Cierta vez, unos Jasidim que estaban en la ciudad de Lubavitch reunidos estudiando Jasidut (filosofía jasídica) fueron sorprendidos por el shamash (ayudante) del Rebe, el Tzemaj Tzedek. Éste les indicó que el Rebe deseaba hablar de inmediato con uno de ellos. Se entiende que el jasid acudió rápidamente a la habitación del Tzemaj Tzedek. Pero sus compañeros no volvieron a verlo sino hasta varios días más tarde. Entendieron que el Rebe lo había enviado en una misión especial. A su regreso, sus compañeros le pidieron que les contara cuál había sido el motivo del llamado.
Entonces les relató que el Rebe lo envió a cierta aldea, al terrateniente local que era famoso por ser terriblemente malvado y un gran antisemita, y que le dijera la siguiente frase: "El Rebe dice que ya es momento de hacer Teshuvá (regresar a Di-s)". Luego, debía dejar el lugar de inmediato.
Al escuchar estas palabras- relató el jasid- su cuerpo se estremeció. El jasid le explicó al Tzemaj Tzedek que esta misión implicaba arriesgar la vida, pues en la entrada del palacio del terrateniente había guardias fuertemente armados y perros entrenados para asesinar a los desconocidos y ningún judío traspasaba esa puerta. Seguramente los guardias y los perros lo matarían.
Y si con mucha suerte lograba sortearlos y entraba a la habitación del terrateniente y pronunciaba las palabras que el Rebe le indicaba, parecería un demente y de todas maneras lo liquidarían.
El Rebe lo tranquilizó y le entregó un Nombre Sagrado para que se concentrara en él desde el momento en que ingresaba al territorio del terrateniente hasta salir de allí. Además le aseguró que emergería del lugar allí sano y salvo.
El jasid llevó a cabo la misión encomendada. Ni siquiera un perro ladró al verlo. Y cuando estuvo frente al terrateniente y le repitió las palabras de su Rebe, éste reaccionó como quien despierta de un sueño y respondió: "Sí".
El jasid se retiró de la finca, olvidó el Nombre Sagrado que le entregó el Tzemaj Tzedek y aunque trató de esforzarse para recordarlo, le fue absolutamente imposible.
Después de un tiempo, se corrió la voz que el terrateniente había desaparecido, y después de una minuciosa búsqueda llegaron a la conclusión de que se había 'evaporado'. Los judíos de la zona se alegraron al liberarse de semejante malvado.
Después de unas semanas, llegó a Lubavitch un hombre que vestía harapos y tenía una larga cabellera. No hablaba con nadie, y pasaba todo el tiempo-día y noche- en el Beit Hamidrash estudiando Torá y rezando. Ayunaba y se provocaba todo tipo de tormentos. Demostraba ser un verdadero Baal Teshuvá (retornante). Sólo algunos Jasidim supieron el gran secreto: éste era el terrateniente, un judío renegado que el Rebe había devuelto a su judaísmo.
Cuando los Jasidim lo supieron, decidieron mandar un emisario al Rebe, quejándose. Si para el Rebe era tan sencillo acercar al camino correcto a un malvado tan grande y convertirlo en un retornante, ¿por qué ellos debían esforzarse tanto para corregir su alma? ¿No era más fácil que les indicara un camino más sencillo? El Rebe les respondió con un ejemplo: Un pastor que conduce su rebaño al lado de un lago. Algunas ovejas se van del camino, suben a la colina, otras bajan al valle. Si el pastor se dedicase a traer a cada una de esas ovejas personalmente, en poco tiempo estaría agotado y perdería todas sus fuerzas. Tendría que dejar de ser pastor. Por eso las acerca a través de un silbido, un grito, o tirando una piedra. Sólo si una de sus ovejas cae en un pozo profundo, el pastor debe juntar fuerzas, bajar al pozo y subirla en sus hombros...
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