“¡Agua!”, el inválido pidió con voz susurrante. Los médicos asombrados, que habían dado al hombre inconsciente por muerto, quedaron congelados al oír su voz de vuelta. El sacerdote, quien había tomado su confesión final, empalideció. ¿Había sucedido un milagro?
Los doctores rápidamente iniciaron tratamiento. Durante horas estuvieron atendiéndolo en su lecho. Finalmente, vieron signos claros de cambio positivo en su condición. Por la noche, fueron capaces de declarar que su situación no era más crítica. Estaba fuera de peligro.
Durante varias semanas, el hombre, llamado Bagalo, continuó muy débil, y los doctores le prohibieron enrolarse en cualquier actividad regular. Finalmente, recobró completamente las fuerzas. ¡Cualquier rastro de la enfermedad había desaparecido por completo! Toda España respiró de alivio ante la recuperación de Bagalo. Él era uno de los consejeros de confianza más cercanos del Rey, con una fuerte reputación de honestidad e inteligencia. Al Rey le gustaba mucho consultarle, tanto, que había crecido para ser una de las personalidades más importantes de la Corte Real. Sus consejos sobre temas económicos eran valorados especialmente por el Monarca. Más de una vez, sus sugerencias habían resultado de gran ayuda para el Reino y para la vida diaria de la gente. El Rey consideraba a Bagalo como si fuera un Mago Financiero, y no demoraba en expresarle su aprecio, regalándole costosos regalos y dinero.
A pesar que todos eran conscientes de la gran sabiduría de Bagalo y lo alababan por ello, nadie sabía que él en realidad era un judío. Éste era su gran secreto. Él provenía de una familia de conversos, un Anús (“forzado”), un “Marrano”. Su status católico, era solo una apariencia. Por dentro, él se comportaba como tenía que hacerlo, y continuaba observando todos los preceptos en secreto, a escondidas.
Más adelante, sin embargo, no tuvo mucho más que ocultar. Mientras que antes él podía hacerse un tiempo para la observancia de los preceptos y hasta incluso para estudiar Torá, su nueva prominente posición en la corte le consumía virtualmente todas sus horas. Ya no tenía más tiempo para rezar o estudiar, y hasta incluso para cumplir con los mandamientos. Su Judaísmo permaneció solo en la “creencia”, su fuerte fe interna en Di-s y en Su pueblo.
Cada tanto, cuando estaba solo, un pesado suspiro traspasaba sus labios. ¡Cómo extrañaba el Shabat y las festividades Judías, y de hecho todos los preceptos! ¿Cómo pudo permitirse alejarse tanto? Pero tales pensamientos solo duraban unos momentos. La pesada presión de su trabajo, le volvía a quitar tiempo de sus pensamientos. Así, el condujo su vida, hasta que cayó gravemente enfermo.
Los médicos más competentes de la Corte habían sido llamados para cuidarlo. Le habían dado las mejores medicinas y tratamientos, según la orden del Rey, sin importar su costo, pero nada ayudó. Cada vez estaba más y más débil, hasta que finalmente los doctores sintieron que no tenían otra opción más que declarar que se trataba de un caso sin solución. Se llamó a un sacerdote importante.
Luego llegó la milagrosa recuperación. Después de cierto tiempo, nadie recordaba lo enfermo que había estado. Nadie, excepto él. Él se acordaba muy bien lo que había sucedido; él sabía y se lo guardaba para él lo que los médicos más expertos jamás sabrían.
Un día, Bagalo llamó al sacerdote que había tomado su confesión. Lo llevó a un cuarto privado, cerró la puerta tras él y bajó las cortinas. Se sentó frente al sacerdote y lo miró fijamente a sus ojos. “Recuerdo todo lo que has dicho cuando pensamos que yo moriría. Al final, luego de todas las plegarias, tú susurraste unas pocas palabras que no entendí. Aquellas palabras están grabadas en mi memoria, ¿Qué significan?”
El sacerdote tembló visiblemente. Su rostro cambió de color. Comenzó a tartamudear la respuesta.
Viendo la angustia del sacerdote, que lo había dejado sin habla, Bagalo continuó: “Las palabras eran: “Shemá Israel Hashem Elokeinu Hashem Ejad” (“Oye Israel, Hashem nuestro Di-s es Uno”) ¿No es eso una plegaria Judía?”
Todo el cuerpo del sacerdote tembló, pero no pudo emitir palabra alguna. “Así que, ¿Eres un judío?”, preguntó Bagalo.
El sacerdote se sentó congelado, su rostro registraba una mezcla de asombro y terror que su secreto había sido descubierto por el consejero del Rey.
“No temas; no te delataré”. Bagalo dijo gentilmente. “Sólo dame tu palabra de honor que dejarás de lado estos encantamientos Hebreos”.
“¡No!”, rugió el sacerdote. “Prefiero morir como judío. Ya basta de esta doble vida. Este es el momento de la verdad”. Ahora que se había recuperado, las palabras surgieron rápidamente de sus labios. “Estoy preparado para morir, pero como judío”
“¡Mi hermano!”, Bagalo gritó, y lo abrazó con fuerza. “Yo también soy judío. Y ahora sé que estas verdaderamente apegado a la fe de nuestros padres. ¡Somos uno!” Su secreto compartido acercó mucho a estos dos hombres. Se revelaron sus vidas secretas. El sacerdote explicó que había entrado al clérigo por una sola razón: para poder susurrar las palabras “Shemá Israel” en los oídos de los judíos Marranos en su lecho de muerte, para que sus almas subieran puras.
El consejero del rey relató que cuando estuvo frente a la puerta de la muerte, quería decir por lo menos el Shemá. Para su angustia, se dio cuenta que no podía recordar exactamente cómo era. Luego, de repente, escuchó esas sagradas palabras en su oído. Fue como si una ráfaga de viento lo hubiera despertado de su letargo y le hubiera devuelto a la vida.
Cayendo en un sueño profundo, comenzó a soñar. Vio a un hombre mayor, que sonreía cálidamente y hablaba. Su voz era gentil y melódica. “Soy tu abuelo. Te recuperarás de tu enfermedad y vivirás, pero solo con una condición. Debes volver por completo a tu vida como judío. Por ello, debes abandonar este país. Ve a la Tierra de Israel. En tu salida, toma contigo los huesos de tu padre y dales un entierro judío allí”.
Los dos amigos planearon su escape. Decidieron que Bagalo le diría al rey que durante su crítica enfermedad, él había jurado que si se recuperaba, él peregrinaría a la Tierra de Israel. Probablemente el rey no rechazaría dicho pedido. Muy posiblemente lo ayudara a cumplirlo. El sacerdote arreglaría la manera de rescatar los restos del padre de Bagalo, ya que el cementerio de la Iglesia estaba bajo su supervisión.
Así fue, que pudieron abandonar España. Luego de varios viajes dificultosos, los dos Baalei Teshuvá (aquellos que retornan a la observancia del Judaísmo), llegaron a la santa ciudad de Safed. Allí se dedicaron a una vida de Torá y cumplimiento de las Mitzvot. Con el pasar el tiempo, ambos se convirtieron en completos Tzadikim.
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