Esta parashá contiene la descripción más pacífica que se pueda encontrar en toda la Torá sobre la vejez y la muerte: "Expiró Abraham y falleció en buena vejez, anciano y satisfecho; y fue reunido con los suyos" (Génesis 25: 8). Existe un versículo anterior, igualmente conmovedor: "Abraham era anciano, avanzado en años, y Di-s bendijo a Abraham en todo" (Génesis 24: 1).
Pero esta serenidad no fue solo el regalo de Abraham. Rashi se vio fascinado por la descripción de Sarah, "Sarah vivió 127 años. [Estos fueron] los años de la vida de Sarah" (23: 1). La última frase parece completamente superflua. ¿Por qué no decirnos simplemente que Sarah vivió hasta los 127 años? ¿Qué se agrega al decir "estos fueron los años de la vida de Sarah"? Rashi llega a la conclusión de que la primera mitad del versículo habla acerca de la cantidad de tiempo que vivió, mientras que la segunda nos habla sobre la calidad de su vida. "Estos, los años que vivió, eran todos igual de buenos".
Di-s les encomendó a Abraham y a Sarah que dejaran todo aquello que les resultaba familiar: su tierra, su hogar, su familia y que se dirigieran a una tierra desconocida.
Y sin embargo, ¿cómo es todo esto posible? La vida de Abraham estuvo dos veces en peligro cuando, forzado al exilio, temió que el gobernante local lo matara para quedarse con Sarah para que ella formara parte de su harén. Sarah misma tuvo que decir que era su hermana y tuvo que sufrir la humillación de ser llevada a la casa de un extraño.
Luego, sobrevino la larga espera por tener un hijo, que se hizo más dolorosa aún por la reiterada promesa Divina de que tendrían tantos hijos como estrellas en el cielo y polvo en la tierra. A continuación, ocurrió del nacimiento de Ishmael, hijo de la sirvienta de Sarah, Hagar. Un drama que sin duda agravó la relación entre ambas mujeres, y con seguridad, Abraham tuvo que pedirle a Hagar y a Ishamel que se retiraran. De un modo u otro, esto fue muy doloroso para las cuatro personas involucradas.
Más tarde, sucedió la agonía de la atadura de Itzjak. Abraham se vio cara a cara con la posibilidad de perder al ser que más amaba, al hijo que había esperado durante tanto tiempo.
Ni Abraham ni Sarah tuvieron una vida sencilla. Sus vidas siempre estuvieron marcadas por las elecciones. Fueron vidas de juicio, en las que la fe fue probada en reiteradas oportunidades. ¿Cómo puede decir Rashi que todos los años de Sarah fueron igual de buenos? ¿Cómo puede la Torá decir que Abraham había sido bendecido con todo?
La respuesta la encontramos en la propia parashá, y es bastante inesperada. Siete veces recibe Abraham la promesa de la tierra. Esta es solo una de ellas:
Di-s le dijo a Abraham, luego de que Lot se apartó de él: "Levanta tus ojos y mira desde el lugar donde te encuentras hacia el norte y hacia el sur, hacia el este y hacia el oeste. Pues toda la tierra que tú ves, te la entregaré a ti y a tu descendencia, para siempre… ¡Levántate, recorre la tierra a lo largo y a lo ancho, pues a ti te la entregaré!" (Génesis 13: 14-17).
Sin embargo, para el momento en que Sarah muere, Abraham no posee tierra alguna y se ve forzado a prosternarse ante los hititas y rogarles el permiso para adquirir un pequeño terreno con una cueva en la cual enterrar a su esposa. Incluso en ese momento, debe pagar una suma exorbitante de dinero: cuatrocientos shekels de plata. Esto no se parece en nada al cumplimiento de la promesa de "toda la tierra, norte, sur, este y oeste".
Luego, en relación a los hijos, Abraham recibe la promesa cuatro veces: "Te convertiré en una gran nación" (12: 2). "Haré que tu descendencia sea como el polvo de la tierra" (13: 16). Entonces Di-s lo sacó afuera y le dijo, "Mira, por favor, hacia el cielo y cuenta las estrellas si es que las puedes contar". Y le dijo: "Así de numerosa será tu descendencia" (15: 5). "Tu nombre no será más Abram, sino Abraham será tu nombre, porque te he hecho padre de una multitud de naciones" (17: 5).
Sin embargo, tuvo que esperar tanto por un hijo de Sarah que cuando Di-s insistió en que ella tendría un varón, tanto Abraham (17) como Sarah (18: 12) rieron. (Los sabios marcaron una diferencia entre estos dos episodios, dijeron que Abraham rió de alegría y Sarah rió por descrédito). En general, en el Génesis, el verbo tz-j-k, reír, está cargado de ambigüedad.
De un modo u otro, si pensamos en los hijos o en la tierra, en relación con las dos promesas centrales que Di-s les hace a Abraham y a Sarah, la realidad dista mucho de lo que ellos podrían haber deseado.
Precisamente, ese es el significado y el mensaje de Jaiei Sarah. En dicha parashá, Abraham hace dos cosas, adquiere la primera parcela de tierra de Canaan y arregla el casamiento de Itzjak. A él, le bastó una parcela con una cueva para que dijera: "Di-s bendijo a Abraham con todo". Del mismo modo que bastó un único hijo, Itzjat, quien para entonces ya se había casado y había tenido hijos (Abraham tenía 100 años cuando nació Itzjak, Itzjak tenía sesenta cuanto nacieron los mellizos, Jacob y Esav, y Abraham murió a las 175 años) para que Abraham muriera en paz.
Lao-Tzu, el sabio chino, dijo: "Para hacer un viaje de mil millas, solo hace falta dar el primer paso". A dicha frase, el judaísmo le agrega "Tú no tienes la obligación de terminar el trabajo, pero no eres libre para desentenderte de él" (Avot 2: 16). Di-s mismo le dijo a Abraham: "Pues lo he elegido porque él ordena a sus hijos y a su descendencia que conserven el camino de Di-s haciendo caridad y justicia, de modo que Di-s le dé a Abraham todo lo que le prometiera" (Génesis 18: 19).
El significado de esto es muy claro. Si se aseguran que sus hijos continúen viviendo con los mismos valores que ustedes lo hicieron, pueden tener fe que ellos continuarán su camino hasta que eventualmente lleguen a destino. Abraham no necesitó ver toda la tierra en manos de los judíos ni tampoco necesitó que los judíos se convirtieran en un pueblo numeroso. Él ya había dado el primer paso. Él ya había comenzado la tarea y sabía que su descendencia la continuaría. Pudo morir en paz porque tenía fe en Di-s y en que otros completarían aquello que él había comenzado. Lo mismo ocurrió sin duda con Sarah.
Cuando logramos poner nuestras vidas en manos de Di-s; cuando tenemos fe en que, pase lo que pase, todo ocurre por algún motivo; cuando sabemos que somos parte de un relato mucho más extenso que nosotros mismos; y cuando creemos que otros continuarán aquello que hemos empezado, solo entonces, adquirimos un grado de satisfacción en la vida que no puede destruirse por meras circunstancias. Abraham y Sarah tenían fe y, por eso, pudieron morir sintiéndose completos y realizados.
Ser felices no significa que tengamos todo lo que queremos o todo lo que se nos prometió. Significa, simplemente, haber hecho aquello que fuimos encomendados a hacer, haber dado el primer paso y haber pasado el legado a las generaciones futuras. "Los rectos, aun en su muerte, son considerados como si todavía estuviesen vivos" (Brajot 18a) porque los rectos dejan una huella viva en aquellos que los suceden.
Si eso fue suficiente para Abraham y para Sarah, con certeza, debe serlo para nosotros.
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