Era mi turno de pagar en la caja del supermercado. Le pasé mi tarjeta de débito al cajero. Rechazada. Le entregué mi otra tarjeta de débito. Rechazada. “¿Aceptan cheques?”. No aceptan. (No los culpo, ¡yo tampoco aceptaría un cheque de alguien cuyas dos tarjetas de crédito fueron rechazadas!). Conté cuánto dinero en efectivo tenía, no era suficiente para pagar la cuenta.
La gente en la fila comenzaba a ponerse ansiosa; el cajero, impaciente. Muy bien, no hay problema, me dije a mí misma. Miré mi carrito y comencé a sacar algunas cosas. “No necesitamos jugo, ni esto ni...”. Quería llegar a lo que realmente necesitaba, lo esencial. Pagué por lo que pude y salí del supermercado. Una parte de mí se sentía avergonzada, humillada. La otra me cuestionaba, ¿qué tiene de malo contentarse con lo que Di-os nos da? Si esto es lo que tenemos, ¿por qué me siento privada si no tengo más?
Cuando Iaakov salió de la casa de sus padres escapando de su hermano Esav, tuvo un sueño. Había una escalera, y ángeles que subían y bajaban por ella. Di-os se apareció a Iaakov en el sueño y le dijo: “...Mira, Yo estoy contigo y te protegeré dondequiera que vayas y te haré regresar a esta tierra, pues no te dejaré hasta haber cumplido todo lo que te he prometido” (Génesis 28: 15). Cuando Iaakov se despertó en la mañana, hizo una promesa a Di-os y le pidió “dame pan para comer y ropa para vestir”.
Iaakov acababa de despertar de una profecía en la que el mismo Di-os le prometió siempre estar con él. En verdad, podía haber pedido cualquier cosa. ¿Por qué no pedir riquezas o, al menos, comodidad o un carro cero kilómetros, oro, plata? ¡Al menos, un buen trozo de carne! En vez de esto, Iaakov pidió pan para comer y ropa para vestir. “Di-os, dame lo que necesito, nada más que lo necesito. Dame lo que sabes que es mejor para mí y lo que va a sacar lo mejor de mí”. Más tarde, vemos que Di-os bendijo a Iaakov con riqueza, muchos hijos y gran honor. Pero Iaakov no pidió nada de eso y sabía que no era para él o para su placer, sino herramientas que se le entregaron con el objetivo de elevarse espiritualmente y llegar más cerca de su fuente Divina.
Al otro día pasé por una tienda donde había zapatos a un precio ridículo, solo $3. ¡Zapatos por $3! ¿Te imaginas? Elige los colores, por $30 puedes tener todos los colores del arco iris y más. Era una especie de liquidación por cierre, y la gente los compraba como loca. Lo veo muy a menudo. Yo también soy culpable de esto. Abres tu gavetero y tienes ropa que o te olvidaste que tenías ¡o nunca te la pusiste! ¡El teléfono celular o algún dispositivo electrónico que costaba $200 ahora está en promoción a $25! ¡Cómpralo! ¿Lo necesitas? Claro que no, pero te convencerás a ti mismo de que sí, porque está muy barato.La gente contrae deudas por comprar “ofertas”. ¿Para qué? Para tener zapatos que combinen perfectamente con una camisa nueva que, por supuesto, tiene que combinar con otra prenda. No hay fin, no hay alegría y no hay elevación en esto. Seguramente te deja vacío y queriendo aún más.
“En Gabaon, Di-os se apareció a Salomón en un sueño en la noche y le dijo ‘Pídeme lo que quieras, y te lo daré’” (Reyes I 3: 5).
Salomón pidió sabiduría y entendimiento.
“Y fue bueno a los ojos del Señor...‘porque has pedido esto y no has pedido larga vida y no has pedido riquezas y no has pedido la vida de tus enemigos, pero has pedido entendimiento, comprender la justicia, —he aquí que he actuado de acuerdo con tus palabras—... No solo eso, sino que también aquello que no has pedido te lo concedí —hasta la riqueza y el honor— todos tus días, como nunca ha tenido ningún hombre entre los reyes como tú’” (Ibid. 3: 10–13).
El rey Salomón quedó marcado en la historia no por su gran riqueza, sino por su increíble sabiduría. Sabiduría y cercanía a Di-os fue lo que pidió, y eso fue lo que recibió, además de mucho más. Es el mismo rey Salomón quien nos enseña: “Un amante del dinero nunca estará satisfecho con el dinero, un amante de la abundancia no tiene trigo. Esto también es vanidad. A medida que aumentan los bienes, también lo hacen los que los consumen. ¿Qué ventaja tiene entonces su dueño, sino lo que sus ojos ven?” (Eclesiastés 5: 9-10).
Desafortunadamente, estamos influenciados por una sociedad que no come cuando tiene hambre, sino cuando está aburrida. Damos bizcochos y caramelos a nuestros hijos para que estén tranquilos. Estamos distraídos por la asequibilidad, y es lamentable, porque somos mucho más que eso. Rabí Shneur Zalman dijo: “Lo que está prohibido, está obviamente prohibido. Pero mucho de lo que está permitido es innecesario”. No es que debamos privarnos o que privarnos sea la única manera de crecer y sentirnos bien con nosotros mismos. Por el contrario, según la ley judía vemos que, por ejemplo, en las festividades, uno debe comer carne y beber vino y dar golosinas a los chicos en preparación para la festividad; un marido debe comprarle a su esposa ropas nuevas y joyas. Pero esto es para un propósito específico. Estos son supuestos medios para acercarnos a Di-os. Sin embargo, al tentarnos con lo innecesario, a menudo nos distraemos de nuestro objetivo, en vez de acercarnos a él.
Estoy por salir al supermercado. Me siento, tomo un bolígrafo y un papel. Hago una lista de lo que realmente necesito y puedo pagar. Lo hago porque sé que es muy fácil llegar y perder el objetivo de vista.
“Di-os, por favor, dame pan para comer y ropas para vestir. Concédeme la sabiduría y el entendimiento, y déjame contentarme con lo que tengo”.
Únete a la charla