El concepto judío de “pecado” difiere radicalmente de lo que comúnmente se entiende al respecto. La palabra inglesa sin (pecado) proviene del latín sons, “culpable” o “criminal”. (Similarmente, el vocablo “pecado” deriva del latín peccatum, que significa “delito”). En cambio, la palabra hebrea para “pecado”, jet, significa algo similar a una oportunidad perdida, como una flecha que perdió el blanco.1

Mucha gente cree que el pecado deja una mancha indeleble en el alma, como si las acciones de una persona pudieran afectar su estado esencial de ser.

Inevitablemente, este enfoque de las consecuencias de la conducta inmoral induce no solo sentimientos de culpa por la acción en sí, sino también sentimientos de vergüenza, que confunden entre pecado y pecador.

Según el pensamiento judío, “pecado” no significa que el alma se haya contaminado o corroído, simplemente significa que uno actuó en conflicto con su esencia, que es eternamente pura e incorruptible.

En el pensamiento talmúdico, “pecar” significa ser dejarse vencer por un momento de alienación temporal, como enseña el Sabio Reish Lakish:2 “Nadie comete una transgresión a menos que entre en él un espíritu de enajenación”.

Tal como en el secuestro emocional o amigdalar,3 la transgresión bloquea la voz espiritual de la razón y la lógica que emana de nuestra alma divina, aprovechando nuestras facultades en pos de un hecho o experiencia que no refleja nuestra verdadera esencia y bienestar. El pecado es, por tanto, una inversión necia en una conducta vacía y sin valor, y que no nos define, pues el núcleo más interno de nuestra alma siempre es puro4 y santo; es sólo cuestión de si respetamos y reflejamos ese estado innato del ser, o si lo despreciamos y lo profanamos.

Hallamos esta idea conmovedoramente expresada en el siguiente relato del Talmud:5

En la vecindad de R. Meir había unos vándalos que le causaban mucho sufrimiento. R. Meir oró para que murieran. Le dijo Beruria, su esposa:

”—¿Cuál es tu idea?

”—Expone el versículo: ‘Que cesen los pecados de la tierra’. —respondió él.

”Le replicó Beruria: —¿Pero acaso expone: ‘Que cesen los pecadores’? Además, fíjate en la conclusión del versículo: “los malvados no existirán más”... [lo cual implica que] los pecados cesarán [no los pecadores], y [en consecuencia] los malvados ya no existirán. Más bien —prosiguió ella— ora para que los pecadores se arrepientan.

”Y así, él oró por ellos y se arrepintieron”.

Si la maldad fuera un aspecto esencial de nuestro ser interior tendría sentido orar por la erradicación de los malvados mismos, pero el judaísmo no ve a la humanidad de esa manera. Todos tenemos una chispa Divina en nuestra esencia, la cual es indestructible.6 Es cierto también que somos capaces de hacer cosas malas, pero una vez que dejamos de involucrarse en tales conductas negativas, nuestra bondad esencial puede volver a brillar. Desde esta perspectiva, las conductas pecaminosas simplemente tapan la luz Divina interior de uno; no la extinguen ni la alteran. En otras palabras, un pecado es lo que uno hace, no quién es.

Esto no significa que el judaísmo no nos responsabilice por las elecciones que tomamos; sí nos responsabiliza. Como dice Di-s a Caín:7 El pecado acecha a tu puerta deseando que lo dejes entrar, pero tú puedes controlarte. Según el judaísmo, es nuestra responsabilidad protegernos del “espíritu de enajenación” que constantemente nos acecha esperando a que bajemos la guardia para infiltrarse en nuestras vidas y causar estragos.

Somos los únicos responsables de las influencias que permitimos que entren en nuestra psiquis y sentidos. En palabras de un proverbio talmúdico:8 “No es el ratón [el culpable], sino el agujero [por donde entró]”.

Por esta razón, en lugar de usar los sentimientos de culpa y vergüenza, que a menudo afloran tras haber cometido acciones impropias, como motivadores para el cambio de conducta después del hecho, el judaísmo nos alienta a invertir nuestros esfuerzos en medidas preventivas y proactivas para resguardarnos de los pecados antes de que sucedan.

De hecho, según las enseñanzas jasídicas,9 los sentimientos negativos que albergamos después de una transgresión pueden considerarse en sí mismos una especie de pecado, una forma de indulgencia emocional que solo sirve para hundirnos aún más.10 Tales sentimientos pueden ser un ardid de la inclinación negativa para hacernos sentir aún peor por nuestra conducta anterior, con el fin de sumergirnos aún más profundamente en el pantano de la depresión, la desesperación y el letargo.11

Pero, ¿cuál es la respuesta apropiada para quien ha “errado al blanco” según el judaísmo?

En última instancia, todo lo que acontece en nuestras vidas, incluso el pecado, tiene un propósito y como tal es parte necesaria del viaje de nuestra vida. De hecho, una vez que alguien ya ha cometido un pecado, ahora tiene la oportunidad única de alcanzar mayor sensibilidad y crecimiento espiritual de lo que podría haber logrado antes de haber caído en él.12

Por esta razón, los Sabios enseñan: Un baal teshuvá, “penitente”, se encuentra en una posición espiritual aun mayor que un tzadik, virtuoso que jamás ha conocido el pecado.13

Ello se debe a que, después de haber experimentado un intenso sentimiento de distanciamiento de Di-s provocado por el pecado, el penitente experimenta un anhelo y una sed singularmente intensos de cercanía a Di-s, desencadenados por sus sentimientos previos de separación y desconexión.14

El tzadik (el virtuoso absoluto que nunca conoció el pecado), sin embargo, jamás puede experimentar tal fervor, porque nunca se ha desviado del camino de Di-s y no conoce el dolor y el sufrimiento causados por la transgresión y el consecuente ardiente deseo de reconexión.

En resumen: el pecado no es expresión de una naturaleza corrupta ni afecta fundamentalmente la esencia del ser. El alma es eternamente pura y buena, y nada puede cambiar tal realidad espiritual. El pecado es simplemente lo que sucede cuando uno se distrae de la misión de su alma y se desvía del rumbo. Pero, con esfuerzo y apoyo, siempre podemos redirigir nuestras energías, realinear nuestras prioridades y recuperar nuestra bondad esencial. Seguramente sería un pecado no sacar el máximo provecho de tal oportunidad.

El Concepto

En el judaísmo, se entiende por “pecado” un momento de “arrebato” temporal en lugar de una mancha permanente en nuestra alma, la cual siempre permanece irrevocablemente buena y Divina.

Sucedió Una Vez

El notable psicólogo R. Dr. Abraham Twersky compartió una vez una valiosa lección de su infancia:

“Uno de los pocos recuerdos que tengo de haber sido alguna vez reprendido por mi padre por alguna conducta que desaprobaba de mí fue cuando me dijo en tono tranquilo, firme y sensato tres palabras en yiddish: Es past nisht, ‘eso no es para ti’. El mensaje era claro. Yo sabía lo que no debía hacer, pero no fue hasta muchos años después que aprecié el contenido de la reprimenda de mi padre en toda su magnitud. Me había dicho que no debía hacer algo [no porque ese algo fuera malo, sino porque yo era bueno, por lo tanto] ese comportamiento en particular estaba por debajo de mí. Es past nisht significaba simplemente que yo era demasiado bueno para eso. Ello es diametralmente lo opuesto a ofender a alguien. Mi padre me dijo que yo era una persona de excelencia. [Básicamente, me estaba diciendo]: Esta conducta es incompatible contigo, no es digna de alguien como tú”.