Iehoshúa fue elegido como sucesor de Moshé en virtud de su total perseverancia por incorporar sus enseñanzas, tanto las que enseñaba Moshé a partir de la Torá como las derivadas de su conducta personal. Sus liderazgos diferían en que el de Moshé se basaba principalmente en milagros, mientras que el de Iehoshúa era de orden natural. Es por ello que fue justamente a través del liderazgo de Iehoshúa que el propósito de la Creación —la santificación del mundo material y natural— logró su cumplimiento. Pero el éxito de Iehoshúa obedeció exclusivamente al hecho de ser él un reflejo desinteresado de Moshé; su abnegación permitía que la naturaleza milagrosa del liderazgo de Moshé se trasladara a su liderazgo natural. Así fue como la primera conquista de Iehoshúa, la ciudad de Jericó, ocurrió por obra de milagro.
Aprendemos de Iehoshúa el compromiso total con la incorporación y transmisión de la herencia y las lecciones de la Torá tales como nos han sido legadas por nuestros predecesores, como también con la aplicación de las enseñanzas de la Torá a las nuevas situaciones de nuestra generación.
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