El exilio físico de los judíos era su esclavitud forzada; su exilio espiritual era su esclavitud psicológica a la cultura del país en que vivían. A pesar de que muchos judíos se asimilaron debido a su exilio, otros, debido a la fe en su destino, lucharon por mantener su identidad judía, rehusando abandonar sus nombres y lenguaje judíos.
Fue recién después de revelar su identidad interior en respuesta al desafío del exilio, que el pueblo judío estaba en condiciones como para recibir la Torá. El propósito de la Torá es enseñarnos cómo traer conciencia Divina a los aspectos más mundanos de la vida, incluso aquellos que inicialmente se oponen a la Divinidad. En el exilio, el pueblo judío aprendió cómo sobreponerse a esas fuerzas.
Lo mismo se aplica a nuestro exilio actual: el aferrarnos tenazmente a nuestras tradiciones (incluso a aquellas que no parecen importantes) acelerará nuestra redención. Los desafíos que superamos nos purifican y preparan para las revelaciones Divinas sublimes que acompañarán la inminente Redención final.1
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