Poseemos dos almas: un alma divina que busca intensificar su relación con D-os, y un alma animal/humana que busca el confort físico y los placeres de los estímulos intelectuales seculares.
Los placeres que desea nuestra alma animal/humana se encuentran a nuestra disposición en el mundo físico, y es por ello que está “ebria” comparada con nuestra alma divina, que se ve “sedienta” de divinidad. Sólo en el futuro Mesiánico, cuando la divinidad se revele en forma abierta, el alma divina estará “ebria” de divinidad.
Mientras tanto, nuestra alma animal/humana intenta “agregar lo ebrio a lo sediento”. Esta faceta de nuestra personalidad es sabedora de que los placeres materiales son demasiado superficiales como para complacernos de forma significativa y duradera. No obstante, argumenta arteramente que la realización espiritual que nuestra alma divina busca a través del estudio de la Torá, la plegaria y el cumplimiento de los mandamientos se obtiene más fácilmente en el mundo de las tentaciones.
Nuestro desafío en la vida consiste en no escuchar esa voz sino la voz interna de nuestra alma divina, y ordenar nuestras prioridades de acuerdo con los verdaderos intereses nuestros y de D-os.1
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