Durante 1976, me dediqué a recorrer todo Israel, de norte a sur, buscando bendiciones de hombres sabios y justos para que la salud de mi hija mejorara y para que ella tuviera una pronta recuperación. Hacía poco que le habían diagnosticado cáncer, y estábamos buscando desesperadamente una cura. Ya habíamos probado todo lo que existía, hasta incluso habíamos pedido las bendiciones y rezos de las personas más sagradas de nuestra nación. Muchos comenzaron a rezar por ella, y recibimos muchas bendiciones para su curación, pero seguíamos buscando más aún.

Mientras estábamos de visita en Nueva York para ver a ciertos médicos especialistas en el tema, decidimos pedir una cita con Rabbi Menachem Mendel Schneerson, el Rebe de Lubavitch, de bendita memoria. En lo personal, creía que esa visita sería como tantas otras que habíamos tenido con grandes sabios. Esta vez, sin embargo, llevé a mi hija conmigo.

Cuando entramos en el estudio del Rebe, él se levantó ante nuestra presencia y nos indicó que tomáramos asiento.

Sin más vueltas, le comenté el motivo de la visita. “Rebe, he escuchado que de esta habitación han surgido grandes milagros. Por favor, ¿podría darle una bendición a mi hija para que se cure?”.

El Rebe respondió “Solo Di-s hace milagros. Yo voy a la tumba de mi suegro [el sexto Rebe de Jabad, Rabbi Yosef Yitzchak Schneersohn], y le ruego que interceda ante Di-s con motivo del pedido que se me ha hecho”.

Le rogué “Por favor, vaya a la tumba de su suegro para rezar en nombre de mi hija”.

Amablemente, el Rebe nos indicó que la entrevista había llegado a su fin, y nos observó mientras nos retirábamos. Cuando llegamos a la puerta, el Rebe preguntó “¿Cómo es su vuelo de regreso a casa?”. Le expliqué que nuestro vuelo tenía una escala en Londres y luego seguía camino a Israel.

“Creo”, dijo el Rebe, “que deberían cambiar el vuelo por uno directo de Nueva York a Israel, sin escalas. La humedad de Londres no será buena para la salud de su hija”.

Con esas palabras, abandonamos la oficina del Rebe. Y fueron esas mismas palabras las que cambiaron mi vida por completo. Estuvimos con el Rebe menos de dos minutos, y sin embargo, pude sentir que verdaderamente le importaba mi hija y su bienestar. Tan profundo era su interés que reparó en cómo eran nuestros planes de vuelo y en la comodidad de mi hija de regreso a casa.

Pocos meses después, mi hija sucumbió ante la enfermedad. No existe mayor dolor que el que siente un padre por la pérdida de un hijo. Sin embargo, a través de ella, el Rebe dejó una impronta permanente en mi vida.