Si D-os impartiera Su bondad sobre nosotros aun cuando no la merecemos, nos estaría haciendo un flaco favor. En primer lugar, nos sentiríamos como niños pequeños a quienes sus padres pasan por alto su comportamiento infantil porque no se puede esperar de ellos un comportamiento adulto. Lo que es peor aún, se socavaría nuestra creencia en la justicia divina; viviríamos una vida de vergüenza y confusión.
La recompensa por observar los mandamientos de D-os es tan grande que se encuentra fuera de proporción con el esfuerzo que requiere su cumplimiento. Sin embargo, por las razones citadas, D-os hizo que la recompensa dependa de nuestros esfuerzos, y que el don de su recompensa infinita dependa del esfuerzo que refleja su naturaleza infinita e ilimitada.
Es por ello que debemos comprometernos a cumplir los mandamientos en apariencia menos importantes con la misma devoción con que cumplimos los que parecen ser más importantes. Esta actitud demuestra que para nosotros lo que importa es que D-os quiere que cumplamos dichos mandamientos, no nuestra evaluación personal de su nivel de importancia. D-os entonces nos otorga Su bondad más allá de lo que nos hemos ganado.1
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