Así como para construir una casa se requieren muchas herramientas, los padres necesitan desarrollar muchas habilidades para construir una simiente fuerte de buenas middot, de buenos rasgos del carácter. El enojo y la crítica no son buenas instrumentos para la construcción, ya que destruyen la autoestima de las personas, la confianza y la seguridad.

Hace algunos años, tuve una alumna llamada Lia quien, con mucho entusiasmo, ponía en práctica todas mis ideas. Utilizaba las herramientas y técnicas que yo le daba para ayudar a sus hijos a enfrentar la pérdida y la frustración, para expresar sus emociones y construir su autoestima.

A pesar del carácter temperamental que tenía su esposo ‒quien solía enojarse‒, estas tácticas funcionaban a la perfección para los niños pequeños y los ayudaba a controlar sus impulsos negativos. Por desgracia, la hija mayor, Sharon, ya era una adolescente cuando su madre decidió poner en práctica mis ideas, y la joven adoptó el camino que había elegido su padre. En el hogar, era una joven sarcástica y condescendiente, pero para todo el resto era adorable y muy virtuosa.

Cuando Sharon se casó con Eli, decidieron que no implementarían ninguna de las “tonterías psicológicas” que Lia utilizaba. Según ellos, “los niños debían ser obedientes sin necesidad de premios, cronogramas o cuadernos”. Su hijo mayor, Mike, apenas tenía dos años cuando sus padres comenzaron a pegarle por ser “irrespetuoso”. Esto incluía que el niño no ordenase sus juguetes a tiempo, que no los mirara a los ojos cuando lo regañaban, que se le cayera comida al piso o que no se durmiera inmediatamente cuando lo acostaban. Para enseñarle la lección, lo mandaban a dormir sin comer o lo dejaban en penitencia y, a veces, lo encerraban en una habitación a oscuras durante horas o lo hacían pararse fuera de la casa en el frío helado.

Ellos se consideraban padres devotos que estaban educando a sus hijos en forma adecuada. Cuando Mike respondía, ellos actuaban con rapidez de manera amorosa; cuando no, le pegaban y lo castigaban. A veces, le compraban un juguete y no le permitían jugar con él porque se había portado “mal”. Y lo dejaban ahí, sobre la heladera, donde pudiera verlo, pero no tocarlo; así recordaría que había sido irrespetuoso. Las peleas por el poder fueron en escalada; cuanto más se enojaban sus padres, más desafiante se tornaba Mike.

Actualmente, Mike tiene diez años. Cuando se siente frustrado molesta a sus hermanos menores, le pega a su madre y rompe objetos de valor en el hogar. A veces se rehúsa a comer, bañarse o vestirse, lo que hace que sus padres se enojen aún más. Las amenazas de dejarlo sin comer ya no funcionan, ya que él puede pasar días sin probar bocado. En cuanto a los golpes, aprendió que puede golpear más fuerte de lo que lo golpean a él. Como no tiene miedo de lo que le pueda pasar, suele escaparse de su casa sin reparar en lo peligroso que esto puede resultar. Cuando le sugerí a Lia que lo ayudara a Mike a construir su confianza llamándolo todos los días para hablar de sus victorias, los padres le dijeron que ya no sería bienvenida en su casa si continuaba con esas prácticas. Sharon le dijo “con una casa llena de chicos sumado al estrés de la vida, no tengo tiempo para ese tipo de tonterías”.

Cuando las maestras de Mike se quejaron de que era violento con sus compañeros, malhumorado y poco comunicativo, los padres consultaron a un psiquiatra para que les dijera qué medicamentos psiquiátricos lo calmarían y lo harían más obediente. Parecían padres tan dedicados que el médico solo pudo percibir un niño perturbado y no el contexto que lo había llevado a estar así.

El enojo resulta muy costoso. Puede parecer que funciona mágicamente con los niños pequeños: hacerlos que limpien, que vayan a dormir, que se mantengan calmados y hagan todo lo que sus padres les indican. Pero “el camino rápido del enojo” es en verdad un camino muy largo. Estudios del cerebro muestran que el desarrollo mental de los niños se ve afectado no solo por el abuso físico o el abandono, sino también por la violencia verbal permanente entre sus padres; incluso, cuando el niño está durmiendo. Mike había aprendido a odiarse a sí mismo y a temerle a las personas.

Un hogar conflictivo les enseña a los niños que el mundo no es un lugar seguro y que las personas son peligrosas. Cuando los padres son abusivos, los hijos, inevitablemente, se convierten en seres violentos para con ellos y para con otros, ya que han aprendido que esa es la manera en la que se relacionan las personas, lastimando y siendo lastimadas. De manera constante, desafían a sus padres para demostrarse que no pueden confiar en ellos. Algunos se vuelcan a las adicciones, ya que las computadoras, el chocolate o el alcohol nunca demostrarán enojo, rechazo o decepción. Por el contrario, las adicciones los reciben con los brazos abiertos y les ofrecen la ilusión del “amor” en forma de vínculo ficticio.

Entonces, ¿qué podemos hacer cuando un niño nos saca de nuestros cabales o cuando nos sentimos agotados, exhaustos, sobrepasados e irritados? El enojo está impreso en nuestro cerebro. De niños lloramos cuando tenemos hambre, estamos aburridos o irritados. De adultos, nuestro “cerebro infantil” hace berrinche cuando nos sentimos privados de alguna necesidad física o emocional. Sin embargo, como adultos, deberíamos poder tomar nuevas decisiones y desestimar aquellas que nos presenta nuestro cerebro primitivo. La próxima vez que sienta enojo, haga lo siguiente:

1. Sienta el dolor. Somos humanos. Criar hijos es una tarea difícil. No niegue el sentimiento de tristeza, enojo, traición, decepción, frustración o dolor. Póngale nombre a la pérdida. Los niños causan pérdidas físicas, como la pérdida de confort, privacidad, espacio, estructuras, orden, seguridad, tiempo o sueño. También pueden generar pérdidas emocionales como la pérdida del amor, del respeto, de la confianza en uno mismo y la falta de reconocimiento, validación, pertenencia, comunicación y de justicia. Muchas veces sentimos que hemos desechado la posibilidad de cumplir algún sueño personal. Si somos capaces de ponerlo en palabras, entonces, seremos capaces de enfrentarlo.

2. Agradézcale a Di-s. Debemos pensar “Di-s, tú haz hecho que mis hijos actúen de esta manera en este momento para darme la oportunidad de trabajar mis middot. De esta manera, podré poner en práctica la paciencia, la madurez y la compasión. De lo contrario, puedo destruir mi relación y aumentar mi presión y mi colesterol”.

3. “Riegue” los sentimientos positivos. Todo aquello que regamos crece. La madre de Mike “regó” el enojo y el odio. La única forma de evitar esto es hablando asiduamente con nuestros hijos acerca de sus victorias y de las nuestras. Pueden hacer una lista y ponerla en la heladera. Hágale saber de estas victorias a sus familiares y amigos. Compartan dicha lista en la mesa de shabat. Esto les enseñará a los niños que son capaces de controlarse y que en esencia son buenos. Di-s no permita que internalicen, como Mike, el mensaje de que “son inútiles, fracasados y que nadie los quiere”.

Hacer esto es como ejercitarse físicamente. Nos acostumbramos a responder al estrés y al malestar enfocándonos en la solución en vez de actuar como animales enfurecidos. Es importante recordar que los niños solo tiene un cerebro primitivo e impulsivo. Su corteza prefrontal, la parte del cerebro encargada de resolver problemas, no se desarrolla por completo hasta los 20 o 25 años. Podemos enseñarles a controlarse solo si los hacemos con entusiasmo cuando son obedientes y cooperan y mostrándoles cómo nosotros mismos ejercemos nuestro autocontrol.

Una persona violenta piensa “el enojo me motiva para demandar que se cumplan mis necesidades y se respeten mis derechos. Debo enojarme o las personas me privarán de mis derechos, no me respetarán y se aprovecharán de mi”. No debemos enseñarles eso a nuestros hijos. Si no tenemos la capacidad de controlarnos, tengamos la humildad para buscar ayuda antes de arruinarles la vida a nuestros hijos.

Como madre joven, escribí una frase en mi sidur: “No abriré mi boca para decir nada, a menos que tenga amor en mi corazón”. Nuestras fuentes nos dicen “Conforme a cómo la persona desee ir, así se le proveerá la asistencia divina”. (Talmud, Makot 10a). He presenciado muchos milagros a lo largo de mi vida. No siempre he conseguido que las personas cooperen conmigo o me traten con respeto, pero siempre mantuve mi sanidad y sentido de respeto propio. Y eso fue más importante que cualquier otra cosa. Inténtenlo. Ahorrarán muchísimo dinero en terapeutas.

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