Seguridad. Confianza. Autoestima alta.

¿Por qué será que todo padre desea estas cosas para sus hijos? Quizá, sea porque quiere que sus hijos se sientan bien y que consigan grandes cosas.

Aquellas personas que están llenas de inseguridades y dudas acerca de sí mismas no solo sienten ansiedad y dolor, sino que se ven frenadas por sus dudas o en ciertas ocasiones imposibilitadas por las incertidumbres.

Estas personas pueden fracasar cuando intenten conseguir objetivos significativos, y por ende, pueden llegar a perder su propósito en este mundo.

Se requiere de confianza para tomar la iniciativa, para innovar y hacer la diferencia. Es preciso tener confianza para explotar el propio potencial.

Obviamente, es importante que los niños tengan todas estas cualidades, pero existe un inconveniente: ¿Qué pasa si los padres carecen de dichas cualidades? ¿Qué ocurre si los padres son inseguros?

Seguridad. Confianza. Autoestima alta.

Shifra es una madre que desea que sus hijos sean fuertes y que consigan grandes objetivos. Quiere que sus hijos sean populares e íntegros, que tengan una buena apariencia y que obtengan buenas notas. De hecho, Shifra guarda toda clase de ambiciones respecto de cada uno de sus hijos. El problema es que todos estos deseos provienen de la profunda inseguridad que ella tiene. Sus hermanos son personas exitosas, y los hijos de ellos son muy distinguidos; Shifra no quiere que su familia sea menos, no solo por el propio bien de esta, sino por el de ella misma. Si sus hijos son niños promedio, ella se sentirá un fracaso. Por eso, es tan exigente con ellos. "Si tus primos pueden hacerlo, tú también puedes", suele decirles cuando quieren abandonar alguna tarea. Ha contratado tutores y maestros particulares, entrenadores y mentores. Pero sus hijos detestan todo eso. Aún son jóvenes y no son ambiciosos. Y, como la mayoría de los niños, pueden leer entre líneas, y perciben el espíritu competitivo de su madre y su deseo constante porque se destaquen. Ellos no quieren ser exhibidos, simplemente, quieren que los acepten y los amen por lo que son.

Una noche, Shifra tiene un sueño muy vívido. En el sueño, ve a sus sobrinos y sobrinas parados en fila recibiendo premios y distinciones por sus logros. Ve a sus hermanos rebosantes de orgullo, rodeados de una multitud de extraños que se acercan a felicitarlos. Ella está parada de costado con sus hijos, con ropas harapientas, jugando en el suelo. Alguien le pregunta si sus hijos también van a recibir premios. Shifra sonríe y le responde: "No, ellos son felices así como son, puede verlo con sus propios ojos". Luego, se despierta. Está muy movilizada por el sueño. En la vida real, estaría mortificada si sus hijos no pertenecieran al círculo de honor. Y sin embargo, en el sueño, se veía calmada y relajada, y sus hijos estaban "felices así como son, puede verlo con sus propios ojos", completamente contentos. De hecho, Shifra se percata de que nunca está relajada como en el sueño, que siempre está ansiosa, esforzándose constantemente, sintiéndose insegura y amenazada. De pronto, se siente abrumada y exhausta por todo eso. Quizá, no valga la pena. Quizá, podría dar un paso al costado y bajarse de esa cinta sobre la cual camina y dejar de esforzarse tanto. ¡Qué gran alivio sería eso!

Pero ¿cómo consigue hacerlo? ¿Cómo podría admitir que tanto ella como su familia son personas promedio? Sería como decirles a sus hermanos: "Me rendí. Lo admito. Mis hijos y yo no somos ineptos. Ustedes son los ganadores, los superiores". Y luego, algo raro ocurre. Cuanto Shifra más pensaba acerca de la humillante derrota, menos le importaba.

"De acuerdo, es así. Y ahora, no tenemos que esforzarnos tanto". Comenzó a sentirse más relajada y más segura respecto de su nueva postura. "Sí, es así: Soy una mujer promedio con hijos promedio. No somos excepcionales". Siguió repitiendo esa idea una y otra vez, y cada vez se sentía más a gusto, más confiada, más segura de que esa idea era cierta. La mantuvo unos cuantos días en su mente, hasta que finalmente se dio cuenta de la ironía de toda la experiencia vivida. Por primera vez, Shifra se sentía confiada. Estaba experimentando la inevitable consecuencia de la autoaceptación: la confianza en uno mismo y la seguridad interior. Estos eran los sentimientos que tanto había deseado toda su vida, los que había querido que sus hijos sintieran. No debemos malinterpretarlo: Shifra no era una persona desubicada ni estaba renunciando al futuro de sus hijos o de sí misma. Simplemente, se dio cuenta de que podía ser ella misma y sentirse bien con eso. Cuando dejó de querer ser como sus hermanos y cuando dejó de intentar que sus hijos fueran iguales a sus sobrinos, finalmente, pudo apreciarse a sí misma y a su familia, con su fortaleza y con su belleza singular. "Puede que no ganemos ningún premio en una competencia de natación, pero somos personas amorosas que brindan bondad al mundo". ¡Y sin duda, eso es algo muy valioso!

Shifra empezó a entender la verdad detrás del relato del Rab Zusha. El Rab Zusha era un gran tzadik muy cercano al primer líder de Jabad, el Alter Rebe. Nos enseñó a no compararnos con otras personas, sino a medirnos a nosotros mismos en relación con nuestro propio potencial, porque en última instancia, Di-s no nos va a preguntar: "¿Por qué no has sido como Moshé?", sino en cambio, "¿Por qué no fuiste como verdaderamente podrías haber sido?".

Cuando intentamos ser alguien más, nuestro ser interior se vuelve incómodo y tenso, como si nuestra alma dijera que estamos yendo en la dirección equivocada. Sin embargo, cuando somos fieles a nosotros mismos e intentamos ser lo mejor que podemos ser, nuestra alma se expande de alegría porque sabe que estamos en el camino correcto y nos colma de seguridad y confianza para que sigamos adelante esforzándonos por conseguir mayores logros. Todas las personas tienen fortalezas y debilidades. Y todos debemos usar nuestro don especial y nuestra fuerza interior para hacer el bien en este mundo y debemos luchar constantemente para mejorar nuestras fallas.

Aceptarnos a nosotros mismos es la única manera de poder utilizar tanto nuestras fortalezas como nuestras debilidades para crecer espiritualmente. Solo cuando emprendemos el camino de ser nosotros mismos, de ser la mejor versión de nosotros mismos, en ese preciso momento, nos vemos colmados de una confianza única y descomunal.