Esta semana leemos sobre la primera orden que recibió de D-os el pueblo judío mientras aún estaba en Egipto: fijar el mes de partida como el primer mes del año y marcar el tiempo según el ciclo lunar.1 Con el “nacimiento” de la luna nueva comienza el nuevo mes en el calendario judío.

En la época en que existía el Templo se realizaban allí sacrificios en honor al día.2 En la actualidad lo conmemoramos por medio de plegarias y lecturas de la Torá especiales.

En la Torá no hay nombres de meses; el mes en el cual salimos de Egipto se llama primer mes, el siguiente es el segundo mes, y así sucesivamente. (los nombres de los meses son una herencia importada del exilio babilónico, que tuvo lugar unos mil años después de la entrega de la Torá).

¿Por qué razón es tan importante determinar el punto de referencia que se empleará para contar el pasar del tiempo como para que este sea el primer precepto que D-os haya ordenado al pueblo judío? Nuestros sabios explican que este primer mandato representa algo así como una “Declaración de Principios” del pueblo judío. El judío no habrá de ser un pueblo más, sino un pueblo diferente. Mientras los demás cuentan el tiempo según el ciclo solar, el pueblo judío lo hará según el ciclo lunar, ya que el sol y la luna representan sus respectivos roles y razones de ser.

El sol y la luna difieren entre sí en que el sol irradia luz propia, mientras que la luna ilumina por medio de luz reflejada. Los demás pueblos cuentan el tiempo según el sol porque aspiran a mostrar su grandeza, mientras que el pueblo judío cuenta el tiempo según la luna; con esto, expresa el hecho de que su razón de ser es vivir una vida que refleje la voluntad y grandeza de D-os. Podríamos decir que, mientras los demás pueblos aspiran a vivir cada uno de acuerdo con su verdad, el pueblo judío aspira a vivir de acuerdo con Su verdad.

“Nacimiento” de la luna

En la literatura talmúdica y halájica, el momento exacto de la reaparición mensual de la luna en Jerusalem se denomina molad, ‘nacimiento’ de la luna. Es uno de los datos cruciales para poder calcular y determinar el comienzo de un nuevo mes.

Cabe preguntarse; ¿por qué lo denominamos ‘nacimiento’ si la luna no muere ni nace? De hecho, la luna es igual durante todo el mes; hasta su luz es igual durante todo el mes; es solo debido a su posicionamiento con respecto a nosotros que vemos más o menos de su luz. ¿Por qué, entonces, hablar de “nacimiento” de la luna?

Una respuesta es que tanto el sol como la luna fueron creados ambos con el propósito de iluminar la Tierra.3 Esa es su razón de ser. Si no cumplen con su función, es como si no estuvieran. En otras palabras: si no iluminan, existen apenas de manera virtual, pero no real.

Es esta una enseñanza muy importante: nuestra razón de ser como pueblo y como integrantes del pueblo judío es iluminar el mundo con la luz de la Torá. Si no lo hacemos, por más que tengamos existencia física, es como si no existiéramos. Realmente no existimos si no cumplimos con nuestra función primaria.

Un pueblo lunar

Durante la segunda semana de cada mes, salimos una noche a la calle a bendecir a D-os por la luna nueva. En una de las plegarias que recitamos, mencionamos la similitud que existe entre el pueblo judío y la luna: así como la luna mengua y crece, del mismo modo el pueblo judío, aunque se encuentre abatido, volverá a crecer y recuperar su luminosidad.

Históricamente, la 15ª generación contada a partir de nuestro patriarca Abraham, la generación del rey Salomón (correspondiendo al 15º día del ciclo lunar), fue una época en la cual “la luna se encontraba en su plenitud”. Fue en ese entonces que se construyó el primer Templo de Jerusalem y el pueblo judío gozó de un período de tranquilidad, seguridad e influencia internacional sin par. Este período será igualado cuando “la luna se llene de vuelta” con la llegada del Mashíaj.

El Calendario

El intervalo entre un “nacimiento” de la luna y el siguiente dura exactamente 29 días, 12 horas, 44 minutos y 3,33 segundos. Dado que no es posible tener un mes con días fraccionados, alternamos entre meses de veintinueve días y otros treinta.

Antiguamente, cuando existía el Beit Hamikdash y el Sanedrín funcionaba, el nuevo mes se establecía por medio de dos testigos oculares que llegaban a Jerusalem a prestar testimonio ante la Suprema corte, que determinaba si estaban dadas las condiciones para anunciar el nuevo mes. No es que no supieran cuándo ocurría el nacimiento de la luna; es que se necesitaba la consagración del mes por medio del testimonio de dos testigos oculares “constitutivos”. Si no aparecían dos testigos el día 30, automáticamente se trasladaba el comienzo del nuevo mes al día 31.

Hoy en día, al carecer de un Sanedrín facultado para determinar el comienzo de cada mes, empleamos el calendario consagrado en Jerusalem por Hillel II en el siglo IV E.C.

Año embolismal

Dado que el año lunar tiene un promedio de 355 días —número coincidente con el valor numérico de la palabra shaná (‘año’)— y el año solar tiene 365 días, resulta que las fechas, fijadas por la luna, se van corriendo unos diez días por año con relación a las estaciones, fijadas estas por el ciclo solar.

Siendo que la Torá nos encomienda que observemos siempre la festividad de Pésaj en la primavera boreal,4 agregamos un mes al calendario cada dos o tres años para compensar la diferencia.

Como en todas las mitzvot, también en esta hay una enseñanza para la vida.

Todas las mitzvot que hacemos para iluminar el mundo se dividen en dos tipos: constantes y cambiantes. Las que son constantes evocan la luz que irradia el sol: es el caso del uso diario de los tefilín, por ejemplo. Las mitzvot cambiantes, la luz de la luna; el Séder de Pésaj y la escucha del Shofar en Rosh Hashaná son ejemplos de estas.

Cada uno de estos tipos tiene una ventaja y una desventaja. Las mitzvot constantes, si bien no motivan tanto como las esporádicas, se hallan profundamente arraigadas en nosotros. Las mitzvot esporádicas, aunque no tan profundamente arraigadas, nos motivan mucho.

El año embolismal nos enseña que debemos buscar la manera de fusionar ambos tipos de mitzvá, o sea, introducir la cualidad de uno en el otro. En otras palabras, debemos buscar novedad y frescura en los preceptos constantes, y constancia en la innovación.

Veamos un ejemplo de cómo introducir la ventaja “lunar” en una Mitzvá “solar”:

Colocamos los tefilín diariamente sobre el brazo y la cabeza para subyugar nuestros pensamientos, sentimientos y acciones al servicio de D-os. Una manera de introducir frescura en ese acto diario es pensar cada día en alguna idea o sentimiento personal que necesita ser sublimado... La tarea de subyugar es constante (“solar”); el contenido de dicha subyugación, cambiante (“lunar”).

Un modo de introducir la cualidad “solar” en las actividades “lunares” es buscar constantemente propuestas novedosas para transmitir el mensaje atemporal del judaísmo. El libro que tienes en tus manos es un intento de aplicar dicho objetivo.

¿Se te ocurre una manera creativa de transmitir el judaísmo?