Mis padres, que escaparon de Polonia, se conocieron y se casaron en un centro de refugiados de Alemania, un lugar llamado Foehrenwald, en las afueras de Múnich. Por desgracia, mi padre no vivió mucho tiempo; murió cuando mi madre estaba embarazada de su primer hijo: yo. Así que fui el hijo de una viuda en un centro de refugiados.

Mi madre nunca volvió a casarse, pero luego de un tiempo me trajo a Estados Unidos y construimos un hogar, junto con mi abuela y mi tía, en Nueva York.

Cuando cumplí ocho años, mi madre comenzó a buscar una ieshivá para mí, pero sólo podía gastar diez dólares al mes, y el valor corriente en aquel momento eran de unos veinticinco. Fue de ieshivá en ieshivá sin encontrar nada, hasta que llegó a la ieshivá de Jabad. Allí, luego de escuchar su historia, se ofrecieron a aceptarme sin costo. Pero ella no quería aceptarlo, así que al final acordaron que pagaría cinco dólares al mes. Así fue como me convertí en miembro de Jabad.

Yo era muy feliz en la ieshivá. Los maestros eran muy amables, cálidos y generosos. Eran jasidim del Viejo Mundo que honraban al Rebe en su manera de enseñar a los niños.

Tuve mi primera audiencia privada con el Rebe en 1964, cuando tenía catorce años. En aquel momento yo sufría de una enfermedad crónica llamada colitis ulcerosa, que causa una dolorosa inflamación del revestimiento intestinal, y el rosh ieshivá, el rabino Mendel Tenenbaum, me dijo que fuera a ver al Rebe.

Me intimidaba mucho entrar a la oficina del Rebe: estar en la misma habitación que él era una sensación increíble. Pero su sonrisa derribó todas las barreras. La amabilidad estaba a la vista en su rostro.

Cuando le dije por qué había ido a verlo me dijo: “Pregúntale a un médico si no debes comer arroz. Dile que un amigo te ha dicho que comas arroz”. Él se llamó a sí mismo mi “amigo”, y yo estaba exultante. Yo era un muchacho de catorce años sin padre, y de repente el Rebe era mi amigo. Era realmente asombroso.

Cuando le conté esto a mi madre, de inmediato se dispuso a darme arroz. Ella creía en la sabiduría del Rebe, y si el Rebe decía que el arroz era bueno para mi enfermedad, ella se aseguraría de que comiera mucho arroz. Así que comí arroz y, durante al menos siete años, la colitis no reapareció. Antes había consultado a muchos médicos por mi condición, que es muy dolorosa y causa grandes sangrados, pero si bien la medicación que me daban a veces me ayudaba durante un tiempo, el problema nunca se solucionaba. Me dijeron que no había cura, y aun así el Rebe me ayudó, así como así, con esta sencilla sugerencia.

Esa no fue la única vez que el Rebe me curó. La segunda vez fue cuando, a los cuarenta años, yo ya era padre de niños pequeños.

En 1990, luego de tener éxito en el negocio de los restaurantes casher, me tomé vacaciones por primera vez en doce años. Recuerdo que estaba cargando nuestro equipaje en el auto cuando de repente tuve dificultad para respirar. Dejé las maletas en el suelo, encendí un cigarrillo, me tranquilicé y todo estuvo bien. Pero lo mismo volvía a suceder cada vez que levantaba las maletas: cuando hacía un esfuerzo, mi respiración se volvía forzada.

Al final, mi esposa intervino e insistió en que buscara atención médica. En resumen: luego de un examen de estrés, quedó claro que mi corazón estaba en problemas. Tenía un bloqueo en las arterias y necesitaba una angioplastia de urgencia.

Me sometí a una cirugía en shabat, porque no podía esperar. Pero hubo complicaciones, ya que tenía coágulos severos, a pesar de las altas dosis de diluyentes sanguíneos. Esta es una situación muy peligrosa, porque si un coágulo de sangre migra, puede detener el corazón, dañar un pulmón o causar un infarto. Mi vida corría peligro.

El domingo a la mañana mi esposa decidió ir a ver al Rebe, que estaba dando dólares para donar a caridad, porque yo necesitaba su bendición con urgencia. El Rebe me bendijo para que me recuperara, pero también le dijo a mi esposa que mandara a revisar mis tefilín de inmediato. Ella siguió sus instrucciones y los llevó a un escriba.

Mientras tanto, me encontraron un coágulo en la pierna y los médicos pudieron extraerlo. Me hicieron varias transfusiones de sangre, pero no fueron de ayuda para el persistente problema de los coágulos. No podían descubrir por qué seguía ocurriendo.

Ese lunes a la noche —¡a la medianoche!— mi esposa recibió una llamada del rabino Leibel Groner, el secretario del Rebe: “El Rebe quiere saber cuál es el problema con los tefilín de su esposo”.

Por desgracia, mi esposa no tenía respuesta, porque el escriba todavía no había contestado. El rabino Groner no estaba muy complacido. Le dijo: “¡El Rebe espera la respuesta!”.

Al día siguiente el escriba dijo que había habido un problema con la letra lamed de la palabra “levaveja”, que significa “tu corazón”. Pero ya la había arreglado y ahora los tefilín eran cien por ciento casher.

Justo cuando escuchaba esas noticias, vinieron a hacerme otro análisis de sangre, ¡pero ahora los resultados mostraban que todo estaba normal! Al fin, estaba camino a recuperarme.

Me gustaría señalar lo impresionante de la forma en que el Rebe se preocupaba por cada judío. Cuando mi esposa fue a verlo aquel domingo, ¿cuántas otras personas fueron a verlo ese mismo día? ¿Quinientas? ¿Dos mil? Y aun así, él recordaba su pedido. Recordaba nuestro problema. ¡Recordaba nuestros nombres! Y le importaba tanto que hizo que su secretario consiguiera nuestro número de teléfono, que en ese momento no figuraba en ninguna guía, y llamó para preguntar, ¡nada menos que a medianoche!

El nivel de preocupación y de amabilidad del Rebe hacia mí fue inconmensurable. Se preocupaba a fondo por todos y cada uno de los individuos a los que conocía. Y yo soy testigo de ello, porque me sucedió a mí.