Hasta los treinta y pico, yo era uno de esos judíos que pensaba que el ser judío era un mero accidente de nacimiento completamente irrelevante y sin ningún tipo de relación con mi vida. No tenía un radar judío. No traté de buscar o descifrar cuáles de los estudiantes de mi liceo o la universidad de derecho eran judíos. No me jugaba a geografía judía, porque esa no era mi topografía.

Hasta que fui a un entierro de una mujer judía que nunca conocí.

Su esposo era juez y había ido al liceo con mi fiancé hacía aproximadamente treinta años. Asistir a ese entierro fue sólo una de esas cosas desafortunadas que a uno le tocan hacer, jamás imaginé que mi mundo cambiaría.

Al principio me sorprendió la cantidad de gente que asistió. Sin exagerar, había más de doscientas personas apretujadas en el pasillo. Orador tras orador tras orador hablaron de la incalculable dedicación, el ferviente amor, y el inconmensurable y aparentemente irremplazable servicio que esta mujer dio a la comunidad judía.

Nunca había conocido a alguien semejante. Me conmoví mucho, y repentinamente sentí mucho miedo. ¿Cómo se iba a sobreponer la comunidad ante semejante pérdida? Cómo podríamos" soportarlo, me pregunté, sorprendida de que me había incluido a mí misma en ese "nosotros". ¿Qué podía hacer yo? ¿Cómo podía ayudar? Me sentía completamente fuera de lugar. ¿Yo? ¿Ayudar a los judíos, cuando ni siquiera me identificaba como uno?

¿Qué se supone que debe hacer alguien que no sabe el alfabeto hebreo, y que en los últimos veinte años no respetó Iom Kipur ni Rosh Hashaná?

Dado que no soy el tipo de personas al que le gusta empezar por el principio, comencé por tomar clases de Kabalá.

Mi plan era el siguiente: por doce semanas, me dedicaría a involucrarme y tratar de dilucidar los más profundos y esotéricos misterios del judaísmo, y luego comenzaría a trabajar como voluntaria.

Tenía que escribir un artículo (este no era un curso cualquiera) sobre algo relacionado al Zohar. Escribí sobre la idea de que, después de la muerte, nuestra alma es envuelta en una prenda compuesta por todas las acciones sagradas que fueron realizadas a lo largo de la vida. Podría ser una manta magnífica, o D-os no quiera, un simple pedazo de tela, o algo peor.

Esto sucedió hace dieciséis años, pero esta idea me ha inspirado y guiado en un sinfín de ocasiones. Luego de estudiar derecho familiar por años, y luego de tener que, desafortunadamente, realizar más y más divorcios en la comunidad religiosa, me resultó muy interesante investigar sobre el concepto judío de "shalom bait"(traducido literalmente como "armonía marital").

La imagen más poderosa para mí, es que el matrimonio es una prenda protectora a la cual debemos a la vez proteger. En primer lugar, ¿cómo son hechas las prendas? No sé mucho sobre el rubro textil, pero sí recuerdo haber hecho un guante de cocina en un campamento. Todos hicimos ese guante, cociendo con esos trozos de tela coloridos hacia adentro y afuera. El punto es que necesitas que los pedazos de tela vayan en las dos direcciones para poder unificarlos en un único trozo de tela.

No por casualidad, a menudo escuchamos frases como "el tejido social", o "el tejido matrimonial". El objetivo de dicho tejido es integrar elementos dispares en una base sólida y duradera, y si la misma se rompe, las consecuencias pueden ser desastrosas.

Necesitas que las cosas se den en ambas direcciones para poder unificarlas. Dejando de lado los tantos ejemplos de evidente mal comportamiento, las prendas de nuestro matrimonio pueden ser rasgadas por muchos comportamientos que consideramos inocentes o justificados pero que en realidad son muy dañinos. A menudo, son las pequeñas cosas las que lo desatan. Cuando "inocentemente" nos burlamos de nuestros cónyuges, no estamos simplemente haciendo un chiste, sino que estamos haciéndole agujeros a nuestra prenda.

Cuando defendemos cada una de nuestras acciones y mantenemos esa innecesaria necesidad de estar en lo cierto, estamos rasgando la prenda. Cuando regañamos, y por cualquier cosa nos quejamos, la prenda pierde su forma. Cuando no escuchamos qué es lo que lastima a la otra persona, especialmente cuando nosotros mismos somos el causante de ese dolor, o cuando no enfrentamos las áreas personales en las que nos falta crecer, estamos triturándola.

Cuando no defendemos a nuestro cónyuge, ni le insistimos a nuestros niños que le hablen respetuosamente, cuando nos olvidamos que nuestro cónyuge es el/la "Number One"y permitimos que otras personas también lo olviden; cuando no cortamos el teléfono o no nos paramos de la computadora cuando nuestro cónyuge llega a casa haciéndole entender que su presencia no nos cambia, estamos manchando nuestras prendas.

Hace años, se prendió fuego una exposición de primates en el zoológico de Filadelfia. En la entrada de la nueva exposición, hay un trozo de madera de uno de los árboles que se quemaron, sobre el cual está inscrita una reflexión de Margaret Mead, la antropóloga famosa que dijo: "Nunca duden que un pequeño grupo de seres pensantes puede cambiar el mundo. De hecho, es lo único que lo ha logrado alguna vez".

La Torá lleva esta reflexión más allá. Le quita esta responsabilidad a los grupos de personas, y la deposita en cada una de nuestras faldas. Después de que nos fuimos de Egipto, se hizo un censo en el cual en lugar de contar cuántas personas había, cada persona tenía que contribuir con una moneda para hacer caridad y luego contaron las monedas. En mi opinión este fue un momento clave. D-os no estaba contando personas, no estaba contando cabezas, u hombres para servir en la armada, estaba contando dadores.

La naturaleza de un esclavo es no ser un dador. Uno no puede dar lo que no tiene. ¿Pero cuánta gente conocés que pasó por la depresión y después se transformó en un ahorrista egoísta y compulsivo? ¿Cuánta gente no sufrió ninguna crisis pero tiene miedo de dar porque piensa que esto los empobrecerá?

D-os liberó a los judíos de Egipto conjuntamente con la riqueza egipcia, pero luego les enseñó que para ser realmente libres, tenían que aprender a dar. Las personas que dan no tienen miedo de mirarle a la ilusión a los ojos. Siempre sostuve que si querés saber quién es alguien, lo que tenés que hacer es mirar su chequera (supongo que hoy en día debería ser su banca online), y preguntarte ¿cómo está "gastando" sus días y sus horas? ¿Qué está haciendo por los demás? ¿Está haciendo un cambio positivo en este mundo?

A través de dar, es que tejemos el lienzo de nuestras propias vidas. Cada acción positiva que realizamos, cada acto de bondad, es duradero. Y este es el motivo por el cual D-os nos enseñó a dar cuando nos contó por medio de las monedas que fueron donadas.

Pero también había otra lección en la decisión que tomó D-os. La moneda que dimos no fue una moneda entera. Se llamaba majatzit hashékel, medio shékel, porque fuimos contados de a pares. Todos dimos una mitad para mostrar que siempre que tengamos algo para dar, nuestra verdadera habilidad de impactar y producir en este mundo es cuando trabajamos con otros. Sobre todo cuando encontremos a nuestra alma gemela, nuestra otra mitad, y nos unamos a ella.

Así que cada vez que nos ahorramos una crítica, cada vez que mostramos gratitud, cada vez que logramos que se ilumine la cara de alguien gracias a un cumplido genuino, cada vez que logramos reducir el dolor de alguien, cuando defendemos y fortificamos a nuestro esposo y a nuestros hijos, y cuando tomamos la opción más éticamente correcta en nuestros asuntos profesionales y empresariales, estamos dando y estamos siendo compañeros. A la larga, recibimos tanto más de lo que damos, y es a partir de esto que vestimos nuestras almas de momentos únicos que nos envolverán eternamente.

Hace dieciséis años, se murió una mujer llamada Miriam. Ese día me desperté y decidí que quería ser como ella. Quería ser una persona dedicada a dar, y quería darle al pueblo judío. Ese día, decidí que era judía. Ese día, empecé a salir de Egipto, y ese día comencé a tejer mi propia prenda de luz, la cual espero que me estará esperando.