Se calcula que, solo en 2023, la inversión en publicidad en todo el mundo superó los setecientos dieciocho mil millones de dólares.1 Tan omnipresente es el alcance de la publicidad que una persona media está expuesta a casi diez mil imágenes de márketing cada día.

El principal objetivo de la industria del márketing es hacer que los consumidores potenciales tengan una sensación de carencia que solo pueda ser colmada a través de su producto y la euforia que se siente al comprar. Según este punto de vista, debemos esforzarnos constantemente por tener lo más nuevo, lo mejor y lo máximo para alcanzar la felicidad.

En contraste con esta interminable búsqueda de “más”, Ben Zomá enseñó en el Talmud: “¿Quién es rico? El que está contento con su suerte”.2 Del mismo modo, el filósofo Séneca dijo: “No es pobre el hombre que tiene demasiado poco, sino el que ansía más”.

Esta forma de pensar queda conmovedoramente plasmada en la siguiente historia. Kurt Vonnegut conoció una vez al novelista Joseph Heller en una fiesta organizada por un rico gestor de fondos de cobertura contra riesgos financieros. Vonnegut señaló que el rico anfitrión había ganado más dinero en un día que Heller con su novela Catch-22, un éxito de ventas.

Heller respondió: “Sí, pero yo tengo algo que él nunca tendrá: Suficiente”.

En el nivel más básico, el Shabat es un día de suficiencia. En Shabat, se nos invita a aceptar el hecho de que todo lo que hicimos o dejamos de hacer en los seis días anteriores, todo lo que adquirimos o dejamos de adquirir, fue exactamente suficiente. Este día de lo suficiente nos da la bienvenida a un oasis en el tiempo y el espíritu, donde podemos beber profundamente de un manantial infinito, suspendiendo, al menos temporalmente, nuestras ansiedades de la semana en torno a la escasez o el éxito.

El Shabat, por tanto, es un periodo de veinticuatro horas que nos permite salir de la rutina maníaca de la existencia física y el progreso para que podamos experimentar el poder y la bendición de lo suficiente. Durante seis días, nos esforzamos por producir y perfeccionar, pero en Shabat nos detenemos para apreciar la perfección intrínseca que ya está presente en la creación. Cesamos todos nuestros esfuerzos por adquirir y amasar, y en su lugar celebramos el mundo que nos rodea y que está dentro de nosotros.

El Shabat es nuestro recordatorio semanal de que una vida feliz no depende de tener las cosas que queremos, sino de querer las cosas que tenemos.

Este cambio en la prioridad está representado por los dos panes de jalá que tradicionalmente se colocan en cada mesa de Shabat. La presencia de estos dos panes pretende recordarnos las dos porciones de maná que caían cada viernes en el desierto, para que en Shabat nuestros antepasados pudieran disfrutar de lo que ya tenían en lugar de buscar lo que les faltaba.3 Es precisamente esta capacidad de detener nuestra búsqueda de más lo que nos permite reconocer las bendiciones presentes en lo que ya tenemos.

En un nivel más profundo, el Shabat nos recuerda no sólo que tenemos suficiente, sino que ¡somos suficientes!

Una de las frases más tóxicas es el dicho: “Cuánto tienes, cuánto vales”.

Tal afirmación revela una métrica perversa, que confunde y equipara vulgarmente las posesiones de una persona con su valor intrínseco.

En contraste con la mayor parte de nuestras vidas, que pasamos perpetuamente haciendo y “llegando a ser”, el Shabat es un día de sólo “ser”. Al relajarnos y centrar nuestra atención en los asuntos del espíritu y la familia, el Shabat nos recuerda que nuestro valor no lo determinan los volátiles mercados ni las fluctuantes cuentas bancarias. Al contrario, deriva del infinito Di-s, que eligió relacionarse personalmente con cada uno de nosotros y cuyo amor por nosotros es ilimitado e incondicional.

En su libro El Shabat, Abraham Joshua Heschel expresa elocuentemente este cambio vital de conciencia: “Hay un ámbito del tiempo en el que el objetivo no es tener sino ser, no poseer sino dar, no controlar sino compartir, no someter sino estar de acuerdo. La vida se tuerce cuando el control del espacio, la adquisición de cosas, se convierte en nuestra única preocupación”.

El Shabat es ese espacio de tiempo en el que nos permitimos simplemente ser, sin fijarnos en lo que podríamos llegar a ser.

Esto ilumina el significado más profundo del versículo: “Seis días trabajarás y en el séptimo descansarás”.4

Durante seis días de la semana, intentamos “trabajar” y perfeccionarnos a nosotros mismos, a los demás y al universo. Sin embargo, en Shabat reconocemos y celebramos el punto inherente de perfección dentro de toda la creación.

Curiosamente, las actividades específicas prohibidas en Shabat se derivan de las diferentes formas de trabajo que se utilizaron en la construcción del Tabernáculo.5 El denominador común de estas actividades prohibidas no es que consuman energía, sino que son creativas y constructivas por naturaleza.6 Algunos ejemplos incluyen plantar, cocinar, coser, construir, transformar materiales y dar vida a cosas, como encender un fuego. En Shabat, dejamos de realizar estas actividades creativas para recordar que la fuente de nuestra creatividad es el Creador de todo, y que nuestra existencia y nuestro valor no proceden únicamente de la productividad. Aunque crear es algo que hacemos, no define quiénes somos. La vida tiene su propio valor independiente e infinito, que supera con creces cualquier utilidad que podamos ofrecer.

Heschel lo expresa de esta manera: “Seis días a la semana luchamos contra el mundo, extrayendo beneficios de la tierra; el sábado cuidamos especialmente de la semilla de eternidad plantada en el alma. El mundo tiene nuestras manos, pero nuestra alma pertenece a Alguien más”.

Hoy en día, se suele decir que el Shabat es especialmente pertinente en nuestra era de tecnología cada vez más omnipresente e invasiva, ya que ha crecido la cantidad de personas que sienten la necesidad de un día de desconexión.

Curiosamente, se trataba de una idea revolucionaria introducida/practicada por primera vez por los judíos, como ilustra Thomas Cahill en su libro The Gifts of the Jews: “Ninguna sociedad antigua anterior a los judíos tenía un día de descanso... el sábado es seguramente una de las recomendaciones más sencillas y sanas que haya hecho jamás ningún dios; y los que viven sin esa pausa semanal están más vacíos y son menos ingeniosos”.

Si bien esto es cierto, y el Shabat es particularmente útil para este fin, ¡lo que el Shabat ofrece no debe confundirse con lo que el Shabat es! Desconectarse es una forma de “descansar de” o incluso de “liberarse de”. Aunque la “desintoxicación tecnológica” es absolutamente necesaria, el Shabat es mucho más que eso. Su carácter especial no se expresa plenamente en lo que no hacemos en este día, sino en lo que hacemos para crear un espacio sagrado para la mente y el alma en el que podemos simplemente ser. Por lo tanto, el Shabat no es sólo un medio para un fin, es un fin sin fin en sí mismo.

La palabra hebrea para descanso es naj. Shabat, sin embargo, significa hacer una pausa o asentarse, de la palabra shev, que significa “sentarse”, simplemente detenerse. Hay “descanso de” y hay “descanso para”. El Shabat no es sólo un fin de semana, un día para descansar del trabajo de la semana anterior, ni tampoco es sólo un día para recargar las pilas en previsión de una semana ajetreada; es una pausa proactiva por sí misma, destinada a reconectarnos con nuestras almas.

En palabras del escritor estadounidense Dan Seidman:7 “Cuando pulsas el botón de pausa en una máquina, se para. Pero cuando pulsas el botón de pausa en los seres humanos, empiezan. Empiezas a reflexionar, empiezas a replantearte tus suposiciones, empiezas a reimaginar lo que es posible y, lo más importante, empiezas a reconectar con tus creencias más arraigadas. Una vez hecho eso, puedes empezar a reimaginar un camino mejor”.

El Shabat es, pues, un día de recalibración espiritual, de contar historias y de apreciar a la familia y a la comunidad; es un día de visión superior, en el que nos tomamos el tiempo de recordar no sólo lo que queremos, sino, lo que es más importante, por qué estamos aquí.

Todo esto está incluido en las letras que deletrean Shabat, que, reordenadas, deletrean tashev,8 “volver”. En Shabat, volvemos al terreno de nuestras almas. Además, el Talmud9 enseña que en Shabat la persona recibe un alma adicional, o un nivel ampliado de conciencia espiritual. Así, durante un día a la semana, dejamos a un lado nuestras ambiciones materiales para explorar más activamente nuestros orígenes espirituales, nuestra esencia y nuestro propósito.

Esto ilumina el hecho de que el Shabat es infinitamente más que un simple día de descanso. Como dice el versículo: “Y Dios bendijo el séptimo día y lo santificó…” Por evocadora y poderosa que sea esta afirmación, la pregunta sigue en pie: ¿Qué es exactamente lo que hace sagrado al Shabat y qué significa?

Antes del kidush del día de Shabat, recitamos V'shamru, un pasaje de la Torá que describe los seis días de la creación. El pasaje termina con la palabra vainafash, típicamente traducida como “[y en el séptimo día] Él descansó”.

Sin embargo, existe una interpretación más profunda de este pasaje, basada en una comprensión etimológica de la palabra vainafash, que comparte las mismas letras raíz que la palabra néfesh, el alma vivificada.

Significativamente, la palabra néfesh también puede referirse al acto de respirar, particularmente en el contexto de recuperar el aliento. Leído de esta manera, podemos suponer que el mundo mismo está siendo infundido con el espíritu en Shabat desde una afluencia concentrada de aliento Divino.

Esta conexión entre el descanso, el espíritu y la revivificación a través del aliento, a la que alude la palabra vainafash, sugiere que toda la creación fue y es reanimada en Shabat, el séptimo día, un fenómeno al que los cabalistas se refieren como aliat haolamot, “la elevación de los mundos”. Esta espiritualización a través del aliento Divino que el mundo experimenta en Shabat es congruente con la infusión de un alma en el ser humano a través del aliento de Di-s en el sexto día de la creación.

Cuando armonizamos con esa energía y ritmo cósmicos, entramos en completa alineación con nuestra alma, con el Creador y con toda la creación. Tal es el don del Shabat. “Es un día en el que estamos llamados a compartir lo que es eterno en el tiempo, a pasar de los resultados de la creación al misterio de la creación, del mundo de la creación a la creación del mundo”.10

La gran idea

El Shabat no es sólo un día para descansar del trabajo de la semana anterior, ni simplemente un día para recargar las pilas en previsión de una semana ajetreada; es una pausa proactiva por sí misma, destinada a reconectarnos con nuestras almas y con el alma que todos llevamos dentro.

Sucedió una vez

En This Is My G‑d, el escritor Herman Wouk, ganador del Premio Pulitzer, describe su propia experiencia de la observancia del Shabat:

El Shabat ha marcado mi vida de forma más intensa cuando una de mis obras ha estado en ensayo o prueba.

El ambiente de crisis de un intento en Broadway es una leyenda de nuestro tiempo, y verdadera; he sentido menos presión al entrar en combate en el mar.

El viernes por la tarde, durante estos ensayos, parece llegar inevitablemente el momento en que el proyecto se tambalea al borde de la ruina. A veces me he sentido culpable de traición, aferrándome al Shabat en una situación tan desesperada. Pero la experiencia me ha enseñado que una empresa teatral casi siempre se encuentra en ese caso. A veces se tambalea hacia la ruina, y a veces se tambalea hacia una gran prosperidad, pero tambalearse es su forma normal de andar, y los gritos de angustia son su tono normal de voz.

Así que me he despedido a regañadientes de mis colegas el viernes por la tarde y me he reunido con ellos el sábado por la noche. Entre tanto, la obra no se ha venido abajo. Cuando vuelvo, la encuentro tambaleándose como antes, y los gritos de angustia tan normalmente desesperados como siempre. Al final, mis obras han tenido tanto éxito como fracaso, pero honestamente no puedo atribuir ninguno de los dos resultados a mi observancia del Shabat.

Abandonar el teatro pesimista, los vasos de café desechados, los guiones desordenados y llenos de cicatrices, los actores demacrados, el productor con los nudillos roídos, la máquina de escribir traqueteante y el denso humo del tabaco ha sido un cambio sorprendente, muy parecido a un breve regreso de las guerras.

Mi esposa y mis hijos, cuya existencia casi he olvidado en el ansioso apuntalamiento de la ruina tambaleante, me esperan vestidos con ropas festivas y me parecen maravillosamente atractivos.

Nos hemos sentado a una cena espléndida, en una mesa adornada con flores y los viejos símbolos del Shabat: las velas encendidas, los panes de jalá trenzados, el pescado relleno y la copa de plata de mi abuelo rebosante de vino. He bendecido a mis hijos con las antiguas bendiciones; hemos cantado los agradablemente sincopados himnos de mesa del Shabat.

La charla tiene poco que ver con ruinas tambaleantes. Mi mujer y yo nos hemos puesto al día con la conversación de la semana.

Los chicos, sabiendo que Shabat es la ocasión para hacer preguntas, las han hecho. Hablamos de judaísmo. Para mí, es un retiro a la magia reparadora.

El Shabat ha transcurrido de la misma manera. Los niños se sienten como en casa en la sinagoga, y les gusta.

Les gusta aún más la presencia segura de sus padres.

Durante la semana, con el ajetreo de la escuela, las tareas domésticas y el trabajo —y, sobre todo, el productivo tiempo de juego—, a menudo nos ven poco. En Shabat, siempre estamos ahí, y ellos lo saben. También saben que no estoy trabajando y que mi esposa está tranquila. Es su día.

También es mi día. El teléfono está en silencio. Puedo pensar, leer, estudiar, pasear o no hacer nada. Es un oasis de tranquilidad.

Un sábado por la noche, mi productor me dijo: “No te envidio tu religión, pero sí tu Shabat”.