El tiempo no tiene verdaderas dimensiones. Un día completo puede pasar en minutos. Un momento efímero puede perdurar una eternidad. Este verano me encontré con David, un niño autista de 8 años. “¡Estoy buscando la libertad!” nos espetó cuando subimos al auto para volver a casa después de un largo día en el “Círculo de Amigos del campamento de verano de Palo Alto”.

Me tuve que pellizcar para estar seguro de que escuché realmente esa frase del pequeño niño rubio que estaba a mi lado. “¿Qué estás buscando?” pregunté. “¡La libertad!”

Detecté un enojo casi de adulto en su voz, una rebelión, una urgencia para levantarse y actuar, para decirle al mundo entero que él estaba buscando la libertad mientras nosotros permanecíamos confinados en un mundo de reglas. Aunque él parecía hostil, yo quería entenderlo desesperadamente. David tenía una visión, y yo podía relacionarme con él. Sí, yo también estaba buscando la libertad.

David me explicó cómo se alcanza la libertad, a través de un juego original que jugaba con las letras del abecedario. Cada letra servía como un vehículo para llevarte a “casa”, la cual representaba la libertad. “C” era “conducir a casa”, “P” era “pasear a casa”. Cuando recorrimos el alfabeto, nuestra imaginación se intensificó. Cuando lo desafié con la “S” él ofreció “stop en casa”, pero yo pensé “saltar” suena mejor, y él estuvo de acuerdo.

Yo estaba feliz. Había entendido el meollo de este juego de la libertad. Yo estaba adentro. Había roto la pared entre mi mundo preso y la búsqueda de David de la libertad, y este fue el sentimiento más intenso que jamás haya experimentado. A él no le gustaba la remera amarilla del campamento que tenía puesta. Él quería saber “qué pasa si simplemente uso sólo pantalones”. Se sentiría como en libertad, me dijo. Yo no estaba tan segura.

Siguió mencionando “reglas de la libertad”, y aquí fue donde él realmente me puso a pensar. ¿Cómo puede haber reglas en la libertad? ¿David, si estás tan concentrado en hacer lo que se te ocurre, entonces cómo puedes hacer para crear reglas específicas que los “Buscadores de libertad” estarían obligados a seguir? Eso no sería Libertad, mi querido. Eso sería seguir reglas. Eso te convertiría en uno más: escuela, campamento, lugar de trabajo.

No quería desestimar su idea de libertad, pero su entendimiento y profundidad iban más allá de su edad, y eso me impulsó a preguntar, “David, ¿cómo puede haber reglas de libertad?” Se quedó callado. Él no saltó para increparme. Ni nadie antes se había molestado en discutir la libertad con él, ni lo habían desafiado en esos términos, y ahora, parecía que yo le había señalado un defecto crítico en su sistema.

Mucho antes de que tuviéramos que partir, yo estaba seguro que David encontraría una solución esa tarde. Él era demasiado inteligente, demasiado agudo para perder de vista un detalle tan significativo.

Pensé sobre mi encuentro toda la noche y sabía que si nos encontrábamos nuevamente no necesitaríamos discutir. Verán, David tiene razón. Hay reglas que atan y reglas que redimen. David está buscando las que redimen, y creo que me gustaría unírmele.

Efectivamente me di cuenta, que con la apropiada adhesión, reglas que ostensiblemente atan pueden ser reglas que redimen. Verán, Dos nos dio la Torá, nuestra guía, mucho antes que cualquier humano buscase la libertad, y mucho antes que David empezara su búsqueda. Consideren la experiencia de Shabat: un mandato obligatorio perfectamente diseñado para redimir al ser humano.

Con el paso del tiempo, podemos perder el hábito de observar Shabat, vemos sólo las reglas obligatorias, y nos insensibilizamos a la liberación que le ofrece a nuestros corazones y mentes. Pero nuestro niño interno, nuestra alma eterna, sabe la verdad. Recientemente descubrí un recuerdo de mis años de secundaria, describiendo vívidamente mis memorias infantiles de Shabat:

“… La noche del viernes se volvió mi favorita. Aún en el verano, cuando los días eran más largos, las corridas de último minuto antes del ocaso del viernes eran inevitables. Cuando llegaba la hora del encendido de las velas, de repente todo paraba.

Era como si D-os hubiese diseminado un glorioso y cálido resplandor sobre nuestra casa. A veces, salía a la terraza del frente y miraba el pálido cielo lleno con una gama de magníficos colores. La calle estaba silenciosa y los árboles se mecían levemente, sus hojas manchadas por los últimos rayos del atardecer. Una cierta paz me envuelve y yo sé que es Shabat.”

Yo siempre tuve las reglas de la libertad; yo simplemente no las había utilizado. O.K. David. Juguemos con la “R”, “retornar a casa”. Sí, una media hora puede durar una eternidad.