Cuando se trata de la paternidad, nuestros instintos no siempre son acertados. Por ejemplo, cuando un niño hace algo destructivo, puede que nuestro primer impulso sea gritarle. Esa respuesta es “natural” e “instintiva” y, sin embargo, suele ser contraproducente. De hecho, muchos de nuestros actos espontáneos para educar a nuestros niños suelen tener poco o ningún impacto positivo en ellos. Analicemos cuatro ejemplos y veamos cómo podemos convertirlos en estrategias educativas efectivas.

1. Hacer hincapié en lo malo en vez de lo bueno.

Este error nace de una tendencia natural a ver lo que está mal con mayor facilidad que aquello que está bien. Si un hermano molesta a otro, su comportamiento llamara nuestra atención con mayor facilidad que si está sentado a su lado ayudándolo o jugando con él. El problema de enfocase siempre en el comportamiento malo es que la atención refuerza el comportamiento. Cualquier tipo de atención –placentera o no– alienta el comportamiento al cual está vinculado. Si solo nos dirigimos al niño cuando hace algo malo, es muy probable que vuelva a hacer eso mismo que estaba haciendo mal nuevamente. No importa que parezcamos firmes al respecto o que nuestro discurso sea categórico. No importa si a esto le sumamos una consecuencia negativa. Siempre que prestemos atención a un comportamiento específico, el resultado será que veremos más de ese comportamiento. Por ejemplo, pedirle a un niño que coma con la boca cerrada por lo general hará que coma con la boca abierta, porque el comentario fue hecho a raíz de que estaba comiendo con la boca abierta.

Por lo tanto, debemos intentar prestar más atención a las actitudes y comportamientos neutrales (no-problemáticos) y positivos (merecedores de recompensa). Debemos hablarles, sonreírles e incentivarlos cuando no están haciendo nada malo y cuando hacen cosas buenas. Si bien puede resultar difícil si el niño suele actuar de forma incorrecta, resulta aún más importante que destaquemos las cosas buenas que sí hace. Pronto veremos cómo su comportamiento mejora. Focalizar nuestros esfuerzos educativos en intervenciones positivas concuerda con lo que nuestros sabios decían: “la mano derecha acerca, mientras que la izquierda aleja”. La mano derecha hace referencia a la comunicación afectiva, a la mano hábil. La mano izquierda, la no hábil, simboliza la disciplina y tiene un rol menor en la crianza.

2. Ejercer la disciplina de forma errada

Irónicamente, el hecho de no disciplinar al niño cuando corresponde también representa un problema. Los niños no necesariamente desisten de las conductas negativas porque sí. De hecho, cuanto más se involucran en dicha conducta, más se afianza a nivel neuronal en sus cerebros. Un niño que habla groseramente, por ejemplo, está instaurando una forma de comunicación en su cerebro. Cuanto más se prolonga dicho comportamiento a lo largo del tiempo, más natural se vuelve. Si bien no es necesario o recomendable disciplinar todas las conductas negativas de los niños, es importante que llevemos registro de ellas para enfrentarlas cuando sea pertinente.

La mayoría de los comportamientos inapropiados pueden corregirse con disciplina positiva, una forma intensa de atención positiva en relación a la conducta deseada. Este tipo de disciplina será percibido de forma agradable por el niño. “Disciplina” significa educación, no castigo: no hay necesidad de optar por una forma de disciplina basada en el castigo cuando existen técnicas correctivas que se perciben como agradables y mediante las cuales se puede conseguir el mismo objetivo. Más aún, este tipo de práctica se enfoca en el comportamiento deseado más que en el inapropiado.

Por ejemplo, digamos que el niño tiene un déficit de atención al momento de escuchar. En vez de castigarlo por no escuchar, resulta aconsejable destacar su comportamiento cuando sí escucha. Por ende, cuando vemos que está prestando atención y responde adecuadamente a una indicación, podemos felicitarlo y hasta darle un premio por ello. Este tipo de acercamiento puede utilizarse con todas aquellas conductas que resulten inapropiadas, y solo actuar mediante la disciplina “dura” en ocasiones excepcionales, cuando observamos que no hay respuesta a un acercamiento de disciplina positiva.

3. Enojarse

Los padres son seres humanos, por lo que naturalmente sienten enojo. Sin embargo, este es un sentimiento que nuestros sabios nos advierten debemos evitar. Es preciso trabajar sobre nuestra personalidad para sentir menos enojo y aprender cómo evitar hablar y actuar cuando nos invade. Cuando se trata de la paternidad, el enojo puede dañar el desarrollo de un niño al igual que la relación padre-hijo. Por el momento, solo diremos que el enojo tiende a poner toda la atención en la conducta negativa y, por lo tanto, aumenta las posibilidades de que esta conducta se repita.

Cuando sentimos enojo, no debemos intentar educar a nuestros hijos. Debemos esperar a que el enojo pase y que hayamos podido pensar acerca de lo que verdaderamente queremos transmitirles. Si ya hemos estado poniendo en práctica la disciplina positiva sin obtener resultados, siempre podemos recurrir a las prácticas disciplinarias tradicionales. Sin embargo, esto debe hacerse sin dejar entrever la más mínima señal de enojo.

Afortunadamente, es posible disciplinar tanto a niños como a adultos sin enojo. Después de todo, “la sanción correcta” (como una multa por conducir a alta velocidad) puede resultar un método efectivo para modificar ciertas conductas. Al igual que un policía no precisa gritar para que conduzcamos a la velocidad permitida, los padres no precisan gritarles a sus hijos para que cooperen. El policía nos labra una multa (un costo en dinero por nuestra acción). También es posible para un padre labrarle una multa a su hijo (la pérdida de un privilegio, una composición o algún otro tipo de consecuencia poco placentera) a fin de establecer lo limites dentro del hogar.

4. Insultar

Si etiquetamos a nuestros hijos por sus actitudes, somos igual de culpables que un niño que insulta. La regla dentro de la vida familiar es que nunca debe etiquetarse negativamente a un hijo, sin importar lo certera o fehaciente que sea la etiqueta. Palabras como “vago”, “estúpido”, “egoísta”, “irresponsable”, “despreocupado”, “agresivo” y “cruel” son todas formas de insultos.

La gramática no entra en juego aquí. Todas las frases que aparecen a continuación tiene el mismo significado para el niño: “Estás siendo cruel”, “Lo que estás haciendo es cruel”, “No seas cruel”, “Lo que hiciste fue cruel”. Desafortunadamente, la palabra “cruel” será la única que el cerebro registre y recuerde de cada una de esas frases. Los rótulos despectivos rápidamente se convierten en “glucosa”, por así decirlo (se almacenan en el cerebro como si hubiéramos dicho “eres cruel”). Este es el resultado de cómo el cerebro procesa el lenguaje y no hay nada que podamos hacer al respecto, excepto intentar evitar el uso de dichas palabras cuando hablamos. (Por cierto, la Torá evita el uso de rótulos negativos siempre que es posible, utilizando incluso más palabras para parafrasear algo de forma positiva en vez de describirla sencillamente con palabras negativas. Esto va en contra del principio de la Torá de usar la menor cantidad de palabras posibles para expresar sus enseñanzas).

En vez de usar palabras negativas, es posible describir el comportamiento inaceptable y dejar de lado los adjetivos descalificadores. Por ejemplo, en vez de decirle al niño que está siendo irresponsable, podemos marcar que es su deber encargarse de sacar la basura y que la familia cuenta con él para que lo haga. Incluso es posible utilizar adjetivos positivos, y decir: “Debes ser responsable. La familia cuenta contigo para que lo seas”. De forma similar, cuando un niño es irrespetuoso con otro podemos decirle que debe ser “amable” o “respetuoso”, y luego proseguir con la intervención normal para reforzar su comportamiento amable. No hay necesidad de usar la palabra “irrespetuoso”, que es hiriente, insultante y formadora de concepto (es decir que el niño se verá a sí mismo como una persona irrespetuosa y por lo tanto actuara de esa forma más a menudo). Las etiquetas tienen un impacto real sobre los niños.

Evitar estas prácticas engañosas pueden ayudarnos a guiar a nuestros niños de manera más efectiva y alegre. Después de todo, más optimismo y menos negatividad son buenos para todos, en especial para los niños.