Los judíos no creen en dar caridad; creen en hacer lo correcto.

Hay dos perspectivas radicalmente diferentes acerca de la riqueza que nos proporcionan la justificación para la donación benéfica. En la primera perspectiva, si una persona heredó su riqueza o la ganó a través del trabajo duro, es legítimamente suya. Si elige libremente dar su riqueza a los necesitados, es un acto de generosidad loable e inesperado. Desde este punto de vista, no hay absolutamente nada malo en que algunas personas tengan más, incluso mucho más, que otras. La disparidad de riqueza se ve como una consecuencia natural de varios factores, como el esfuerzo individual, la educación, el talento, las circunstancias de la vida o la suerte. El objetivo en tal visión del mundo es acumular tanta riqueza como uno desee, e, idealmente, esta oportunidad está disponible libremente para todos los que la buscan.

La segunda perspectiva sostiene que la distribución desigual de la riqueza en la sociedad es una calamidad que debe rectificarse. Los que poseen más de lo que les corresponde están obligados a compartir su riqueza con los menos afortunados. Si no lo hacen, son culpables de perpetuar una injusticia. Desde esta perspectiva, la acumulación de riqueza por cualquier individuo a expensas del colectivo se considera un delito. Seguir esta línea de pensamiento hasta su conclusión lógica esencialmente conduce a alguna forma de socialismo patrocinado por el Estado o a medidas cada vez más restrictivas, como los topes salariales para imponer un modelo socioeconómico opresivamente equitativo.

La noción judía de tzedaká, a menudo traducida incorrectamente como “caridad”, rechaza ambos puntos de vista, eligiendo en su lugar combinar elementos de ambos. A diferencia de la caridad, un término derivado de la palabra latina carus, que significa “ser amable y entrañable”, tzedaká viene de la palabra hebrea tzedek, que significa “justicia”, algo que, de acuerdo con la Torá, estamos obligados a perseguir.1

De hecho, según el autor Paul Vallely, quien pasó seis años investigando la historia de la filantropía occidental, desde los antiguos griegos y hebreos hasta los tiempos modernos, culminando en un libro titulado, “Filantropía: de Aristóteles a Zuckerberg”:

“Para los griegos y romanos, la philanthrôpía siempre fue una actividad voluntaria [e incluso egoísta]2 entre la élite; por el contrario, la tzedaká es una obligación religiosa que cae, proporcionalmente, tanto en los ricos como en los que tienen ingresos más pequeños”.

Sin embargo, en lugar de ser aplicado externamente por el gobierno o alguna otra entidad, la tzedaká es una responsabilidad basada en valores, derivada de dentro de la persona. Las formas específicas en las que realizamos este acto dependen totalmente de nosotros; cuánto,3 cuándo, dónde, por qué y a quién damos; estos detalles se dejan en nuestras manos y corazones para decidir.

En última instancia, la entrega de tzedaká se basa en el entendimiento organicista de que cuando hay una necesidad expresada dentro de la estructura mayor de la que somos parte y tenemos los medios para llenarla, es nuestro deber sagrado hacerlo. La tzedaká es, por lo tanto, el mecanismo socio-espiritual por el cual cada parte tiene la responsabilidad del bienestar de la totalidad.

En la época romana, la noción de cuidar a los pobres no estaba muy extendida. Por ejemplo, el Talmud4 habla del cónsul romano Turnus Rufus, quien cuestionó a Rabí Akiva sobre la obligación del judaísmo de proveer a los pobres: “Si tu Di-s ama a los pobres, ¿por qué Él no los apoya?” En el pensamiento romano, la división entre las clases según su riqueza se entendía como una parte esencial, incluso providencial, del diseño divino de la sociedad y, por lo tanto, estaba destinada a permanecer así, inalterada.

Afortunadamente, hemos recorrido un largo camino desde entonces. El número de organizaciones sin fines de lucro, organizaciones de voluntarios y bancos de alimentos es prueba viviente de esto. En la sociedad de hoy, es común que nos consideremos obligados a cuidar el bienestar de cada persona, especialmente de los menos afortunados. Esto se debe mucho a la visión judía que está siendo adoptada por todo el mundo y que moldea la forma en que pensamos acerca de nuestras responsabilidades sociales en la actualidad.

En contraste con la antigua visión romana, el judaísmo insiste en que si vemos a una persona necesitada, es porque se nos ha dado la oportunidad de ayudarla, y por lo tanto estamos obligados a hacerlo. De hecho, las palabras hebreas para “pobre”, ani y “pobreza”, aniut, se derivan de la raíz laanot, que significa “responder”. Esto pone de relieve que la pobreza tiene por objeto obtener una respuesta de quienes tienen los medios para dar. La necesidad, la falta, la desventaja, y la opresión son todas las invitaciones de Di-s a nosotros para cumplir con nuestra obligación de perseguir la justicia a través de los actos de tzedaká.

Arraigado en la prescripción religiosa de la justicia social, la palabra tzedaká nos recuerda que no debemos ser superados por los sentimientos de grandeza y arrogancia como resultado de nuestros actos de caridad. En cambio, dar tzedaká debe suscitar humildad y aprecio por la bendición y la oportunidad de servir como repartidores de confianza de Di-s en la tierra. Como Rabí Iaakov ben Asher escribe en Arbaá Turim,5 "[Lo que tengas de] riqueza, no es tuyo;6 es simplemente un depósito dado a condición de que lo utilices como el depositante desea, dando una parte de ella a los pobres”. En otras palabras: no tenemos lo que tenemos porque es nuestro, de alguna manera debido a nosotros, sino porque Di-s nos lo ha confiado para que lo distribuyamos donde más se necesita. La riqueza que poseemos es un depósito de Di-s que se nos da para custodia temporal; está destinado a que invirtamos expresamente donde y cuando surge la necesidad.

Desde esta perspectiva, no hay razón para que el receptor de tzedaká se sienta avergonzado o indigno. ¡Por el contrario, son ellos los que permiten al dador asociarse con Di-s para completar la creación! Como nuestros sabios enseñan:7 “Más de lo que el hombre rico hace por el pobre, el pobre hace por el rico”. Esta es una inversión total de la forma en que normalmente vemos la dinámica de poder entre ricos y pobres, y una redefinición de quién está realmente dando a quién.

Desde una perspectiva de la Torá, la razón de que hay una disparidad de riqueza es, en primer lugar, para que la gente elija corregir este mal. Si ellos fuesen forzados o coaccionados en ella, no aprenderían la lección vital que la Torá busca impartir, que es que cada uno de nosotros tenga responsabilidad por la mayor e interconectada totalidad de la sociedad. Sí, la tzedaká es una mitzvá, pero, en última instancia, Di-s no quiere que nos preocupemos por los pobres solo porque tenemos que hacerlo; más bien, Él quiere que lo hagamos porque realmente creemos que es lo correcto.

La gran idea

No ayudamos a las personas necesitadas porque es algo bueno; lo hacemos porque es lo correcto.

Sucedió una vez

Un discípulo del Baal Shem Tov le preguntó una vez: "Usted enseña que hay un propósito Divino en todo, pero ¿cuál es el propósito divino en el ateísmo?"

El Baal Shem Tov respondió: “Cuando alguien llama a su puerta y pide tzedaká, tú, como un creyente devoto, no debes decirle, 'Di-s seguramente cuidará de ti.' Tú debes, de hecho, actuar como si no hubiera Di-s y tú fueses totalmente responsable del bienestar de esta persona. ¡En tal momento, el ateísmo nos impulsa a actuar!”8