La tradición judía parece estar obsesionada con Egipto; específicamente, con la salida de Egipto.

Gran parte de los Cinco Libros de Moisés cuenta la historia de los eventos que llevaron a los israelitas a la esclavitud y el posterior éxodo de su sometimiento bajo los egipcios. El impacto de estos acontecimientos enmarca y da forma a las etapas de la historia judía.

De hecho, el Éxodo aparece repetidamente en la Torá como la razón detrás de muchas de las mitzvot, incluyendo las principales fiestas judías (no solo Pésaj), las cuales conmemoran diferentes aspectos del Éxodo.

¡Incluso hay una mitzvá específica de recordar el Éxodo todos los días!1

Basado en lo anterior, uno puede preguntar: ¿Por qué la huida de Egipto, que ocurrió hace más de tres mil años, ocupa un lugar tan central en la conciencia judía? ¿Por qué el pueblo judío no se ha alejado de este antiguo enemigo como lo han hecho de tantos otros opresores que han venido y se han ido? ¿Por qué regresar a este trauma particular de su pasado lejano?

De acuerdo con las enseñanzas jasídicas, como todas las partes de la Torá, el Éxodo no es solo un episodio aislado de la historia antigua, sino que es un paradigma perpetuamente relevante para la vida en el presente. Como nuestros sabios enseñan:2 "En cada generación (y, de hecho, todos los días), uno está obligado a verse a sí mismo como si hubiera salido personalmente de Egipto". Egipto y el Éxodo, por lo tanto, existen dentro de la psique judía no solo como una ubicación geográfica particular y un evento histórico, sino también como un estado mental y un foco central de autoconciencia.

Para comprender esto más profundamente, debemos bajar nosotros mismos a Egipto.

La palabra hebrea para Egipto, Mitzraim, se compone de las mismas letras hebreas que la palabra metzarim, que significa “limitaciones”3 y simboliza las áreas en nuestras vidas donde nos sentimos atascados o constreñidos. En un sentido personal, entonces, el Éxodo de Egipto implica un proceso interno de liberación, que nos mueve más allá de nuestras propias limitaciones emocionales, psicológicas y físicas, que a menudo son autoimpuestas.

El primer paso para salir de esa esclavitud interna es el reconocimiento y la conciencia de que nuestras circunstancias y capacidades no son fijas y que siempre es posible una realidad diferente.

Por ejemplo, desde la década de 1990 y hasta hace poco, la mayoría de los psicólogos creían que la fuerza de voluntad era un recurso limitado que está sujeto a la fatiga y se agota con el uso repetido. Los experimentos demostraron consistentemente la veracidad de esta hipótesis, hasta que un nuevo estudio4 mostró que esas observaciones anteriores eran ciertas solo para aquellos que ya creían que la fuerza de voluntad era limitada.

Aquellos con una “mentalidad de crecimiento”5 nunca mostraron signos de disminución del autocontrol o motivación, independientemente de la fuerza de voluntad que ejercieron para trabajar hacia su objetivo.

Esto apoya la idea de que las creencias que traemos a una situación particular tienen el poder de crear límites autoimpuestos o de derribar los muros de las suposiciones existentes.

Como dice el refrán: “¡Tanto si piensas que puedes o que no puedes, tienes razón!”

Además de tal elasticidad de perspectiva, la calidad de la apertura emocional también es crucial para la historia del Éxodo.

Por ejemplo, las letras hebreas del nombre “Faraón”, quien esclavizó al pueblo judío en Egipto, pueden ser reorganizadas para deletrear oref, el “cuello”.6 En las fuentes místicas judías, el estrecho canal del cuello representa un lugar precario de potencial constricción y bloqueo entre la mente y el corazón.

En las personas sanas generalmente se generan reacciones emocionales ante el conocimiento adquirido y su comprensión, que es lo que las motiva a actuar y cambiar. El Faraón está atascado; su corazón es impenetrable e incapaz de reaccionar de manera significativa a las verdades ineludibles que se despliegan ante sus propios ojos, ¡hasta el punto de llegar a la autodestrucción y la ruina de su país! Este bloqueo se refleja en la descripción de la Torá del corazón del Faraón como “endurecimiento”,7 una expresión peculiar que no se encuentra en referencia a nadie más en la Torá.

La inflexibilidad del Faraón, a pesar de presenciar las diez plagas que pusieron a Egipto de rodillas, nos recuerda el chiste del conde Landgrebe en las audiencias de Watergate: “¡No me confundas con los hechos! Ya he tomado una decisión”.

Por el contrario, la hija del Faraón, Batia, se sintió conmovida por el llanto de un niño en peligro y no pudo quedarse de brazos cruzados ante la injusticia. Violando el decreto genocida de su padre, ella recuperó al bebé israelita del agua y lo llamó Moshé (Moisés) porque “del agua lo saqué”8 (meshisihu).

Fiel al espíritu de su nombre, una y otra vez, Moisés también se vio afectado emocionalmente por las injusticias que presenció a su alrededor, lo que lo llevó a “sacar” y rescatar a los que sufren persecución.

A diferencia del Faraón, el corazón de Moisés estaba abierto y receptivo a la verdad ante sus ojos, independientemente de cómo esa verdad podría afectar su vida personal. Por lo tanto, Moisés no es solo el oponente político del Faraón, él es su némesis psico-espiritual, también. Su misión de sacar al pueblo judío de Mitzraim (Egipto) representa nuestra lucha personal para liberar el potencial de nuestra alma de las garras de nuestras propias constricciones (metzarim).

El tema general de escapar de las limitaciones de uno alcanza su máximo nivel en el clímax del Éxodo,9
en la División del Mar. Este episodio milagroso ha llegado a simbolizar la noción de que muchos de los obstáculos que percibimos en nuestras vidas que parecen imposibles e intransitables no son verdaderamente insuperables y pueden ser superados con fe, fortaleza y avance.

Si Egipto representa la tiranía de las creencias y comportamientos auto-limitantes, el Éxodo significa nuestro viaje espiritual hacia la percepción expansiva y el potencial ilimitado.

Por lo tanto, volvemos a la historia de la liberación de Egipto año tras año, y día tras día, para recordarnos esta verdad esencial y traducirla en la práctica.

Nunca debemos dejar de luchar por la libertad, porque la cima de ayer puede convertirse en la cárcel de hoy.

Esta es la esencia de lo que significa salir de Egipto.

La gran idea

En el pensamiento judío, Egipto no es meramente una ubicación geográfica sino también un estado mental limitado que debemos esforzarnos continuamente por trascender y dejar atrás.

Sucedió una vez

Un hombre de negocios que se estaba acercando a Jabad una vez le dijo al Rebe: "No me veo a mí mismo dejándome la barba o vistiendo atuendo jasídico. ¿Hay otra forma en que pueda llamarme tu jasid?" El Rebe respondió con una sonrisa: “A cualquier persona que se despierta cada mañana y se pregunta '¿Cómo puedo ser hoy mejor de lo que era ayer, y mañana todavía mejor?', estoy feliz de llamarlo mi discípulo”.