Una vez, yo estaba enseñando en una clase de tercer grado en la que había dos hermanas gemelas.

Un día, ellas llegaron tarde a la clase y le pregunté a una de ellas: “¿Por qué hoy llegaron tarde?”. Ella miró a su hermana, su hermana la miró a ella y entonces dijo: “Esta mañana tuvimos dolor de cabeza”.

Esta poderosa respuesta me sirvió de guía para asistir a familias en situaciones de crisis durante muchos, muchos años.

Lo que esa niña en realidad estaba diciendo era que si una hermana tenía dolor de cabeza, entonces, ese dolor era de las dos y las dos soportaban juntas esa carga.

En otra ocasión, pasé un tiempo con una familia cuyos hijos se quejaban amargamente de su padre. “Últimamente, está muy nervioso y muy tenso. Está pasando por una época muy estresante en sus negocios, trabaja más horas que de costumbre y cuando por fin llega a casa, está hecho un manojo de nervios y, entonces, se descarga con la familia. Nosotros actuamos como chicos normales, que hacen ruido e invitan a sus amigos a la casa, pero él no puede soportar esto. ¿Qué es lo que tenemos que hacer?”, me preguntaron.

Al preguntarle al padre, su respuesta fue: “En los últimos tiempos, tengo terribles dificultades en mis negocios, a tal punto que no puedo dormirme de noche a causa de las preocupaciones e incertidumbres que siento por el futuro. ¡Esto me está consumiendo! Y ellos, mis hijos, en vez de apoyarme, todo el tiempo se quejan y me hacen la vida todavía más difícil”.

Yo le sugerí que, tal vez, le convendría sentarse con su familia y compartir con ella los desafíos (no los problemas) que estaba enfrentando en ese momento y el efecto que ellos tenían en él.

Hay ciertas personas a las que les cuesta desconectarse y cambiar de roles; por ejemplo, un hombre de familia de pronto pasa de ser el proveedor a ser una persona vulnerable que le pide a su mujer y a sus hijos que le den apoyo emocional.

Es muy sabio demostrarles que tú, además de ser el sostén y jefe de familia, también eres un ser humano con sentimientos y emociones y que, en momentos difíciles, les estás pidiendo que te apoyen.

“Solamente puedes pedirle a la gente que te ayude” –le dije a ese marido y padre atormentado– “si estás dispuesto a dejar a un lado tu ego. Pregúntales a tu mujer y a tus hijos si tienen alguna sugerencia para hacerte sobre cómo traer más calma, paz y tranquilidad a tu hogar. Exploren juntos varias posibilidades sobre cómo manejar tu estrés una vez que tu familia te muestre su apoyo y entendimiento. Uno siempre está dispuesto a complacer al otro si entiende qué es lo que se le está pidiendo. En vez de hacerlos parte del problema, invítalos a formar parte de la solución”.

Este ejercicio también les va a enseñar a los hijos (y en especial, a los varones) a sentirse cómodos cuando expresan y comparten sus sentimientos. Al compartir esta difícil experiencia, vas a fortalecer la unidad familiar en vez de destruirla.

Hay algunos padres a los que les resulta muy difícil compartir los desafíos con sus hijos, porque quieren transmitirles siempre una sensación de seguridad. Ellos quieren darles la imagen de que “yo soy capaz de arreglármelas con todo y no hay nada que sea demasiado difícil para mí”.

En el otro extremo, hay padres que comparten con sus hijos todas sus dificultades, vulnerabilidades y problemas de relación.

Como todo en la vida, tal vez el camino intermedio sea el mejor.

Es importante dejar que los chicos sepan que en el viaje de la vida se nos presentan una variedad de desafíos. Necesitamos actuar con sabiduría acerca de lo que es apropiado compartir con ellos y lo que no lo es. Tenemos que explicarles que en épocas como estas, la familia tiene que mantenerse bien unida y que cada uno tiene que ofrecer su apoyo y ayudar a la persona que está enfrentando un desafío. Igual que en el cuerpo humano, que cuando un órgano se lastima, el cerebro tiene que proveer una cantidad adicional de sangre para ayudar al proceso de curación.

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