Hace ocho meses, D-os nos bendijo con un hijo maravilloso, la bendición más grande de todas.
Es la cosita más linda, sonríe todo el tiempo, está normalmente de buen humor, le encanta comer sus verduras, duerme bien por la noche, y es un chico realmente muy bueno, gracias a D-os. Pero cuando está cansado, lo puedo notar de inmediato, sus ojos se tornan rojos y muy pequeños, empieza a ser difícil hacerlo reír, se pone un poco de mal humor, no quiere jugar ni comer, eso significa: hora de siesta.
Lo pongo a dormir en su cuna y salgo de la habitación; a veces llora un poco hasta que se duerme, pero no entro porque sé que pronto va a conciliar el sueño. Oigo a mi bebé llorar e igualmente lo dejo solo: ¿eso me hace una mala madre?
Hay momentos en los que no para de llorar, así que entro nuevamente, le pongo su chupete, lo calmo, y lo dejo nuevamente solo. En otras ocasiones, llora tanto que, eso es: él gana.
No puedo hacerlo caer dormido si él no quiere, ¿o si? Aunque yo sé que es lo que necesita en ese momento... El vuelve a sus juguetes en los brazos de mami, pero, ¿va a estar contento?
¿Va a disfrutar de ellos? Por supuesto que no, él todavía está cansado, podrá jugar durante dos segundos y luego comenzará a llorar de nuevo.
A lo largo de la historia, el Pueblo Judío en su conjunto, y asimismo, en el decurso de nuestras vidas individuales y particulares, nos encontramos en situaciones en las que nos quedamos solos y lloramos, porque no entendemos qué es lo que necesitamos en ese preciso momento, porque con nuestros “ojos de bebé”, eso es todo, no hay nadie en la habitación con nosotros, no sabemos que D-os está justo ahí detrás de la puerta, con el corazón roto de escuchar nuestro llanto, pero todavía esperando a ver si somos capaces de lograr nuestra misión sin él tener que intervenir.
Hay tres clases de escenarios diferentes, que pueden referir a tres tipos diferentes de personas, o también corresponderse con diferentes etapas en la vida individual de cada uno de nosotros.
El primero de ellos es cuando nos quedamos solos para llevar a cabo nuestra misión: podemos llorar un poco pues nuestra alma se ha separado del lugar elevado donde estaba, donde ella se regocijaba con la luz Divina, pero luego seguimos adelante. No tenemos necesidad de milagro alguno, sabemos para qué estamos aquí. Y aunque no entendamos por qué, sabemos que eso es lo que tiene que ser. Si estamos aquí significa que tenemos una misión.
El segundo es cuando no entendemos por qué estamos aquí, lloramos y no somos capaces de calmarnos solos. Ahí es cuando Hashem abre la puerta, entra, nos calma, como un destello de luz que, de pronto, ilumina nuestra vida, que nos muestra el camino, y nos da la fuerza para seguir adelante, porque ahora sabemos que, en realidad, no estamos solos. Incluso si no Lo vemos más en la habitación, ahora sabemos que tenemos una misión que cumplir.
Pero hay un tercer escenario, un escenario en el que lloramos tanto que nada nos puede calmar. Es en ese momento, cuando D-os viene y nos da toda su bondad, pero no tenemos la madurez suficiente para advertirlo, nuestros recipientes simplemente no están preparados para retener tanto amor y bondad, todavía no estamos preparados para ello, y seguimos llorando incluso mientras D-os nos tiene en sus brazos.
No importa en realidad, en qué escenario nos encontramos en este preciso momento, pues tarde o temprano todos conducen al mismo camino, tal cual le sucede a mi bebé, que no puede luchar contra el cansancio, y que en algún momento se quedará dormido, incluso sin darse cuenta.
Que pronto todos y cada uno de nosotros, colectiva e individualmente, podamos cumplir nuestra misión en este mundo y despertar de esta larga siesta para regocijarnos en los brazos de D-os, que sea muy pronto en nuestros días. Amén
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