Vivir en el exilio requiere que usemos dos enfoques aparentemente contradictorios hacia el mundo en general: por un lado, debemos estar constantemente en guardia contra las influencias dañinas; por el otro lado, debemos involucrarnos con el mundo exterior para influenciarlo positivamente.
Claramente, influenciar nuestro ambiente es un logro más grande que meramente mantener nuestros valores. Sin embargo, mantener nuestros valores debe cuidarse primero, porque si olvidamos nuestras raíces no tendremos nada con que contribuir al mundo.
Los dos hijos de José, nacidos y criados en Egipto, personifican estos dos aspectos de la vida en el exilio. José llamó a su primer hijo Manasés (significando en su versión hebraica Menashé “[el Exilio] causa que uno olvide”) para no olvidar a su familia y herencia. José llamó a su segundo hijo Efraín (“será fructífero”) para enfatizar que nuestro propósito en el mundo es influenciarlo positivamente.1
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