El judaísmo ha desarrollado una relación por demás extraña con el cerdo. Técnicamente, no es menos no kosher que cualquier otro alimento no kosher. Sin embargo, en la literatura rabínica y en la imaginación popular judía, ha llegado a ser el representativo de todo lo no kosher. Incluso, nuestros Sabios consideran tan repugnante la sola mención de la palabra “cerdo”, que simplemente se refieren a él como davar ajer, “otra cosa”.1

Aún más extraño es el hecho de que, encriptado dentro de las letras que componen su denominación yace un futuro proféticamente kosher para él. De acuerdo con su raíz etimológica, jazir, “cerdo”, significa “volver”, porque nuestros Sabios nos enseñan que “volverá a estar permitido en el futuro”.2

Así es, llegará el momento en que la carne de cerdo se volverá kosher. Por lo tanto, al cerdo no lo mencionamos en función de su condición pasada o presente, sino por su condición futura.

Esto plantea la obvia pregunta: ¿Cómo se volverá apto, conforme a la ley judía, la antítesis por excelencia de todo lo kosher? Antes de responderlo, primero debemos comprender qué hace que un animal sea kosher.

La Torá distingue a los mamíferos kosher de los demás a través de dos especificaciones: un mamífero, para ser kosher, debe ser rumiante y de pezuña hendida.3 Esto descalifica a todos los mamíferos que carezcan de alguna de tales características.

El cerdo es mencionado explícitamente en la Torá como el único mamífero que, si bien tiene pezuña hendida, no cumple con la condición de rumiante.4 Por lo tanto, exteriormente aparenta ser kosher, pero su realidad interna lo torna no kosher.

Los Sabios ven en la biología del cerdo una forma simbólica de postura engañosa.5 El cerdo engaña mostrando abiertamente su característica kosher, sus pezuñas hendidas, pero sin respaldarlo con el requisito interno correspondiente, la condición de rumiante.

Así planteado, el cerdo representa al hipócrita: lo que ves no es lo que es.

El Midrash6 describe a Esav como la encarnación de esa naturaleza “porcina”. Se presentaba ante su padre Itzjak como virtuoso, reverente de Di-s, cuando en realidad estaba inmerso en conductas inmorales y prácticas idólatras. Estaba, en efecto, interpretando sin más un rol a fin de satisfacer lo que, a su entender, su padre quería ver en él.

La transparencia es un valor central en el judaísmo. Maimónides7 enumera la falsa representación de uno mismo ante los demás, la hipocresía, como una prohibición de la Torá, una forma de robo, “robar las mentes de las personas”, aun si tal actitud no conlleva daño económico alguno. En la yeshivá de Rabán Gamliel, en la ciudad de Yavne, se prohibía el ingreso a todo alumno cuya conducta visible no coincidiera con su carácter interior.8 Aún más enérgicamente, el Talmud9 declara que un erudito de la Torá cuya expresión exterior de rectitud no sea sincera “no debe ser considerado un erudito de la Torá”.

Sin embargo, para el cerdo no está perdida la esperanza. Como reflejo del propósito de la creación, que es revelar la presencia oculta de Di-s dentro de todo lo existente, en el futuro, la era mesiánica será una época de transparencia, cuando todo lo que esté oculto en el interior aflorará y quedará expuesto y la verdad se tornará omnipresente. Ya no será posible albergar pensamientos o conductas hipócritas o de dudosa sinceridad.

De hecho, ya estamos viendo avances considerables en esta área. Gracias, en parte, a la explosión de la información pública, la transparencia se ha convertido en un valor básico que ahora esperamos de las empresas financieras, las compañías y los funcionarios de gobierno. Cada vez es más difícil fingir que eres algo distinto de lo que realmente eres.

Adaptándose a este cambio en el mundo, las fuentes rabínicas enseñan que la anatomía del cerdo evolucionará en consecuencia para que sus características internas y externas queden alineadas, y, como resultado, se tornará kosher.

En el análisis final, el mismo animal que es la antítesis arquetípica de lo kosher sirve como el último recordatorio de que ser kosher, en lugar de simplemente comer kosher, es una cuestión de carácter, no meramente de consumo.

El Concepto

En el pensamiento judío no es suficiente comer kosher. Debemos esforzarnos también por obrar de manera kosher, ser kosher en todos nuestros actos.

Sucedió Una Vez

Un día, Baal Shem Tov instruyó a algunos de sus discípulos a embarcarse en un viaje. Baal Shem Tov sólo les dijo que fueran, pero no les dijo a dónde ir, ni ellos preguntaron; permitieron que la Divina Providencia dirigiera su carro a donde quisiera, confiados en que el destino y el propósito de su viaje se revelarían a su debido tiempo.

Al cabo de varias horas de viaje se detuvieron en una posada a comer y descansar. Los discípulos de Baal Shem Tov eran virtuosos que procuraban los más elevados estándares de kashrut. Cuando se enteraron de que su anfitrión planeaba servirles carne en la comida, pidieron ver al shojet (faenador ritual) para interrogarlo sobre sus conocimientos y virtuosismo y por último examinaron detenidamente su cuchillo en busca de cualquier posible imperfección en el mismo (cabe acotar que el faenamiento ritual kosher se rige bajo estrictas especificaciones de la halajá, “ley de la Torá”, y es llevado a cabo por personas sumamente virtuosas).

Su debate sobre el estándar de kashrut de los alimentos se extendió durante toda la comida, en cuyo transcurso consultaban sobre el origen y calidad kosher de cada ingrediente de cada plato que les servían.

Mientras debatían y comían, desde detrás de la estufa irrumpió la voz de un viejo mendigo que descansaba entre sus bultos. “Queridos judíos”, gritó, “veo que ustedes son sumamente cuidadosos con lo que llevan a sus bocas. ¿Es que serán tan cuidadosos también con lo que sacan de sus bocas?” (¿Son ustedes tan cuidadosos de la habladuría como lo son con los alimentos que ingieren?)

El grupo de jasidim concluyó su comida en silencio, subieron a su carro y se dirigieron de regreso a Mezhibuzh.

Ahora habían comprendido el propósito del misterioso viaje al que su maestro los había enviado aquella misma mañana.10