Se estima que solo en 2019, el gasto publicitario en todo el mundo superó los 590 mil millones de dólares. Tan omnipresente es el alcance de la publicidad que la persona promedio está expuesta a casi 10 mil imágenes de marketing diariamente.1
El objetivo principal de la industria del marketing es hacer que los potenciales consumidores experimenten una sensación de carencia que solo se puede satisfacer a través de su producto acompañado de la euforia del comprador. Según este punto de vista, a fin de alcanzar un estado de felicidad, constantemente debemos esforzarnos por tener lo más nuevo, lo mejor y lo más.
En contraste con esta búsqueda sin fin de “más”, enseña Ben Zoma en el Talmud: “¿Quién es rico? El que se contenta con su parte”.2 Del mismo modo, el filósofo Séneca dijo: “Pobre no es el que tiene poco, sino el que más anhela”.
Esta forma de pensar se capta conmovedoramente en la siguiente historia.
Kurt Vonnegut se encontró una vez con el novelista Joseph Heller en una fiesta organizada por un acaudalado administrador de fondos de inversión. Vonnegut señaló que su acaudalado anfitrión ganaba más dinero en un día que lo que Heller ganaría nunca con su exitosa novela Catch-22.
Heller respondió: “Sí, pero yo tengo algo que él nunca tendrá: Suficiente”.
En el nivel más básico, Shabat es el día de suficiente. El Shabat nos invita a aceptar el hecho de que todo cuanto hicimos o dejamos de hacer en los seis días anteriores, todo cuanto adquirimos o dejamos de adquirir, fue exactamente suficiente. Este día de suficiente nos da la bienvenida a un oasis en el tiempo y el espíritu, donde podemos beber profundamente de un manantial infinito, suspendiendo, al menos temporalmente, nuestras ansiedades de entre semana en torno a la escasez o el éxito.
Por lo tanto, Shabat es un período de veinticuatro horas que nos permite bajarnos de la frenética cinta sin fin de la existencia física y el progreso para experimentar el poder y la bendición de suficiente. Durante seis días a la semana nos esforzamos por producir y perfeccionar, pero en Shabat nos detenemos para apreciar la perfección intrínseca que ya está presente en la creación. Dejamos de lado todos nuestros esfuerzos por adquirir y acumular y en cambio celebramos el mundo que nos rodea y que llevamos dentro.
Shabat es nuestro recordatorio semanal de que una vida de regocijo no proviene de tener las cosas que queremos, sino de querer las cosas que tenemos.
Este cambio en la prioridad de perspectiva está representado por los dos panes de jalá que tradicionalmente se colocan sobre la mesa de Shabat. La presencia de estos dos panes está destinada a recordarnos las dos porciones de maná que caían cada viernes en el desierto, para que en Shabat, nuestros antepasados pudieran disfrutar de lo que ya tenían en lugar de salir a buscar lo que les faltaba.3 Es esta capacidad de detener nuestra búsqueda de más lo que nos permite reconocer las bendiciones presentes en lo que ya tenemos.
En un nivel más profundo, Shabat nos recuerda no solo que tenemos suficiente, ¡sino que somos suficiente!
Una de las frases más tóxicas del lenguaje es: ¿Cuánto vale tal persona?
Tal declaración revela una métrica perversa, confundiendo y equiparando vulgarmente el valor patrimonial de uno con su valor como ser humano.
En contraste con la mayor parte de nuestras vidas, que pasamos perpetuamente haciendo y “convirtiéndonos en”, Shabat es un día de simplemente “ser”. Al ralentizarnos y enfocar nuestra atención en cuestiones del espíritu y la familia, Shabat nos recuerda que nuestro valor no está determinado por mercados volátiles ni fluctuantes cuentas bancarias. Más bien, se deriva del infinito Di-s, que eligió estar en una relación con cada uno de nosotros personalmente, y Cuyo amor por nosotros es ilimitado e incondicional.
En su libro El Shabat, Abraham Joshua Heschel expresa elocuentemente este cambio vital en la conciencia: “Existe un reino del tiempo donde la meta no es tener sino ser, no poseer sino dar, no controlar sino compartir, no someter sino acordar. La vida se tuerce cuando el control del espacio, la adquisición de las cosas del espacio, se convierte en nuestra única preocupación”.
Shabat es ese reino del tiempo en el que nos permitimos simplemente ser, sin obsesionarnos con lo que podríamos llegar a ser.
Esto ilumina el significado más profundo detrás del versículo: Seis días puedes trabajar y en el séptimo día descansarás.4
Durante seis días a la semana buscamos “trabajar” y perfeccionarnos, a nosotros mismos, a los demás y al universo. Sin embargo, en Shabat reconocemos y celebramos la perfección inherente a toda la creación.
Curiosamente, las actividades específicas prohibidas en Shabat derivan de las diferentes formas de trabajo necesarias para la construcción del Tabernáculo.5 El denominador común de estas actividades prohibidas no es que consuman energía per se, sino que son de naturaleza creativa y constructiva.6 Algunos ejemplos incluyen acciones tales como plantar, cocinar, coser, construir, transformar la material y traer cosas a la existencia, como encender un fuego. En Shabat cesamos de tal actividad creativa para recordarnos que la fuente de nuestra creatividad es el Creador de todo, y que nuestra existencia y valor no provienen meramente de nuestra productividad. Si bien crear es algo que hacemos, no define quiénes somos. La vida tiene su propio valor infinito e independiente que supera con creces cualquier utilidad que nosotros pudiéramos ofrecer.
Heschel lo expresa de esta manera: “Seis días a la semana luchamos contra el mundo, extrayendo beneficios de la tierra; en Shabat cuidamos especialmente la semilla de la eternidad plantada en el alma. El mundo tiene nuestras manos, pero nuestra alma pertenece a Algún Otro”.
En la actualidad está de moda decir que Shabat es particularmente relevante en nuestra era de tecnología cada vez más penetrante e invasiva, ya que cada vez más personas sienten la necesidad de un día de desconexión.
Curiosamente, esta fue una idea revolucionaria cuando fue introducida / practicada por primera vez por los judíos, como ilustra Thomas Cahill en su libro Los Dones de los Judíos: “Ninguna sociedad antigua antes que los judíos tenía un día de descanso... el Shabat es seguramente una de las recomendaciones más simples y sensatas que ningún dios haya hecho jamás; y los que viven sin ese punto y aparte semanal están más vacíos y son menos ingeniosos”.
Si bien se trata de un hecho cierto, y en efecto Shabat es particularmente útil para dicho fin, lo que Shabat ofrece no debe confundirse con lo que Shabat es. Desconectarse es una forma de “descansar de” o incluso “libertad de”. Si bien tal “desintoxicación” es absolutamente necesaria, Shabat es mucho más que eso. Su carácter particular se expresa más plenamente no en lo que no hacemos en este día, sino en lo que sí hacemos para crear el sagrado espacio mental y espiritual en el que sencillamente podemos ser. Por lo tanto, Shabat no es solo un medio para un fin, es un fin sinfín en sí mismo.
La palabra hebrea para “descanso” es naj. Sin embargo, Shabat significa hacer una pausa, de la palabra shev, “sentarse”, “aquietarse”, “detenerse”. Hay “descanso de” y “descanso para”. Shabat no es solo un fin de semana, un día de descanso del trabajo de la semana anterior, ni tampoco es meramente un día de recargar energías en previsión de una ajetreada semana por delante; es una pausa proactiva por sí misma, destinada a volver a conectarnos con nuestras almas.
En palabras del autor estadounidense Dan Seidman:7 “Cuando presionas el botón de pausa en una máquina, esta se detiene. Pero cuando presionas el botón de pausa en los seres humanos, comienzan. Comienzas a reflexionar, comienzas a replantearte tus supuestos, comienzas a reimaginar lo que es posible y, lo más importante, comienzas a reconectarte con tus creencias más profundas. Una vez que has hecho eso, puedes comenzar a reimaginar un camino mejor”.
Shabat es así un día de recalibración espiritual, narración de historias y aprecio por la familia y la comunidad; es un día de visión superior, cuando nos tomamos el tiempo para recordar no solo lo que queremos, sino, lo más importante, para qué estamos aquí.
Todo ello está comprendido en las letras que conforman la palabra Shabat, que pueden reorganizarse para formar la voz tashev,8 “volver”.
En Shabat volvemos a la tierra de nuestra alma. Así, el Talmud9 enseña que en Shabat recibimos un alma adicional, o un nivel expandido de conciencia espiritual. Por tanto, un día cada semana dejamos de lado nuestras ambiciones materiales para explorar más activamente nuestros orígenes, nuestra esencia y nuestro propósito espirituales.
Esto ilumina el hecho de que Shabat es infinitamente más que un mero día de descanso. Como expone el versículo, Y Di-s bendijo el séptimo día y lo santificó... Por evocadoras y poderosas que sean estas palabras, la pregunta sigue en pie: ¿qué hace exactamente que Shabat sea sagrado y cuál es el significado y alcance de eso?
Previo a Kidush (plegaria de santificación del día de Shabat) recitamos Veshamru, un pasaje de la Torá que describe los seis días de la creación. El pasaje culmina con la palabra vainafash, que generalmente se traduce como Y [ en el séptimo día] descansó.
Sin embargo existe una interpretación más profunda de este pasaje, basada en una comprensión etimológica de la palabra vainafash cuya raíz es la misma que de la palabra nefesh, “alma viviente”.
Significativamente, la palabra nefesh también puede referirse al acto de respirar, particularmente en el contexto de recobrar el aliento. Leído de esta manera, podemos conjeturar que el mundo mismo se impregna del espíritu en Shabat gracias a una afluencia concentrada de aliento Divino.
Esta conexión entre descanso, espíritu y revivificación a través del aliento, a la que alude la palabra vainafash, sugiere que la creación toda fue y es animada (en el sentido de recibir el ánima, el alma) en Shabat, el séptimo día, fenómeno al que los cabalistas se refieren como aliat haolamot, “elevación del mundo”. Esta espiritualización a través del aliento Divino que el mundo experimenta en Shabat es congruente con la encarnación del ser humano a través del aliento de Di-s en el sexto día de la creación.
Cuando armonizamos con esa energía y ritmo cósmicos, entramos en completa alineación con nuestra alma, con el Creador y con toda la creación. Tal es el regalo del Shabat: “Es un día en el que se nos llama a compartir lo eterno en el tiempo, a pasar de los resultados de la creación al misterio de la creación, del mundo de la creación a la creación del mundo”.10
El Concepto
Shabat no es sólo un día de descanso del trabajo de la semana anterior, ni simplemente un día de recargar energías en previsión de una semana ocupada por delante; Es una pausa proactiva por sí misma, destinada a reconectarnos con nuestra alma y con el Alma de dentro de todo.
Sucedió Una Vez
En el libro Este es mi Di-s, su autor Herman Wouk, galardonado con el Premio Pulitzer, describe su propia experiencia sobre la observancia del Shabat:
El Shabat ha interferido más agudamente en mi propia vida cuando alguna de mis obras estaba en ensayos o pruebas.
La atmósfera de crisis de un intento de obra en Broadway es una leyenda de nuestro tiempo, y verdadera; puedo afirmar que he sentido menos presión al salir a la guerra en el mar.
El viernes por la tarde, durante esos ensayos, parece inevitable que llegue el momento en que el proyecto se tambalee al borde de la ruina. A veces me he sentido culpable de traición por aferrarme al Shabat en una situación tan desesperada. Pero luego, la experiencia me ha enseñado que una empresa teatral casi siempre es así. A veces se tambalea hasta la ruina y a veces se tambalea hacia una gran prosperidad, pero el tambaleo es su andar normal y los gritos de angustia son su tono de voz normal.
Así que, a regañadientes, me despedía de mis colegas el viernes por la tarde para volver a reunirme con ellos el sábado por la noche. Las obras nunca colapsaban en el ínterin. A mi regreso, los encontraba tambaleándose como antes, y los gritos angustiados tan normalmente desesperados como siempre. Al final, mis obras se han encontrado tanto con el éxito como con el fracaso, pero honestamente no puedo atribuir ninguno de los dos resultados a mi observancia del Shabat.
Dejar el teatro lúgubre, las tazas de café esparcidas, los desordenados y maltrechos guiones, los actores demacrados, el productor mordiéndose los nudillos y el denso humo del tabaco significaba un cambio sorprendente, muy parecido a un breve regreso de la guerra.
Mi mujer y mis hijos, cuya existencia casi olvidaba en el angustioso apuntalamiento de las tambaleantes ruinas, me aguardan vestidos con ropa de fiesta y pareciendo maravillosamente atractivos.
Entonces compartimos una espléndida cena, en una mesa decorada con flores y los sempiternos símbolos de Shabat: las velas encendidas, los trenzados panes jalá, el pescado relleno y la copa de plata de mi abuelo, rebosante de vino. Bendigo a mis hijos con las tradicionales bendiciones y entonamos los hermosos himnos de la mesa de Shabat.
La conversación poco tiene que ver con ruinas tambaleantes. Mi esposa y yo nos ponemos al día con la conversación de nuestra semana.
Los niños, sabiendo que Shabat es la ocasión para hacer preguntas, efectivamente las hacen. Hablamos de judaísmo. Para mí es un retiro a una magia restauradora.
Shabat transcurre de forma muy similar. Los niños están como en casa en la sinagoga, y les gusta.
Les gusta aún más la presencia segura de sus padres.
En la presión cotidiana de la escuela, las tareas domésticas y el trabajo, y especialmente en épocas de producción de obras, a menudo sucede que nos ven muy poco. En Shabat, siempre estamos ahí, y ellos lo saben. También saben que es Shabat y no trabajo y que mi esposa está a gusto. Es el día de ellos.
También es mi día. El teléfono está en silencio. Puedo pensar, leer, estudiar, caminar… O no hacer nada. Es un oasis de tranquilidad.
Una vez, un sábado por la noche, mi productor me dijo: “No envidio tu religión, pero sí envidio tu Shabat”.
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