Ya desde que nuestro padre Abraham reconociera por vez primera al Creador y estableciera una relación personal con El, sus descendientes han estado siempre en conflicto con el resto del mundo.
Esta discordia ha asumido una complicada y gran variedad de formas a lo largo de la historia. Los judíos han estado en pugna con los idólatras, los helenistas, los cristianos, los musulmanes, los comunistas, los secularistas, etc. De hecho, parecería que el único límite al número de sus choques es el número de identificables perspectivas de mundo no-judías, o, más precisamente, no acordes a la Torá.
Dadas las numerosas y variadas expresiones de antagonismo entre la perspectiva de la Torá y otras percepciones de la realidad, podría presumirse que hay mucho terreno para la controversia y que la naturaleza de cada disputa es determinada por un conjunto único de suposiciones conflictivas. Por ejemplo, uno podría presumir que las raíces del conflicto entre la Torá y el cristianismo son fundamentalmente diferentes de aquellas subyacentes a la incompatibilidad entre la Torá y el concepto de evolución biológica.
Si ese fuera realmente el caso, ello parecería indicar que el judío fiel a la Torá está en una posición intelectualmente insostenible y que es solamente la testarudez, perversidad, y un extenuante aislamiento lo que lo impulsa a su interminable guerra de frentes múltiples. ¿Cómo le es posible al judío fiel a la Torá mantener una visión inmutable, única, que está en conflicto con tantos sistemas de pensamiento producidos por tantas grandes mentes a lo largo de la historia?
La respuesta es que la situación es mucho más simple de lo que parece a primera vista. Realmente sólo hay un único núcleo de antagonismo y sólo dos puntos de vista conflictivos: El judaísmo de la Torá y todo lo demás. El núcleo del antagonismo es el principio de "algo a partir de algo", que es la premisa fundamental unificadora sobre la que cada uno de los muchos componentes de la categoría comprendida en "todo lo demás" se basa. La antítesis de algo a partir de algo es el principio de algo a partir de nada, que es el fundamento de la óptica de la Torá acerca de la existencia.
¿Qué significa esto realmente? ¿Describe una única generalización simple con precisión la esencia del pensamiento judío en oposición al no-judío? ¿Lo explica realmente todo?
Para comenzar, algo a partir de algo es ciertamente una presuposición todo-abarcante que en definitiva explica todo lo que sucede en el mundo. Declarado con simplicidad, es la suposición de causa y efecto. Todo tiene una causa antecedente con la que puede relacionarse directamente. El antecedente de la gallina es el huevo. El antecedente de la casa es el cemento. El antecedente de la madera es el bosque, etc. Todo y cada suceso es producto de un progresivo desarrollo secuencial de causas. Todo viene de un identificable algo; de allí el proceso de algo a partir de algo. La cadena de "algos" puede ser muy extensa y el último eslabón puede verse muy diferente del primero. No hay, por ejemplo, similitud obvia alguna entre la semilla de una manzana y un árbol de manzanas. No obstante, el árbol es un eslabón distante en una larga cadena de causa y efecto de la semilla. Además, es el resultado predecible e inevitable. La semilla de manzana, por ejemplo, no puede producir un pez carpa o, da lo mismo, un árbol de melocotón (durazno). Los aspectos expresados por un distante algo en la cadena (un árbol) están limitados por los aspectos que definen un algo anterior (la semilla).
El concepto de que todo viene de algo parece obvio, lógico, y pragmático. Provee de una continuidad en el tiempo y el espacio sin la que no podríamos relacionarnos con nuestras circunstancias naturales. Dado que todo es consecuencia de una continuidad evolutiva de sucesos conexos, todo tiene una historia de la que es producto. Sobre esta base, uno puede interpretar el pasado y predecir, y de ahí en más responder a, sucesos en el futuro. Así, el proceso de algo a partir de algo sirve como razonamiento para diagnosticar y tratar la enfermedad, invertir en la bolsa de valores, o negociar un tratado con un gobierno extranjero.
Si esta descripción del principio de algo a partir de algo es precisa, resulta difícil ver algo de malo en ella. Parecería que hay aquí pocos motivos para que el judío que lleva una vida acorde a la Torá se enfade. Por el contrario, cuando se trata de la vida diaria, o de las actividades profesionales, los judíos fieles a la Torá operan en base a la suposición de algo a partir de algo exactamente como lo hacen todos los demás. Además, tanto los aspectos teóricos, como los aplicados, de la ley de la Torá, están repletos de ejemplos de razonamiento inductivo y deductivo, cosa característica del modo de pensar de algo a partir de algo. La ley de la Torá, en la mayoría de los casos, se ocupa de circunstancias naturales y asume un natural e interpretable orden de eventos. Asume que la naturaleza es real y que se comporta de una manera continua y predecible.
Hasta aquí, no hay polémica. La raíz del problema está en un nivel mucho más fundamental. Involucra a aquellos sucesos o seres para los cuales, según la Torá, no hay precedente, tal como la Creación y el Creador. Para decirlo de otra manera, la controversia no es sobre la naturaleza, sino más bien sobre la naturaleza de la naturaleza.
Incluso aquellos que son capaces de ignorar al Creador abogando que El no existe, se ven atrapados por el problema de cómo y por qué el universo (incluidos ellos mismos) ha cobrado existencia. Aunque hay una amplia variedad de enfoques sobre el tema, todos comparten la suposición subyacente común de algo a partir de algo. Así, dado que el universo actualmente consiste de un extenso número de entidades con medibles propiedades físicas organizadas de una manera única, su fuente más primaria debe estar, asimismo, de alguna manera, ligada a dimensiones y características físicas. La apariencia presente de cualquier aspecto particular de la Creación es el producto de una historia, o de una cadena evolutiva de sucesos que progresivamente moldearon un algo previo en un algo contemporáneo. Por ejemplo, los animales —incluyendo a los humanos— están hechos a partir de elementos químicos. Resulta, entonces, por el principio de algo a partir de algo, que los orígenes de toda especie animal deberían ser más simples, una colección menos procesada de elementos químicos que en el curso del tiempo, y en respuesta a eventos naturales, se desarrolló de un modo gradual, secuencial, hasta llegar a lo que son en este momento. No importa si los cambios que constituyen los pasos de la cadena ocurrieron individualmente o en paquetes. El principio rector de algo a partir de algo es el mismo. De hecho, hay tantas variantes del tema de algo a partir de algo como disciplinas científicas y filosóficas.
El mismo principio fundamental es invocado para explicar por qué los continentes se ven como son, por qué hay un antecedente universal de radiación de microonda, por qué la mitocondria contiene ADN, etc. En suma, como se dijera anteriormente, se utiliza la norma de algo a partir de algo para explicarlo todo. Esto no implica que cada explicación fuera simple o de que hubiera necesariamente una relación lineal entre cualquier conjunto de causas y sus efectos. Por el contrario, la relación puede ser tan compleja como para desafiar la interpretación. El comportamiento turbulento o caótico, por ejemplo, es impredecible debido a la complejidad de elementos que son alimentados dentro del sistema bajo observación. Además, como lo propone el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, podría ser imposible conocer simultáneamente todos los factores que determinan las propiedades físicas de un sistema. Esto no debilita la ley de algo a partir de algo, sino que simplemente indica que no podemos conocer todos los algos.
No resulta fácil comprender cómo una visión de mundo que no conduce a ninguna parte y en definitiva no explica nada llegó a estar tan arraigada en la psiquis humana. El principio de algo a partir de algo es, después de todo, una trayectoria espiral descendente de retroceso infinito. Por más lejos que uno extrapole regresivamente en la cadena de causa y efecto, hay empero una causa anterior que comparte las mismas limitaciones fundamentales que su progenie (es decir, se define por propiedades físicas).
Podría alzarse una objeción. Podría argumentarse que el principio de algo a partir de algo no es de ninguna manera un axioma globalmente aceptado. Por el contrario, es rechazado por mucha, si no la mayoría, de la gente, cuyo concepto de realidad necesita de la existencia de Di-s. Algunas personas, por ejemplo, ven en la naturaleza una expresión de inteligencia y propósito. Esto, por sí mismo, es tan lógicamente valedero como la perspectiva del secularista científico que no ve propósito alguno en la cadena de causa y efecto de la que presumiblemente evolucionó el universo. En verdad, considerando los asombrosos descubrimientos de la década pasada en la física y la cosmología, uno podría fácilmente argumentar que la suposición de inteligencia y propósito en la Creación es la posición intuitivamente más prevalente.
El problema es que a pesar de las muchas diversas conceptualizaciones de Di-s, debajo de todas ellas, El se ve desconcertantemente familiar. De hecho, El se ve, más o menos, como nosotros. Parecería que pese a que el reconocimiento de propósito e inteligencia en la Creación sustenta el concepto de un Creador inteligente y con fin determinado, este reconocimiento por sí solo no basta para superar la aparentemente ineludible atracción gravitacional de algo a partir de algo.
Nuestra captación del sentido de propósito e inteligencia creativa se deriva de la observación de nosotros mismos, pues nosotros somos las únicas entidades de la Creación (a las que tenemos acceso) que poseen estas cualidades. Nuestras nociones de "crear" son adquiridas asimismo al observar cómo lo hacemos. Después de todo, no hay otro modelo del cual aprender. Así, tomándonos a nosotros mismos como molde, extrapolamos en cuanto a Di-s. El tipo de dios con el que terminas, por supuesto, depende de la longitud y dirección de la cadena de algo a partir de algo. Una cadena corta de extrapolación produciría algo así como el panteón griego de dioses, que apenas difiere del paradigma humano. Una extrapolación más larga producirá un concepto más sofisticado, refinado, y menos limitado, de Divinidad. También, como es necesariamente el caso en una progresión de algo a partir de algo, el tipo de dios que se genera depende de los aspectos característicos del molde humano que sirve como primer eslabón en la cadena. El dios del Ayatolla Khomeini es obviamente muy diferente del de Albert Schweitzer.
Así, si un dios tiene (ha tenido) un cuerpo o si él (ella, ellos) existe en un estado puramente espiritual, es una cuestión sin ninguna consecuencia. El es un "él", una más grande y mejor versión del hombre. El es sabio, no como el hombre, pero sino muy x 10100 sabio. No solamente es él bueno, él es tantas veces en magnitud mejor que el mejor humano. En suma, él es definido por cualidades o propiedades, y es, por lo tanto, un "algo". El grado que nosotros no podamos conocer de él refleja la magnitud de las propiedades que Lo definen (limitan).
Si el Creador es un alguien/algo, entonces la ley de algo a partir de algonecesariamente regiría el proceso creativo. El universo, por ejemplo, también es un algo, cuya causa máxima es Di-s. Conforme esta línea de pensamiento, el universo existe tal como también El existe.
Existen, por lo tanto, muchas cosas —la totalidad de cualquier cosa que se encuentra en el universo (estrellas, neutrones, petunias...)-- así como también Di-s Mismo. El es el más grande y mejor algo, responsable de todos los demás algos, a los que El puede, todos, manipular. Sin embargo, una vez creados, ellos comparten con El la propiedad de existencia independiente.
La similitud de pensamiento entre los así llamados científicos secularistas y los fundamentalistas cristianos es una de las ironías más fascinantes de nuestro tiempo. Considerando, por ejemplo, la magnitud y amargura de la reciente y muy publicitada batalla entre evolucionistas y creacionistas, uno supondría naturalmente que cada lado abraza una antitética y hostil doctrina peculiar respecto del otro. De hecho, ambas escuelas adhieren a la clásica ortodoxia de algo a partir de algo. Los creacionistas no son menos evolucionarios en su pensamiento que los evolucionistas, y los evolucionistas no exhiben menos fe en su selección de suposiciones iniciales que los creacionistas. Las diferencias entre ambos lados son esencialmente lingüísticas. Los creacionistas invocan constantemente "milagros" para superar las ásperas manchas en su doctrina, en tanto que los evolucionistas insisten en sucesos cuyas probabilidades son menores a 10-30.
La perspectiva de la Torá de una existencia predicada sobre el principio de algo a partir de nada es algo un tanto más difícil de explicar que algo a partir de algopor la obvia razón de que la "nada" desafía la descripción y, por lo tanto, sólo puede ser apreciada por medio de la analogía. Una muy útil aunque imperfecta analogía es la del pensamiento humano creativo, ejemplo del cual es la fantasía ("soñar despierto").
No es infrecuente, por ejemplo en una particularmente aburrida reunión, que la mente de uno se ponga a vagar. Uno puede, por ejemplo, comenzar a contemplar una inminente reunión científica internacional. Con el ojo de la mente, uno prevé el Centro de Convenciones y la multitud de participantes. Uno se ve a sí mismo haciendo una presentación espectacular. El aplauso es abrumador. Editores hostiles de revistas y médicos miembros del consejo de investigación son corregidos. A medida que el sueño progresa, uno puede, a su antojo, insertar secuencias en las que los competidores son expuestos como fraudes o incompetentes. En suma, uno puede moldear la realidad de cualquier manera que le guste.
La indulgencia en tan ameno pequeño ensueño es bastante común, y no le damos mucha importancia. El acto de soñar despiertos, o fantasear, sin embargo, encierra algunos interesantes paralelos con el proceso de crear algo a partir de nada.
El fantaseador, por ejemplo, es un creador que ha originado un mundo que no existía antes de que él lo concibiera. Ha producido un lugar, lo ha poblado con gente y cosas, y lo ha provisto de una escala de tiempo para la acción.
La objeción a esta analogía es, por supuesto, que el fantaseador, de hecho, no ha creado nada. Es sólo un pensamiento. No tiene existencia independiente de él mismo, y existe sólo mientras tanto el pensador/creador escoge activamente pensar en ello. Esa, sin embargo, es precisamente la clave. Es un algo que se ha hecho a partir de la nada. Lo que es más, todos los objetos, personas y sucesos que caracterizan este mundo están hechos de la misma cosa, a saber, el pensamiento. El único antecedente a su existencia es el deseo del pensador de pensarlos. Los seres que habitan el mundo del pensamiento no tiene realidad independiente ni estabilidad intrínseca alguna dado que deben ser constantemente traídos a la existencia y animados por la voluntad del pensador. Si el pensador/creador se aburre de imaginar un individuo particular, no necesita producir circunstancias en las que el individuo ofensivo muera (aunque ciertamente puede hacerlo). Simplemente lo olvida. Análogamente, el pensador/creador no está limitado por ninguna necesidad, ley, o causas. Puede con idéntica facilidad crear un mundo en el que las cosas caen hacia arriba como uno en el que las cosas caen hacia abajo. Puede presumir cualquier cosa que le plazca. Shakespeare soñó al Rey Lear. A fin de hacer al Rey Lear como Shakespeare lo quiso, específicamente como un viejo hombre necio, Shakespeare no precisó imaginar su nacimiento, destete, adolescencia, y años intermedios. El Rey Lear de Shakespeare no es el producto de una serie de algos, p. ej., una madre permisiva e indulgente, habilidades sociales pobres como adolescente, y así sucesivamente. Más bien, es el producto de nada: el intelecto creativo libre de Shakespeare.
La metáfora del pensamiento humano creativo se correlaciona hermosamente con muchos, aunque de ninguna manera con todos, los aspectos de la creación universal. El judío fiel a la Torá no ve inteligencia y propósito en el diseño del universo, sino, más bien, que inteligencia y propósito son la materia con la cual está hecho el universo. La gente puede razonablemente esperar que a menos de que algo muy inusitado ocurra, el sol existirá dentro de cinco minutos. El judío de Torá sabe que a menos de que algo inusitado suceda, el sol no estará aquí dentro de cinco minutos, o siquiera cinco segundos. El evento singular es que el Creador del sol debe preocuparse El Mismo de investirlo de existencia y dotarlo de propiedades definitorias al pensar en él. El hecho de que el sol tenga una larga historia y que su existencia actual es ordenada por ley natural es irrelevante porque tiempo y ley natural son del mismo modo "pensamientos" que requieren atención constante.
Como en el caso del pensador creativo, el Creador del universo está solo, y la existencia del universo de ninguna manera compromete su "soledad". Además, tal como los pensamientos están unidos con, y dependen de, la voluntad del pensador, así son el Creador y Sus "pensamientos" uno. La gran declaración de fe judía, el Shemá ("Oye, Israel, el Señor es nuestro Di-s, el Señor es Uno", Deuteronomio 6:4), conocida generalmente como la máxima expresión de la unidad de Di-s, es entendida por muchos como significando que hay sólo un Di-s. Aunque esta interpretación no sea incorrecta, es trivial, y es, además, enteramente consistente con la doctrina de algo a partir de algo explicada arriba. El idea del Shemá no es que hay uno solo Di-s, sino más bien que El es todo lo que hay. Di-s es la única realidad. Todo lo demás, desde la totalidad del espacio hasta una hoja marchita que es soplada por el viento en el patio trasero de la casa, es Su "pensamiento" y está absolutamente subordinado, en forma y contenido, a Su Voluntad consciente.
Entre las muchas implicancias de la creación de algo a partir de nada, quizás la más importante sea la tremenda importancia que confiere a nuestras circunstancias naturales. Puesto que incluso los más mezquinos sucesos requieren de animación constante por parte del pensamiento de Di-s, ellos son obviamente de gran importancia para Di-s; de otra manera, El no Se preocuparía continuamente de pensarlos activamente. Además, aceptada la infinita, irrestricta, trascendente gama de Su creatividad, el hecho de que El eligiera crear nuestro mundo finito, con todos su detalles, no es menos que asombroso. Nada, por lo tanto, es trivial. La existencia de una mota de polvo requiere la misma atención que una galaxia. De ello resulta que la mota de polvo es tan esencial al cumplimiento del plan supremo de Di-s como lo es la galaxia. Hay un potencial Divino y un propósito trascendente absoluto en todo. Obviamente, no hay cosa tal como la casualidad.
Otra ramificación del principio de algo a partir de nada se relaciona con los fenómenos milagrosos. Ha habido mucho tormento por el "problema" de los milagros. Se han propuesto todo tipo de ingeniosos argumentos para reconciliar los milagros con los sucesos naturales. Estos argumentos proponen que el Monte Sinaí realmente era un volcán, la partición del Mar Rojo fue producto de una marea, y así sucesivamente. Aun más angustiosas son los torturadas apologías de científicos judíos religiosos que intentan reconciliar los milagros con el orden natural al invocar el Principio de Incertidumbre, el indeterminismo cuántico, o la naturaleza estadística de los fenómenos físicos. Estas gimnasias mentales son, por supuesto, exigidas por la adherencia a una perspectiva de mundo de algo a partir de algo.
Desde la perspectiva de algo a partir de nada, sin embargo, la ley natural es constantemente traída a la existencia por el libre albedrío Divino. Por lo tanto, la ley natural no es intrínsecamente más lógica u obligada que un suceso sobrenatural. El Creador puede imaginar al agua alzándose como pared tan fácilmente como puede dotarla con lo que se considera sus propiedades naturales. Para decirlo de otra manera, los sucesos naturales no son menos sobrenaturales que los sucesos milagrosos. Ellos son simplemente mucho más frecuentes.
La analogía del pensamiento creativo humano es sólo un punto de partida para el análisis de la creación universal. La analogía es seriamente limitada. No trata, por ejemplo, la aparente disociación entre nada y algo. El mundo no parece una colección de pensamientos. La gente y las cosas parecen ser realidades independientes. Además, según el argumento desarrollado hasta aquí, el irrestricto intelecto creativo de Di-s es denominado "la nada" por medio de la cual todo "algo" existe. ¿Por qué habría de llamarse "nada" a una emanación tan enaltecida del Creador? Por el contrario, es un muy gran algo, puesto que es la vida misma de la Creación.
Llamamos nada al intelecto creativo volitivo de Di-s porque no tenemos acceso directo alguno a éste y, por lo tanto, está fuera del plano de nuestra experiencia. No podemos verlo, sentirlo, detectarlo, medirlo, o siquiera imaginarlo. Algo con lo que uno no puede relacionarse de manera alguna es empíricamente nada. Una persona podría pasar toda una vida en este mundo sin percatarse jamás de que todo es Divinidad. El hecho de que la Divinidad nos es inaccesible, por supuesto, no compromete de manera alguna su realidad objetiva. Es nada sólo respecto de nosotros.
En verdad, el pensamiento voluntario Divino es igualmente nada respecto del Creador mismo, pero por una razón muy diferente. Observemos, una vez más, la metáfora de la fantasía. Concediéndole toda una vida de experiencia y aprendizaje, así como también imaginación ilimitada, ¿cuánto de la totalidad del soñador se refleja en el ensueño? Claramente, la "cantidad" del intelecto creativo del individuo investido en la fantasía es tan minúscula con para ser considerada nada. Una vez más, sin embargo, esta analogía es inadecuada porque el Creador no es un humano. El grado en que la persona trasciende una fantasía es verdaderamente incomparable con el grado infinito con el que el Creador trasciende Su Creación.
Todo esto nos deja con una muy perturbadora pregunta: Si el pensamiento del Creador está tanto más allá de nuestra captación como para ser nada, y si está tan infinitamente por debajo de Su esencia como para ser nada, ¿no descarta esto toda relación entre El y nosotros? Entre Su Ser y nuestro ser hay un insondable e interminable mar de nada. Desde nuestro lado, El está completamente más allá del alcance. Cualquier relación que tengamos con El sólo puede ser establecida desde Su lado. Nosotros sólo podemos saber de El aquello que El escoge revelarnos, y, notablemente, El ha elegido revelarnos mucho. Este es el milagro de la Torá. La Torá tiende un puente que elimina la inconmensurable distancia entre el Creador y la Creación.
Cómo y por qué Su Voluntad esencial infinita (que lo refleja a El Mismo) está investida en la Torá, es algo imposible de saber. Cómo un niño de cinco años que estudia Jumash (Biblia) con el comentario de Rashi puede captar la incaptable esencia de su Creador, no puede explicarse. Cómo atándose lostefilín sobre la cabeza y el brazo une la esencia del judío con la esencia de Di-s, no puede entenderse. Cómo objetos aparentemente triviales como matzá o un etrog pueden servir, en momentos específicos, como vehículos con los cuales capturar Divinidad y revelarla en tiempo y espacio, es insondable. Es, después de todo, Su Torá.
La Torá, entonces, está en el corazón de la posición de algo a partir de nada. Todos los teorizantes de algo a partir de algo enfocan la causalidad desde sus propias perspectivas y bajo sus propios términos. El judaísmo, que está en contraste con todos y todo lo demás, se basa en la verdad de que Di-s no es un algo, y por lo tanto, si nos hemos de aproximar a El como fuera, ello debe ser desde Su perspectiva y bajo Sus términos.
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