Cierta vez un niño se esforzaba tratando de mover un pesado armario de madera, pero sin éxito. Tiraba y empujaba con todas sus fuerzas, pero no podía moverlo si quiera un centímetro. Su padre, al pasar por allí, se paró para ver el fútil esfuerzo de su hijo. Finalmente el padre preguntó: “Hijo mío, ¿crees tú que estás usando todas tus fuerzas?”
“¡Sí, seguro!” exclamó el niño, ya desesperado.
“No”, dijo el padre calmadamente, “No lo estás. Aun no me has pedido que te ayude”.
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