El Rabino Landau se paró cerca de la salida de la sinagoga, dándole la mano a los congregantes a medida que salían. Pero cuando se acercó Max, el Rabino Landau lo tomó de la mano, lo llevó a un lado y le dijo, “¡Max, pienso que ya llegó la hora de unirte al ejército de D-os!”
“Pero Rabino, ya estoy en el ejército de D-os”, respondió Max.
“Pero ¿cómo es que no te veo en la sinagoga excepto en Rosh Hashaná y Iom Kipur?”, preguntó el rabino.
Max le susurró: “Porque estoy en el servicio secreto.”
Ejército de D-os
“El poder del hombre ha crecido en todas las esferas, excepto sobre sí mismo.” Winston Churchill.
El pueblo judío es aludido por varias descripciones a lo largo de las escrituras: son llamados la nación de D-os, Sus siervos, Sus sacerdotes, Sus hijos.
Pero en el libro de Éxodo, cuando los israelitas están por dejar Egipto después de las plagas que golpearon a sus opresores egipcios, son llamados el ejército de D-os: “Fue al fin de 430 años, y fue en ese mismo día que todos los soldados de D-os dejaron la tierra de Egipto.” 1
¿Soldados de D-os? Pero, ¿no fue derrotado recién el enemigo egipcio?
Es verdad que el enemigo externo del pueblo judío había sido vencido, pero todavía tenían que confrontar los enemigos internos. En las próximas cuatro décadas, el pueblo judío tuvo que luchar con una adicción a la idolatría, luchas internas y política mezquina, insubordinación a la autoridad y una perspectiva pesimista desarrollada durante siglos de esclavitud. Y aprendieron una gran verdad sobre la condición humana: que luchar contra fuerzas externas es frecuentemente más fácil que luchar contra los propios impulsos y deseos.
Nuestros sabios lo expresaron bien claro cuando dijeron, “¿Quién es fuerte? El que conquista sus inclinaciones naturales.”2
La definición que el judaísmo da del verdadero poder no tiene nada que ver con dominar o controlar a alguien, y tiene todo que ver con subyugar y dominar las propias ambiciones y adicciones no saludables. Así muchos individuos poderosos a lo largo de la historia han demostrado que es mucho más fácil ejercitar poder sobre otro que tener fuerza de voluntad sobre uno mismo.
Es esta guerra, la lucha perpetua por el autocontrol, la que nuestra nación ha sido llamada a luchar desde su infancia. Pero para ganar esta guerra, debemos abastecernos con la herramienta vital que más necesitamos pero menos queremos: disciplina.
La falta de autodisciplina es lo que está en el corazón de muchos de los males sociales y de conducta de nuestra generación. Por ejemplo, el quiebre de los matrimonios y las relaciones padre-hijo. Las buenas relaciones de cualquier tipo requieren un inmenso grado de autocontrol. La autocensura en el pensamiento, palabra o acción es esencial para cualquier esfuerzo interpersonal productivo.
La obesidad es otro ejemplo. El comer sano requiere de mucha fuerza de voluntad, un recurso que mucha gente dice simplemente no poseer.
Y esta es la clave sobre el autocontrol y la disciplina: como cualquier músculo en el cuerpo humano, se fortalece cuanto más se lo ejercita.
Pero vivimos en una realidad en la que estamos constantemente bombardeados con mensajes de marketing reforzando el ideal de la gratificación instantánea.
Vivimos en un ambiente que celebra el éxito repentino sin esfuerzo y nos enseña que existen atajos en la vida.
Y no hay ideas y condiciones más corrosivas para el entramado social que aquellas del éxito sin esfuerzo, la gratificación instantánea y una falta general de autodisciplina.
A fines de la década del 60 y comienzo del 70, el psicólogo Walter Mischel, entonces profesor en la Universidad de Stanford, dirigió el experimento del bombón de Stanford, que era una serie de estudios sobre la gratificación diferida.
En esos estudios, se les ofrecía a niños elegir una pequeña recompensa inmediata o dos pequeñas recompensas que tendrían si esperaban un tiempo corto, aproximadamente 15 minutos, durante el cual quien hacía el test salía del cuarto y luego regresaba.
En estudios de seguimiento los investigadores encontraron que los niños que fueron capaces de esperar más por las recompensas tendían a tener mejores resultados en la vida, medidos por pruebas psicométricas, logros educacionales, índice de masa corporal, y otras medidas vitales.
Pero la forma en que el Rebe de Lubavitch respondió a lo que percibió como un gran déficit social de autodisciplina en los 70, especialmente entre la generación joven, fue totalmente distinta.
En respuesta a alguien que lo cuestionó con respecto al movimiento juvenil que fundó en 1980, que era llamado “Tzivot Hashem” o “El Ejército de Hashem (D-os)”, escribió:
He pensado detenidamente para encontrar una forma de inducir a los niños americanos a acostumbrarse a la idea de subordinación a una autoridad superior, a pesar de toda la influencia en contrario, en la escuela, la calle, incluso en la casa, donde los padres, no queriendo que los hijos los molesten, frecuentemente han abdicado su autoridad, y dejado a otros el tratar con el ausentismo escolar, la delincuencia juvenil, etc
He llegado a la conclusión de que no hay otra forma que intentar efectuar un cambio básico en la naturaleza, que a través de un sistema de disciplina y obediencia a reglas al que él o ella se los puede inducir a acostumbrarse. Además, para que este método sea efectivo, es necesario que sea aceptado libre y fácilmente, sin coerción.
Esto nos lleva al punto de que a pesar de que el ideal de la paz es tan prominente en la Torá, como se mencionó, el hecho es que D-os diseñó y creó el mundo de forma que deja al hombre sujeto a una lucha interna casi constante, teniendo que luchar una guerra sin tregua con el Iétzer hará (inclinación al mal). Este es el único tipo de “batalla” que los Tzivot Hashem son llamados a librar.
Para ser exitoso en esta lucha interna sin pausa, necesitamos desarrollar un arsenal de meditaciones y ejercicios que fortalezcan nuestra voluntad y autocontrol. Esas herramientas son los regalos más grandes que les podemos dar a nuestros hijos para ayudarlos a tener éxito en la batalla de por vida por el autodesarrollo.
Cada uno de nosotros nace con una capacidad emocional para la generosidad, el atributo de Jésed, como también la capacidad para la abstención, el atributo de Guevurá. La sociedad tiende a asociar los actos de benevolencia (Jésed) con amor y altruismo, y los actos de regulación y restricción (Guevurá) con severidad y egoísmo.
Decir sí es frecuentemente más fácil que decir no. Dar es más agradable que retener. A todos nos gusta complacer y sentirnos benevolentes, especialmente cuando se trata de nuestros hijos. ¿Quién no quiere ser una persona agradable? ¿Quién no quiere que su hijo se sienta privilegiado? Pero, al fin de cuentas, ¿cuál es la definición de privilegio?
El privilegio más grande que le podemos dar a nuestros hijos es la capacidad de autocontrolarse. La habilidad máxima para la vida que le podemos enseñar a nuestros hijos es cómo decir no a sí mismos. Y el máximo vicio que debemos prevenir en ellos a toda costa es un sentimiento de tener derecho y una tendencia hacia (y dependencia a) la indulgencia. Frecuentemente es la acción de un padre o maestro que pone límites lo que pone al niño en el camino del autodescubrimiento.
No es sorprendente entonces, que muchas de las Mitzvot (365 de 613), cuyo objetivo es expresar el amor de D-os por sus hijos, son mandamientos que restringen y prohíben. Después de todo, el amor severo es frecuentemente sinónimo de amor verdadero
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