Ellos estaban apurados. Necesitaban tomar su vuelo. Habían estado toda la noche empacando sus últimas cosas, decidiendo que ropas y posesiones tomar y qué dejar para una fecha venidera. Y el reloj seguía corriendo; el avión no esperaría.

Así que ella se volvió hacia mí para darme un rápido pero sentido abrazo. Había pasado sólo una semana de la boda de mi hija mayor, pero ahora ella y su marido partían para iniciar su nueva vida, juntos.

Con la tecnología actual, New York está a dos pasos de nuestra casa en Toronto. Pero sin embargo era una despedida.

Más que la distancia física, era una partida conceptual —nuestra pequeña niña estaba ahora partiendo por cuenta propia, comenzando su propia familia. Las últimas semanas y meses que habíamos pasado juntas trabajando codo a codo para prepararla para su hermosa boda fueron ahora reemplazadas por ella y su maravilloso compañero para la vida trabajando codo a codo para construir su nuevo hogar y su nueva vida juntos.

Realmente fue un hermoso momento. Los dos caminando juntos, con tanta confianza y resolución, para encontrar y afrontar todos y cada uno de los desafíos de su futuro.

Fue un sueño que toda madre espera, ora por él, y lo imagina ansiosamente.

Y, sin embargo…

Pienso que tanto ella como yo resolvimos interiormente ser fuertes en ese momento —no permitiendo que las emociones nos vencieran de ninguna manera, como sabíamos que podía ser, y realmente fue un momento de celebración.

Y sin embargo…

"No estoy diciendo adiós" dijo abrazándome ligeramente. "¡Porque volveré pronto!"

Las dos sonreímos cálidamente. Las dos hicimos un gesto de despedida, con nuestros corazones rebosantes de alegría.

Y sin embargo…

Todas las cosas buenas terminan.

Pero pienso más bien que todas las cosas buenas tienen algo malo mezclado, algún tinte de tristeza, dureza o negatividad.

Cuando pellizqué la tierna mejilla de mi bebé recién nacida en sus primeros segundos de vida, sentí un temor milagroso. Pero cuando su cordón umbilical físico y conceptual es vendado y cortado, acompañando esa eufórica alegría está el darse cuenta conmovedoramente que el bebé que era uno conmigo por tantos meses, que respiraba con cada aliento mío, cuyo corazón latía bajo la protección del mío, es ahora una persona, independiente de mí.

Acompañando la alegría de ver emerger a este bebé al mundo están también los reales y duros dolores físicos y las contracciones que provocan el nacimiento.

Ver a mi niña yendo a su primer día de escuela es una mezcla de orgullo triunfal y anhelo nostálgico.

Cuando un querido amigo sobrevive a una difícil operación, estoy llena de gratitud, pero también recuerdo su lucha por recuperarse.

Inseparables de la satisfacción de crear una nueva obra está el trabajo y el esfuerzo. Ver su nacimiento e implementación es gratificante, pero también despierta la frustración del recientemente vaciado espacio creativo aguardando ser llenado nuevamente —hasta que todo el proceso se repita una y otra vez.

Los maestros jasídicos enseñan que aun desde que el primer hombre y la primera mujer comieron del "Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal", bien y mal, alegría y pena, euforia y dolor están entremezclados en todo aspecto de nuestra experiencia.

Desde ese mismo día, no hay momento de alegría que no tenga un tinte de incomodidad. Y a la inversa, en cada situación triste se puede encontrar alguna semilla de esperanza o alegría.

Pero también hay otra realidad.

Nuestros sabios nos dicen que si Adán y Eva hubieran esperado hasta el advenimiento de Shabat, el fruto ya no habría estado prohibido para ellos. En la "Conciencia de Shabat", más que el bien y el mal entretejidos, fortísimo bien suprime y transforma cualquier vestigio de negatividad.

Nosotros también esperamos ese Shabat cósmico. Esa realidad en que nuestra alegría será completa. Y cuando cualquier matiz de llanto o dolor será borrado de nuestro rostro, corazón y mente.