Normalmente, cuando rezo, lucho para mantenerme al tanto del significado de las palabras. No soy tan hábil en hebreo, y he tenido que pasar muchas horas con mi Sidur de Inglés/Hebreo, yendo de un lado a otro, para aprender lo que estoy diciendo. Nunca me he arrepentido de mi esfuerzo. El significado de las oraciones me sacude profundamente, y disfruto el idioma de la Plegaria en mi comunicación con Di-s. Acepto alegremente cualquier dificultad con el idioma y su significado.
Pero hay momentos en que consigo ser atrapado con el sonido y ritmo de las palabras cuando las formo en mi boca y entonces las oigo con mis oídos- simplemente vienen y van, como un arroyo fluido, y toman vida propia. Cuando pasa esto, quedo encantado por la textura y forma de las palabras, el tiempo y cadencia de las frases que el mismo acto de rezar, el propio proceso, adquiere su propio significado y cumplimiento. Me siento llevado por la Plegaria, en lugar de ser el hacedor de ella.
Está la imagen de las palabras. La forma de las letras hebreas en sí. El baile del negro y blanco en la página. El deleite de tener estas líneas extrañas (y las figuras que forman) asumiendo sonido. La gran sorpresa producida cuando de repente cuatro o cinco de estas formas se agrupan para hacer una palabra con longitud, profundidad y dimensión. Y entonces, de repente, un lote de palabras se unirá para volverse una frase, un grupo de notas en una placentera pieza de música. Mi más gran deleite es cuando un golpe o pulso surge en forma de frases y se revela un poema rítmico hecho de una serie de lo que ahora se han vuelto sonidos —sonidos sin sentido que, debido a su falta de significado, vienen de dentro de mí, más allá del lugar que busca significado en las palabras.
Mi favorita es la cadencia emergente. Cada vez es igual. Abro mi Sidur y empiezo a leer. Al principio, las palabras son extrañas y mi boca tiene dificultad en formar los sonidos. Mis labios y garganta se resisten el cambio de inglés a hebreo y las palabras fluyen asimétricamente y con esfuerzo. Las líneas y las formas parecen desconectadas en la página, esforzándose por unirse una a otra para revelar su propia forma. Los ritmos son ahora disimulados; no oigo nada de la belleza que sé surgirá pronto.
Tengo un sentido de anticipación y un aire de frustración que pugna por el placer que en breve será mío. Entonces, despacio, finalmente empieza. Atraídas como los imanes, las líneas se atraen entre si tocándose, a veces, formando las letras, palabras, y en el futuro sonidos que ahora fluyen más fácilmente de mi boca. Pronto las palabras surgen cómodamente, más rápido de lo que puedo controlar, instadas y estimuladas por la familiaridad y el hábito de días, meses y años de repetición. Vienen más y más rápidamente, mis ojos ahora son escasamente capaces de separar una palabra de la otra, cuando los vocablos vienen más de la memoria que de la vista.
Y todo el tiempo, la transformación física se refleja en una transformación más profunda, interna. Mi mente se sosega, poniéndose absorta y envuelta por el flujo de las Plegarias, subiendo de su estado limitado anteriormente, dejando atrás un poco del mundo. Y aunque no me esté esforzando ahora con el significado de cada palabra, existen cambios en mis sentimientos internos que acompañan cada párrafo; sentimientos que sé reflejan el significado de las palabras, aunque el significado de las palabras no es el que llena mis pensamientos.
¿Qué colma mis pensamientos? Un millón de cosas. Pero no me ligo a ninguna de ellas. Ellas vienen. Se van. Pero no prevalecen. Mi conocimiento permanece con los sonidos y ritmos y visiones. Y con mis sentimientos. Hay veces, pero no siempre, que llegan sentimientos muy profundos, inesperados. A veces me superan durante este vuelo de la Plegaria. Normalmente, allí ocurre una apertura de mi corazón. Una profusión en mi pecho. Y después, un sentido profundo de compañerismo.
En el mejor de los días, cuando me he abandonado a lo que es para mí una experiencia muy palpable, sensorial de Plegaria; cuando he abandonado toda resistencia al flujo y ritmo de los sonidos; cuando mis ojos, boca, labios parecen funcionar completamente solos; cuando el flujo de pensamientos y sentimientos sube y baja espontáneamente sin ataduras ni resistencia, me percato de que ocurre una cosa extraña. Dejo de sentirme solo.
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