Un orgulloso y rico comerciante fue a visitar al gran maestro jasídico, Rabí Israel Baal Shem Tov.

Quienes trataban de tener una entrevista con el Baal Shem generalmente lo hacían para que éste los orientara en su servicio al Creador, o pedir consejo y bendición en sus asuntos materiales. Pero, este visitante no perdió tiempo en explicar que no tenía necesidades o problemas específicos que requirieran intervención o bendición alguna. En realidad, un acuerdo comercial bastante provechoso lo había llevado hasta una ciudad próxima. Y, ya que estaba tan cerca, como había escuchado tantas historias fantásticas sobre el maestro jasídico, sintió curiosidad por ver por sí mismo el motivo de esta popularidad.

“Bueno”, dijo el Baal Shem Tov, “si le parece que no puedo ayudarle en nada, quizás desee quedarse un rato y escuchar una historia”. El hombre aceptó y fue así que el BeSHT empezó a relatar lo siguiente:

 “Había una vez dos amigos que se conocían desde la infancia. Sin embargo, cuando fueron adultos sus vidas siguieron por caminos separados. Uno logró amasar una fortuna y el otro quedó en la pobreza. Para salvar a su familia del hambre, el pobre buscó al que fuera su amigo en la infancia y le pidió ayuda. El rico no dudó al dar su respuesta. “¿Recuerdas que siempre nos prometimos que íbamos a seguir siendo amigos eternamente y que compartiríamos todo lo que tuviéramos?” le recordó a su amigo y le ofreció la mitad de su fortuna.

“Como sucede a menudo, con el paso del tiempo las ruedas de la fortuna giraron y, quien antes había sido rico, pasó a ser pobre y el amigo a quien le había dado la mitad de su fortuna, era ahora rico. Confiando en que ahora iba a recibir igual ayuda de su amigo, que había pasado a ser rico, el pobre lo buscó y le explicó su situación. Pero en lugar de ayudarle, el nuevo rico se negó a desprenderse de parte de su fortuna.

“Una vez más el tiempo fue testigo de un giro de la fortuna, de modo que el pobre se hizo rico y el rico una vez más fue pobre y, de esta manera, cada uno volvió a su situación original”. Una vez más sucedió que, quien antes se había negado a separarse de una parte de su fortuna, comenzó a sentir la desesperanza de la irremediable pobreza y se acercó a su amigo para pedirle perdón. De buena gana el hombre, que ahora era rico, perdonó a su viejo amigo de la infancia pero esta vez insistió en que su amigo firmara un acuerdo por el cual dejaba consignado que, si alguna vez volviera a pasar necesidades, el amigo compartiría su bendición con él. Bueno, con el paso del tiempo los dos hombres volvieron a tener reveses de fortuna. Pero, fiel a su tradición, el hombre que había firmado el acuerdo se negó a cumplirlo y su amigo, junto con su familia, se encontró sin hogar ni dinero.

 “Pasaron los años. Los dos hombres murieron. Cuando llegaron ante la Corte Celestial para dar cuenta de sus vidas, la mezquindad de espíritu de la vida del hombre egoísta pesó negativamente en su contra y fue condenado a ser castigado mientras que, quien fuera un amigo bondadoso y compasivo, recibió su recompensa eterna en el paraíso. Sin embargo, el buen amigo no podía aceptar el destino del alma de su prójimo y peticionó ante la Corte Celestial explicando que, a pesar del repetido comportamiento egoísta y vergonzoso de su amigo, él lo seguía queriendo y no deseaba verlo sufrir por su culpa.

 “El tribunal celestial quedó revolucionado”, siguió relatando el Baal Shem Tov. “¡Era un caso muy inusual!” Se decidió entonces, que la única manera de resolver este caso era hacer volver a los dos hombres a la tierra y darle así una última oportunidad al pecador para redimirse por su comportamiento egoísta. Así fue que el pecador volvió a la tierra como un orgulloso y rico comerciante, mientras que el otro hombre lo hizo como un mendigo de la calle, de esos que hay tantos.

“Pasó el tiempo y el mendigo virtuoso golpeó la puerta del hombre rico pidiendo comida. No había comido en mucho tiempo y se encontraba literalmente muriendo de hambre. Pero el rico lo echó a la calle de manera cruel e insensible. Y fue así que el mendigo murió...”

 Llegado este punto de la historia el rico, con las lágrimas corriéndole por el rostro y un nudo en su garganta apenas pudo decir: “Sí... Ayer... Fue ayer que eché a un mendigo que había llegado a mi puerta... Después me enteré que habían encontrado a un mendigo muerto en la calle. Era... ¿Era él el mendigo de su historia?

No fue necesaria la respuesta. Las lágrimas fluían sin disimulo alguno. El hombre estaba abrumado por el remordimiento y se sentía muy arrepentido; desesperado por saber cómo o qué podía hacer para compensar su comportamiento.

El Baal Shem Tov le explicó que su antiguo amigo el mendigo había dejado una viuda y varios niños y que, para expiar su pecado, lo que debía hacer era presentarse y entregarle tres cuartos de su fortuna a esa familia._