundo. Hacia afuera y abarcadora, la perfección de Abraham tenía a su ser como centro y el mundo entero como su esfera de acción.
Isaac encontró la perfección en la "auto-anulación". Ya que cada actividad humana o experiencia es imperfecta; la perfección radica en el esfuerzo por volver a unirse con esa "nada" Divina que es nuestra fuente. Cuando uno es "nada", uno es Uno con el Todo.
Iaakov logró la perfección a través de la armonía. A través del equilibrio entre el amor y el temor reverencial, a través de la fusión entre su asertividad y su bajo perfil. Él supo el secreto de la síntesis: que amar indiscriminadamente es también abrazar lo malo, pero retroceder al compromiso es abandonar lo mucho que hay de bueno en ello; supo también que afirmar el ego propio es volver la espalda a Di-s, pero erradicarlo del todo es neutralizar el propósito Divino. La vida de Iaakov fue una tensa cuerda de equilibrista tendida desde Hebrón pasando por Jarán y Egipto, sin apegarse a nada ni nadie en especial, pero sin ser un extraño a ellos; integrando lo mejor de cada uno a la totalidad de su vida.
La perfección de Iosef fue la perfección del desafío. De hecho, ¿puede algo ser perfecto sin que se lo haya probado antes, sin haber llegado a su límite y más allá? La rectitud de Iosef no fue la rectitud de un pastor meditando en un campo tranquilo, o un estudioso apartado en "las tiendas de estudio". Fue la rectitud llevada a las prisiones y palacios de Egipto, inmersa en el comercio y la política, envuelta en los cuernos de la riqueza y la depravación—y aún así, perseveró.
Seis personas, seis prototipos. Seis maneras de ser perfecto.
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