Tener éxito es una aspiración universal. Pero, ¿cuál es la definición de “éxito”?
En el Diccionario Oxford, el éxito se define como “el logro de popularidad o lucro”, o, según Merriam-Webster, es “el logro de la riqueza, el favor o la eminencia”.
Curiosamente, la palabra castellana “éxito” procede del latín exitus, que significa 'salida'. Ya en la época del Imperio romano adquirió un significado de “resultado”, y aunque se lo asociaba también a un buen comienzo, pronto se generalizó su significado de 'buen resultado' en cualquier actividad, con énfasis en la terminación, más que en el proceso, como hoy en día se lo concibe.
En la Escritura la palabra hebrea para “éxito” hatzlajá se usa en varios contextos diferentes para describir varios procesos de cumplimiento. Por ejemplo, encontramos que se utiliza en referencia a un incendio que consume,1 el acto de seguir adelante a través de un río,2 y una persona que recibe un ascenso.3
En cuanto a las diversas aplicaciones del término, el comentarista y gramático hebreo Rabí Meir Leibush Wisser, conocido como el Malbim, escribe4 que “la palabra hatzlajá se refiere a cualquier cosa que sirva a su propósito único …”
En consecuencia, hatzlajá significa identificar tu propio camino personal y realizar tu propósito único; en otras palabras, lograr aquello para lo cual solo tú fuiste creado.
Como el famoso maestro jasídico Rabí Menajem Mendel de Kotzk dijo: “Si yo soy yo porque tú eres tú, y tú eres tú porque yo soy yo, entonces yo no soy yo y tú no eres tú. Pero si yo soy yo porque yo soy yo, y tú eres tú porque tú eres tú, entonces tú eres realmente tú, y yo soy verdaderamente yo”. En otras palabras, el primer paso para vivir una vida exitosa y satisfactoria es determinar quién eres en relación contigo mismo en lugar de en comparación con los demás.
A diferencia de la visión convencional del éxito, que está determinada por ciertos criterios objetivos, en la visión judía, el éxito no es igual para todos. Di-s creó a cada persona con un propósito distintivo en la vida, y nos dio a cada uno de nosotros las herramientas y talentos necesarios para lograr ese propósito. La identificación de esa misión es lo que establece nuestra definición particular de éxito. Lograr esos objetivos en la práctica es lo que determina nuestro nivel de éxito.5
Este enfoque altamente individualizado del éxito requiere, ante todo, que hagamos el trabajo necesario de un riguroso autoexamen para aclarar cuál es realmente nuestro camino y propósito personal. Tal comprensión puede suceder en un relámpago de iluminación o puede surgir gradualmente en nosotros durante muchos años. Independientemente de cómo lleguemos a nuestro auto-entendimiento, es imperativo que permanezcamos fieles a nosotros mismos hasta el final e invirtamos todo nuestro ser en lograr lo que fuimos enviados a hacer aquí.
La siguiente anécdota ilustra este punto.
Con motivo de su cumpleaños, una mujer escribió una carta al Rebe de Lubavitch, mencionando algunos de sus esfuerzos durante el año pasado para compartir la belleza del judaísmo con los judíos no iniciados. Después de señalar cálidamente sus logros, el Rebe escribió, “...ten en cuenta, sin embargo, que una persona a la que se le concedió la capacidad de impactar a cien personas y alcanza sólo noventa y nueve aún no se ha dado cuenta plenamente de su potencial dado por Dios".6 Nunca debemos confundir hacer mucho con hacer todo lo que podamos. Según el Rebe, este enfoque totalmente invertido a lo que estamos haciendo es la rúbrica del verdadero éxito.
Este doble enfoque de una manera personalizada de definir el éxito, es decir, que cada uno tiene una composición de alma individual y un propósito único para perseguir, y que nuestros esfuerzos se miden únicamente en relación con nuestras propias capacidades, no descarta por completo el papel productivo de la competencia sana para determinar el éxito; sin embargo, sí replantea exactamente contra quién estamos compitiendo: contra nosotros mismos.
Si hemos dado todo de nosotros, si hemos excedido nuestros intentos pasados, si hemos puesto todo nuestro ser en lograr nuestro propósito, sea lo que sea, entonces podemos y debemos considerarnos un éxito.
Una historia jasídica bien conocida captura la esencia de esta perspectiva. A medida que se acercaban las últimas horas de la vida de Reb Zusha de Anipoli, sus estudiantes lo encontraron llorando amargamente mientras reflexionaba sobre sus logros de vida. Perplejos, preguntaron, “Seguramente nuestro maestro ha llevado una vida justa y digna. ¿Qué teme nuestro maestro?” Reb Zusha respondió: “Cuando sea convocado al cielo, no tengo miedo de que me pregunten: '¿Por qué no eras como nuestro patriarca Abraham o nuestro gran líder Moisés?' Porque si me preguntaran eso, respondería: '¿Fui bendecido con el espíritu valiente de Abraham o la humildad y la visión de Moisés?' Lo que temo que me pregunten es, 'Zusha, ¿por qué no eras más como Zusha?' ¿Qué les responderé entonces?”.
Otra característica fundamental del éxito según el judaísmo se define por la forma en que uno responde a los desafíos y reveses de la vida. Desde esta perspectiva, fallar o caer no solo es inevitable, sino que, de hecho, está integrado en el sistema de la vida. Así es como aprendemos, crecemos, evolucionamos y nos convertimos en lo que estamos destinados a ser.
La pregunta es: ¿Cómo uno se comporta frente a la derrota? ¿Ve el fracaso como un callejón sin salida o como parte de una curva de aprendizaje? ¿Uno se rinde, tira la toalla, culpa a los demás? ¿O uno se recoge a sí mismo, aprende de sus errores y se dedica de nuevo a sus metas? Según el judaísmo, las respuestas a estas preguntas pesan mucho en la balanza del éxito.
En última instancia, el éxito no es un logro, es una actitud. No se define por el resultado de los esfuerzos, sino por el esfuerzo en sí para alcanzar los resultados. No ser disuadido o desinflado por las inevitables decepciones y obstáculos de la vida es lo que el judaísmo define como “éxito”.
Esta forma de pensar también está codificada dentro de la palabra hebrea para el éxito. La palabra hatzlajá está etimológicamente vinculada a la palabra hebrea para "seguir adelante", como en el versículo7 tzaljú et haIardén (siguieron adelante a través del río Jordán). Así pues, el éxito se caracteriza por la fortaleza y la perseverancia para superar situaciones desafiantes y circunstancias difíciles.
De hecho, en toda la Biblia hay solo un personaje referido específicamente como exitoso: José. Increíblemente, la Torá se refiere a José como un ish matzliaj, un “hombre de éxito”, no en el apogeo de su carrera y reinado como el virrey todopoderoso de Egipto, sino durante las etapas más bajas de su vida, primero como esclavo8 y luego otra vez como prisionero.9 En otras palabras, José es considerado exitoso no cuando está en la cima, por así decirlo, sino cuando está en su punto más bajo. Esto se debe a que, de acuerdo con la Torá, el éxito no está determinado por la ausencia de derrota, sino por la manera en que uno responde10 a los inevitables reveses y decepciones de la vida.11
En las palabras de Proverbios:12 “Siete veces la persona justa cae y se levanta, mientras que los impíos son derribados por la desgracia”.13
El justo no solo se levanta a pesar de su caída; es elevado precisamente por ella.14
En otras palabras, es en virtud de la tenacidad y la fe de uno frente a la derrota momentánea que uno crece en fuerza y espíritu. Y esa, según el judaísmo, es la definición misma del éxito.
La gran idea
El éxito no es un resultado, sino un proceso. Lo que cuenta no es lo que se obtiene de todos los esfuerzos, sino el esfuerzo en sí mismo.
Sucedió una vez
El secretario del Rebe de Lubavitch una vez contactó a un administrador de una escuela de Nueva Jersey con un mensaje del Rebe: "Llamó la atención del Rebe que hay una escuela en su zona que está al borde del cierre debido a la baja matrícula de los estudiantes. Puesto que usted es el administrador de otra escuela en la zona, el Rebe le pide que trabaje en aumentar las inscripciones en esa escuela que está en peligro."
"Pero no está en el mismo nivel religioso que el mío", protestó el administrador al secretario. “No siento que sea apropiado para mí involucrarme con esa escuela”.
El secretario respondió que él podía arreglar una audiencia con el Rebe para discutir el asunto si así lo deseaba, “Sin embargo, usted debe saber que el Rebe siente que usted es la mejor persona para este trabajo…”
No deseando ignorar los deseos del Rebe, hizo una cita. Preparó una larga carta que contenía dieciocho razones por las que sentía que no podía cumplir la petición del Rebe.
Después de leer la carta, el Rebe le preguntó: “Dime, ¿son estas dieciocho explicaciones razones suficientes por las que dieciocho o más niños deben perder la oportunidad de tener una educación judía?”
“Si usted acepta el cargo, estoy seguro de que Di-s ampliará sus recursos, dándole más tiempo y capacidades”.
Cuando se fue de la oficina del Rebe, el administrador se sentía como una persona en una misión. Se lanzó a la tarea de aumentar la matrícula de esa escuela. Sus esfuerzos dieron sus frutos, y la inscripción se triplicó en poco tiempo.
Escribió una carta al Rebe enumerando con orgullo todos sus éxitos.
El Rebe le envió una respuesta. Entre sus bendiciones y observaciones, el Rebe también agregó una palabra: “¿Éxito?”
¡El director quedó atónito! Poco después, visitó al Rebe de nuevo para una audiencia privada.
“¿Puedo preguntar qué quiso decir con el comentario que escribió en su respuesta a mi carta?”.
El Rebe le preguntó amablemente si se puede anunciar como un éxito tener unas pocas docenas de niños matriculados en una escuela cuando hay muchos más niños que todavía no están recibiendo educación judía.
“Pero tripliqué la inscripción”, contestó el hombre. “¿Eso no se considera éxito?”
El Rebe explicó que el éxito significa hacer el esfuerzo; es la lucha continua para hacer lo correcto y alcanzar todo el potencial de uno.
El hombre terminó la reunión con una nueva perspectiva. Comprendió que, si bien el Rebe apreciaba mucho sus esfuerzos, no quería que se durmiera en los laureles. Aún quedaba mucho por hacer.
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