No se porqué las cosas pequeñas siempre me superan. Cuando mi hijo de siete años, Ernie1, hace algo malo en la casa, suelo estallar.

Ernie tiene Síndrome de Asperger, una forma de autismo de la que se ha hablado bastante últimamente. En realidad su diagnóstico antes era “Trastorno Generalizado del Desarrollo No Especificado” también conocido como “Parecido al autismo pero no tanto, así que lo tenemos que llamar de otra forma”. De entre todas sus cuestiones autistas, su mayor problema es la impulsividad. Cuando le entra un pensamiento en la cabeza, actúa instantáneamente. No espera el momento oportuno, ni decide si está bien. Lo hace. “Quiero jugar afuera” y ya está afuera, sin preocuparse la hora que es, si tiene puestos los zapatos o si tiene permiso. (Si tenemos suerte, lo dice en voz alta en lugar de sólo pensarlo, y sabemos que es lo que va a pasar). Sólo recuerda las reglas después. Hemos hecho mucho progreso con la terapia de conducta, pero queda mucho por hacer.

Así que suelen suceder cosas dramáticas en la casa. Aparece comida tirada cuando tiene hambre, se sacan libros y Lego de los cuartos de otras personas, y le encanta la cámara digital de la familia por lo que tenemos que esconderla.

Y frecuentemente, cuando hace algo destructivo o inconveniente, me molesto mucho y me enojo con él. Supongo que ese es mi principal problema de conducta. Sé que no debería enojarme ni gritarle, por muchas razones. Cualquier instructor de padres le dirá que el mensaje se pierde en el grito. El niño se concentra en el miedo, o en intentar que pare el ruido. Así que no tiene sentido. Además, miren a quién le estoy gritando. Él no es uno de mis otros hijos que tienen una habilidad más desarrollada para pensar antes de actuar.

En el libro de Sara Yocheved Rigler, “Holy Woman”, a la Rébetzin Jaia Sara Kramer se le pregunta cómo es que nunca les gritó a los niños y adultos con enfermedades mentales que cuidaba. “No había a quien gritar”, respondió.

Y eso es grandeza, porque muchos de nosotros gritaríamos de todas formas. ¿No me cree? Piense en alguna vez en la que rezongó a su hijo de dos años. Están en esa edad en la que uno está convencido que saben, y no deberían hacer manchas de ketchup en la alfombra. Así que le grita. Por lo menos yo lo hago.

La pregunta es: ¿por qué me molesta tanto? Sé que esas cosas pasan, mi hijo tiene una discapacidad. Parece desobediencia y desconsideración, pero no lo es. Y le lleva mucho tiempo aprender un comportamiento, a veces meses o años, a pesar de que logró memorizar mi número de tarjeta de crédito en menos de cinco minutos.

¿Quién le dio esta discapacidad? D-os. ¿Y quién me dio este niño a mí? D-os. Así que adivinen de acuerdo a la voluntad de quién mi hijo continúa comportándose mal.

Debe de haber una razón por la que me fue dado este hijo. Creo que, principalmente, D-os me está tratando de enseñar a tener paciencia. Me está intentando enseñar a que resista mi impulso a gritar para liberar mi frustración. Necesito parar y pensar, evaluar la situación y determinar cómo actuar. Porque ambos estamos trabajando sobre nuestra impulsividad, Ernie y yo. Me pregunto quién está progresando más. Ernie está trabajando duro en su comportamiento, todos los días, y tiene un sistema que lo ayuda. Puedo aprender mucho de él. Y me está ayudando a trabajar en mi autocontrol, dándome muchas oportunidades para practicar.