CUERPO
Llena un recipiente de agua.
¿Otra vez? Sí, otra vez. Ya pasó mucho tiempo desde que nos lavamos las manos. Y además la última vez no teníamos en mente la matzá. De cualquier modo, siempre es bueno levantarse y estirar un poco los músculos, ¿no?
Vierte el agua en la mano derecha. Repite la acción. Vuelve a repetirla. Lo mismo con la mano izquierda.
Di la bendición: “Bendito eres Tú, Hashem, nuestro Dios, Rey del Universo, Quien nos ha santificado con Sus preceptos y nos dio órdenes con respecto al lavado de las manos”
Sécate las manos.
ALMA
Mientras estamos en este mundo, la libertad es algo esquivo: al avanzar, somos libres. Si nos detenemos, otra vez estamos amarrados y encadenados.
Es por eso que la libertad es algo que nunca puede comprarse ni robarse. Uno nunca puede ponerse la libertad en la billetera y decir: “¡La libertad es mía para siempre!”.
Porque la libertad es un matrimonio: la libertad es el lazo que une nuestros seres finitos con lo Infinito; es el poder de trascender el mundo mientras seguimos trabajando dentro de él. Es el matrimonio del cielo y la tierra, del espíritu y la materia, del alma y el cuerpo. Y como en cualquier otro matrimonio, este se mantiene vivo únicamente a través de la renovación constante. Como el milagro de la división del Mar Rojo, suspendido en su estado de paradoja por una continua fuerza de otro mundo.
Aun así, en nuestro éxodo se nos concedió la libertad eterna. No porque se nos liberó de la esclavitud, sino porque se nos dio el poder de trascender en forma perpetua.
Ese es el orden del Seder de esta noche: Kadesh/Urjatz, Trascender y Purificar. Una y otra vez. Elévate bien alto y después lleva eso a la acción. Otra vez elévate bien alto, y vuelve a bajar eso todavía más. Nunca dejes de elevarte más y más alto. Nunca dejes de poner en efecto.
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