Shejiná שכינה deriva de la palabra shojén שכן: “morar dentro”. La Shejiná es Di-s cuando Di-s está morando dentro. A veces traducimos Shejiná como “la Divina Presencia”.
La palabra Shejiná es femenina, por lo que cuando nos referimos a Di-s como la Shejiná decimos “ella”. Por supuesto, nos referimos al mismo y único Di-s, sólo que de un modo diferente.
Después de todo, probablemente te estuvieras preguntando por qué insistimos en llamar a Di-s “él”. No nos referimos a un ser que esté delimitado por alguna forma, por algún cuerpo que pueda ser identificado como masculino o femenino.
Pero considera lo siguiente: apenas comenzamos a referirnos a Di-s, ya hemos comprometido su unicidad. Porque ya hemos creado una dualidad: hay un nosotros y hay un Di-s. En esa dualidad, tomamos el rol femenino, por lo que él nos llama ella y nosotros lo llamamos él. Entonces haremos lo que esté a nuestro alcance para enmendar la división entre nosotros y volver a ser uno.
Cómo se exilió la Shejiná
Habrás oído sobre el desastre primordial, un relato de la creación contado por primera vez por rabí Yitzjak Luria, conocido como “el Ari”. La narración tiene una deslumbrante metáfora, espectacular, digna de una memorable película de ciencia ficción. Pero es todo metáfora. Metáfora de una realidad que ningún ser humano podría nunca imaginar. Y está narrada en estos fabulosos términos:
Antes de la creación de nuestra cadena de mundos, otro orden fue creado antes, el orden de Tohu. Tohu fue el primer ejemplo de obsolescencia programada: estaba destinado a fallar. Tohu es la fuente de todo tipo de pasión y deseo que tiene el potencial de destruirlo todo a su paso, incluido él mismo. Fue diseñado con intensidad absoluta, para que la energía que contuviera estuviera completamente en conflicto con sus recipientes. Y así, Tohu causó su propia destrucción.
Pero con un propósito.
De esa catástrofe inicial, las más altas chispas cayeron hasta los lugares más bajos. Piensa en una explosión. Aquellos elementos sobre los que se ejerce mayor fuerza son los que volarán más lejos del núcleo de la explosión. Esto nos dice que para encontrar los remanentes más poderosos de la luz esencial de Tohu, debemos viajar al mundo más bajo que generó la explosión.
¿Dónde está el mundo más bajo? Tú estás en él. Este es el mundo de la otredad total, un mundo en el que habitan criaturas que no tienen noción de nada más que este mismo mundo. Algunas incluso se sienten los amos del mundo, o incluso que no existe nada más que ellos. Es un mundo material: las cosas no podrían volverse más tangibles, más egocéntricas, más otras de lo que son ahora.
Es por esto que la Shejiná desciende dentro de este mundo: para buscar las chispas más preciosas, para rescatarlas de sus cáscaras de oscuridad, para volver a conectarlas a su fuente superior y que así se transformen de nuevo en significativas y divinas; todo a través de nosotros, sus representantes, para que este mundo y esta vida nuestros no sean sólo otro juego en el que para que unos ganen otros deban perder, sino una inversión con retornos incomparables.
En esa búsqueda, el destino de ella se envuelve en el suyo, se envuelve en oscuridad y en confusión. Tanto es así que ella no puede redimir a las chispas sin redimirse a sí misma. Y en esa lucha, veremos que ella no sólo redime a las chispas sino a la oscuridad misma.
El secreto de la Shejiná
A esta historia de la Shejiná suele llamársela “El secreto del exilio de la Shejiná”. Se dice que es un secreto porque contiene un acertijo. En este caso, un oxímoron que está en el mismo título, uno que no puede ser resuelto desde nuestro marco de referencia:
¿Cómo es posible que la Shejiná —Di-s misma— esté en el exilio? ¿Puede un prisionero ser apresado por sus propios guardias en una prisión que él mismo ha fabricado? ¿Puede el Creador de todas las cosas estar atrapado dentro de lo que él/ella creó? ¿Puede una singularidad estar atrapada en ella misma?
La pregunta no es sobre un ser distante, abstracto. El alma que respira dentro de nosotros es un fractal de la Shejiná, y el camino del alma refleja el drama de la Shejiná, así como la partícula de un holograma lo contiene en su totalidad. Entender la paradoja de nuestro propio viaje y de nuestro propio exilio nos ayudará a entender la profundidad de este secreto de la Shejiná. Quizás incluso nos dará a entender alguna noción de su resolución.
Como la Shejiná, nuestra alma no está aquí por su propio bien: ella (al alma también se la llama ella) es perfecta antes de descender. Ella viene aquí, tal como la Shejiná, para redimir las chispas del cuerpo en el que está infundida, de la personalidad que se le ha dado y de la parte de este mundo que se le ha asignado.
A este proceso lo llamamos birur y tikún. Birur significa separar el bien del mal, lo deseable de lo desechable, tal como un buscador de oro tamiza la arena en busca de pepitas, o como un herrero separa el metal puro de las impurezas. De la misma manera, nosotros luchamos para deshacernos de lo malo, de lo feo y de lo engañoso a nuestro alrededor, y buscamos todas las chispas divinas que eso contiene. Buscamos valor donde sea que este pueda encontrarse.
Birur puede llevarse a cabo sólo cuando domina la sabiduría; como dice el Zohar: “Con sabiduría serán purificados”.1 La sabiduría a la que se refiere el Zohar es un tipo de visión superior, una que nos permite trascender nuestros propios deseos personales y rendirnos ante una verdad superior. Una sabiduría que nos permite ver más allá del lodo —más que nada, de nuestro propio lodo— para reconocer el oro que está allí, acogerlo, y distinguirlo de su coraza oscura y embarrada. También es una sabiduría que nos ata con fuerza a los cielos, para no hundirnos.
Tikún es el segundo paso, en el que la chispa divina se conecta con su lugar indicado. En este punto cambia su corteza exterior, embarrada, y comienza a brillar a través del cascarón que la cubría, para que hasta el mismo cascarón se transforme y se vuelva divino.
Esto es lo que se obtiene gracias al déficit de la desastrosa caída de Tohu: no sólo regresan las chispas a su lugar, sino que además los artefactos en los que se quedan atrapadas ahora se divinizan.
Adonde sea que tus pies te lleven, están dirigidos desde arriba, para llevarte cerca de esas chispas divinas que sólo pertenecer a tu alma. Puede ser una hierba que espera para ofrecer sus poderes curativos, un golpe de sabiduría que aún tiene que encontrar un corazón que lo comprenda, una relación humana que debe ser sanada, un gran paisaje que ha estado esperando para provocar inspiración. Si aprendes a decir una bendición antes de comer, entonces una fruta en algún lugar del mundo puede estar esperando tu bendición. Si has aprendido a estudiar la Torá, puede que haya algún lugar en el mundo sostenido por divinas chispas que han estado esperando desde el comienzo de la Creación para proveerte un lugar inspirador para estudiar, para que tus palabras de la Torá las rediman.
Siempre que se hace una nueva armonía en el mundo de Di-s, siempre que es dotado de un nuevo significado divino, se lleva a cabo otra redención; la completud está se acerca aún más.
Almas recicladas
Contigo como su representante que descubre y redime esas chispas, la Shejiná cava en sí misma aún más profundo, más abajo, hasta llegar a una oscuridad mayor, para encontrar chispas todavía desconocidas. No sin compensación. Y en cuanto a las chispas, cuanto más desciendan, más ascenderán luego.
Sucede lo mismo con esta alma tuya que ha tenido que regresar tantas veces a este mundo hasta completar su trabajo. Y en el camino de su misión, es casi inevitable que por momentos caiga en el lodo. Se cae cuando la ciegan los espejismos o la oscuridad, cuando la engañan las pasiones de la bestia en la que ha sido introducida, cuando la soborna el ego del que ha sido revestida. Ahora debe redimirse ella misma también, y al hacerlo no sólo redimirá las chispas más escondidas: transformará la oscuridad más intransigente a la que esas chispas han dado vida.
La Shejiná misma también se tropieza y cae en el lodo. Sus hijos, nuestras propias almas, la llevan allí. Entonces ahora tampoco ella puede ya redimirlas sin redimirse a sí misma. Su destino se envuelve en el de ellas.
Para este momento, todas nuestras almas han sido recicladas muchas veces. Lo que tu alma consiguió en sus descensos previos y lo que le falta conseguir, todo eso está necesariamente oculto para nosotros. Como escribió rabí Moshé Cordovero: “Aquellos que saben no dicen, y aquellos que dicen no saben”. Porque si supiéramos, triunfaríamos sin luchar. Y es la lucha misma lo que saca nuestros poderes más recónditos, los poderes de la redención.
Y al igual que las chispas, y que la Shejiná, cuanto más descienda el alma, mayor será su ascenso final. Por supuesto, hay sólo ascenso. Porque el descenso en sí mismo, en retrospectiva, es el escenario activo que pone en marcha el ascenso.
Estar dentro
El misterio del exilio de la Shejiná aplica también para el alma: si el alma es divina, si es el aliento mismo de Di-s dentro de nosotros, ¿cómo es que puede descender? Con más razón aún, ¿cómo puede estar aprisionada y limitada por las ataduras de un cuerpo material?
La respuesta reside en el mismo proceso que describimos. Birur, tikún: no pueden suceder a la distancia. Este mundo no puede ser sanado y transformado salvo por aquellos que viven dentro de él. Si permitiéramos que la Luz Infinita brillase dentro de nuestro mundo sin armaduras, no habría mundo: se desvanecería como si fuera una sombra ante una luz brillante. Tikún significa mantener el mundo de pie mientras se lo repara desde adentro, como uno puede renovar una casa sin molestar a quienes la habitan. El tikún definitivo es la armonía de un mundo que puede contener Luz Infinita y seguir siendo un mundo.
Hacer eso requiere algo que sea parte del mundo y aun así lo trascienda. Requiere un prisionero. Y así es que la Shejiná, y nuestras almas, que son las chispas de la Shejiná, se ofrecen a ser prisioneras voluntarias para poder hacer el trabajo desde adentro.
Monique Sternin, una activista social internacional, también trabajaba desde adentro. Cuenta cómo una vez llegó a Nueva Zelanda para ayudar a los aborígenes locales. Una mujer aborigen le dijo: “Si estás aquí para ayudarme, no necesito tu ayuda, y de todos modos no puedes ayudarme. Pero si estás aquí porque tu destino está atado al mío, entonces podemos trabajar juntas para arreglar todo esto”. Ese es el proceso de tikún.
Todos somos activistas internacionales: el alumno de ieshivá lucha por entender un pasaje difícil del Talmud, el dueño de la tienda que se niega a vender mercadería defectuosa, la pequeña que enciende con alegría su vela antes de shabat, el escalador que llega a la cima de la montaña y, sin aliento, recita una bendición al Creador por aquella vista maravillosa, el joven padre que recién comienza a colocarse los tefilín cada mañana, el que viaja en metro al trabajo y le presta al muchacho que está junto a él un hombro para que duerma y el simple judío que busca el símbolo de casher en los envases antes de realizar una compra. Nuestro destino está atado al destino de esos libros, al de esa mercadería, al de ese momento de la semana, al de esa montaña, al de ese ajetreo matutino, al de ese vecino y de ese tren y al de la comida que contiene ese envase. No podemos vivir sin ellos, y su redención no puede llegar sin nosotros. Todos trabajamos desde adentro.
Luego de decir todo esto, la misma pregunta todavía apremia: ¡¿Di-s cautivo?!
La verdad, después de todo, no tiene que ver sólo con las respuestas. Una pregunta apremiante puede contener más verdad que una respuesta cómoda. En este caso, si entendiéramos la respuesta y la comprendiéramos en su totalidad, nos sentiríamos bien en el lugar en el que estamos. Dejaríamos de ser prisioneros. Comprender la pregunta sabotearía toda la misión.
Las chispas más profundas
Si alguna vez te has propuesto ordenar la habitación de un adolescente, es probable que te identifiques con lo siguiente: atemorizado por la tarea que te espera, tomas la inteligente decisión de empezar por lo más grande. Luego de quitar algunos muebles, moverlos a las esquinas indicadas, tirar algunas cajas de cartón para reciclaje y descubrir que sí, había un suelo debajo, recién entonces puedes empezar de verdad. Pero es también entonces cuando se vuelve evidente lo horrible que es este desorden. Ahora es momento de tirar a la basura, triturar, echar mano y fuertes químicos. Las tareas más difíciles siempre quedan para el final.
Sucede lo mismo con nuestro mundo desordenado. Apenas son redimidas las primeras chispas, llegan misiones todavía más desafiantes. A medida que pasa el tiempo, las chispas divinas son cada vez más difíciles de descubrir, porque están encerradas dentro de los terrenos más oscuros y se resisten obstinadas a ser libradas de allí. La oscuridad misma da pelea y ataca a cualquier alma que venga a llevarse a sus prisioneras. Cuanto más importante es la chispa, más intensa es la batalla.
En un determinado momento, cuando has alcanzado las profundidades de tu alma y revelado sus poderes más ocultos, hasta las chispas más ocultas son también reveladas. Resulta que la redención de esas chispas está ligada de manera intrínseca con la redención de lo más recóndito de nuestra alma.
La batalla llega aún más profundo. Están esas chispas que no pueden ser redimidas si las atacas de frente, sino sólo si fallas y debes volver. Fallar es una de esas cosas que no pueden ser preestablecidas. Sin embargo, es sólo a través de la falla que puedes redimir no sólo las chispas más intensas de Tohu sino también la oscuridad en sí misma. La oscuridad hizo que fallaras. Y ahora, cuando regresas, es esa experiencia de la oscuridad lo que te conduce con un ímpetu invencible. Te has convertido en lo que el Zohar llama “el maestro del retorno, que es conducido hacia Di-s con más poder que aquel que nunca ha fallado”.2
Un poder inconmensurablemente enorme. El poder de la oscuridad.
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