En lugar de poder proseguir su renacimiento monoteísta en la Tierra Prometida de Di-s, Abraham fue empujado al bastión pagano más destacado del mundo. Qué irónico debe haber parecido ver a este ambicioso monoteísta reducido repentinamente a buscar la misericordia de un ambiente cultural que se burlaba de todos sus ideales.
Pero, en un cambio milagroso de fortuna, Abraham pronto tuvo a los egipcios pidiéndole a él misericordia, y poco después volvió a la Tierra de Israel con una mayor riqueza, con una mayor reputación y acompañado por Hagar, la princesa egipcia que con el tiempo, se convertiría en la madre de Ismael, su primer hijo. Se volvió entonces retroactivamente claro que este aparente retroceso fue de hecho una etapa más en el progreso de Abraham hacia sus objetivos.
Similarmente, nunca debemos intimidarnos por el mundo, ni por el mundo fuera nuestro ni por el “mundo” de los deseos personales, temores o ideas preconcebidas dentro nuestro. Una vez que respondemos al llamado de Di-s de “ve, a ti mismo”, no estamos más atados por los límites de nuestras propias capacidades; incluso retrocesos aparentes probarán ser en última instancia parte integral del proceso que lleva a realizaciones superiores en nuestro propósito Divino en la vida.1
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