A los chicos norteamericanos siempre se les dice que nunca se suban al auto de un desconocido. Los EEUU son un país muy avanzado tecnológicamente; los EEUU están a la vanguardia de la locura. La ex Unión Soviética se está quedando atrás; allá la gente todavía viaja a dedo.

Yo miro y aprendo. Los taxis son más caros y no aceptan cigarrillos como forma de pago. Uno extiende la mano y el coche poco a poco va frenando. Uno le dice el nombre de una calle y el automovilista dice “dos dólares”. Uno le responde: “Un dólar”; él dice “olvídalo” y continúa con su viaje. Uno detiene el coche que le sigue y le dice el nombre de la misma calle. Él dice “súbete” y uno se sube. Si no convino un precio de antemano, uno corre el riesgo de oír un gruñido mudo cuando se baje.

Era una mañana muy fría y yo estaba desesperado por entrar a un auto calentito. Extendí la mano. Se detuvo un pequeño auto azul y de inmediato, como si fuera un viejo amigo de la familia, me meto en el coche sin preguntar ni decir nada. Y seguimos viajando en silencio por la calle Pushkinskaia rumbo a la sinagoga.

Con la prisa, me olvidé de fijar un precio. Cuando le trato de pagar, el hombre se niega a aceptar la suma que le mostré. Se niega a recibir ninguna clase de pago por el viaje. Yo me siento confundido y además es demasiado temprano a la mañana como para ponerme a discutir. Él me dice: “¿Qué es lo que no entiendes? Mírame bien. Yo soy judío; me llamo Cohen. ¿Acaso te parece que yo le voy cobrar a un alumno de ieshivá por llevarlo a la sinagoga?”. Yo le di las gracias y con ese dinero más tarde me compré una Coca.

La nieve cae y se va amontonando. Un copo tras otro, la tierra forma una espuma con la nieve medio derretida. Los camiones de nieve dan vueltas por la ciudad. El hielo se endurece. Las veredas se deslizan en una calle sin fin. Los vendedores y los mendigos navegan por el frío con no poca gracia.

Hoy a la noche es una de esas noches en las que lo único que me dan ganas de hacer es acurrucarme con mi gatito. Pero eso es imposible. Primero, porque hoy es la quinta noche de Jánuca. Segundo, porque no tengo gatos.

Hoy a la noche, cientos de judíos rusos van a celebrar en público la libertad religiosa. Hoy a la noche, el ministro de culto, Vladimir Voldovsky, se unirá al rabino principal de Kharkov, Moshe Moskowitz, en el encendido de la gigante menorá de Jánuca. Hoy a la noche, celebraremos la victoria de la luz por sobre la oscuridad. O por lo menos, haremos el intento.

¿De dónde provino la Menorá? ¿Quién la construyó? ¿Tal vez los propios macabeos?

La menorá de Kharkov fue creada por los alumnos, el primer grupo de alumnos de Lubavitch que llegaron a Kharkov. ¿Cómo es que alumnos de ieshivá tan jóvenes saben construir una menorá gigante desde menos de cero? Eso lo quiero reservar para otro artículo. Podríamos llamarlo Cien Maneras de Construir una Menorá en Rusia o La Menorá que se Hizo con Nieve. En Ucrania uno no pregunta: “¿De dónde salió?”. Si uno la tiene, la usa. Y hoy a la noche la menorá se erige en lo alto, dándoles la cara a todas las calles del mundo, empezando por Ulitsa Pushkinskaia.

Hoy a la noche el rabino principal y el ministro de culto van a llegar a tiempo y con la ayuda de una grúa los dos van a encender las cinco lámparas de querosén. La cubierta de vidrio mantendrá encendida la llama toda la noche y el calor de su luz derretirá el corazón helado del hombre. Ese era el plan.

Eso era lo que tendría que haber ocurrido. Eso fue lo que publicitamos. Eso fue lo que cientos de personas vinieron a ver. Pero la vida en Rusia es aquello que ocurre cuando uno tiene planes.

Hoy a la noche Iosi está dentro de la sinagoga, tratando de encender las lámparas heladas. Afuera, cientos de personas están esperando en la helada. El ruso que opera la grúa está enojado y quiere irse. Yo tengo los dedos congelados y con olor a gas.

Voy corriendo a ver qué pasa con las lámparas, pero entonces me detiene alguien de baja estatura. “¿Por casualidad tiene una pala?”. Se ofrece a limpiar la nieve que se acumuló en los escalones de la sinagoga. Yo le digo que es buena idea pero que no puedo ayudarlo con lo de la pala. “¿Se acuerda de mí?”. Y señala a un coche azul. Cohen vino a celebrar, a estar entre judíos. Cohen quiere hacer su parte, pero en verdad ya la hizo. Viniendo.

Ahora Iosi y Iefim tienen tres lámparas ya funcionando en la oficina. Pero ¿cómo podemos encender solamente tres lámparas en la quinta noche? Necesitamos un milagro de Jánuca, el milagro de las luces.

El ministro pronuncia unas cuantas palabras en ruso; el rabino emplaza la primera lámpara que funciona, después la segunda y después la tercera. Después lentamente trata de encender la cuarta y la quinta. Yo cierro los ojos, esperando un milagro, pero el milagro no se produce. Empieza la música y los judíos se ponen a bailar en la nieve. La grúa se aleja. Al cabo de unos minutos, dos lámparas se apagan y queda una sola brillando con intensidad. Yo le doy la mano a alguien y me pongo a bailar, a celebrar, a estar entre judíos. El Sr. Cohen sonríe y aplaude.

Es hora de ir a casa. Yo extiendo la mano y se detiene un auto. Viajamos un rato y entonces yo miro hacia atrás a través de la ventana escarchada, para ver el milagro de las luces. Setenta años de comunismo y una sola llama aún sigue encendida. Los judíos de Rusia todavía saben bailar. Y todavía es seguro hacer dedo. Bueno, por lo menos hoy a la noche.