Muchos siglos después de su expulsión de España en 1492, hubo grupos de judíos que siguieron aferrados a su religión en secreto. Mientras daban la apariencia de ser cristianos devotos, mantenían escondidas sus prácticas judías.

Algunos de estos criptojudíos ocuparon posiciones muy prominentes en el gobierno, las finanzas, la cultura y en las universidades españolas. Uno de estos judíos era un alto funcionario en la corte real que disfrutaba de una relación cercana con el monarca reinante.

Pero llegó el día en que el poderoso brazo de la Inquisición lo alcanzó y lo acusó de vivir como judío. Se lo juzgó sumariamente y fue sentenciado a muerte en un auto de fé.

Dado que tenía muchas responsabilidades importantes, le pidió al rey postergar su castigo por un año para poder poner en orden los asuntos del reino antes de morir en la hoguera. A pesar de que el rey no solía involucrarse en cuestiones de la Inquisición, solicitó que se le concediera un año a su amigo, y su pedido fue otorgado.

El año transcurrió muy rápido y de nuevo el rey pidió que el castigo fuera postergado un mes. A esto siguió el pedido de una semana adicional y luego, de un día más.

Finalmente, se supo que el judío traicionero que había fingido ser un católico fiel, iba a ser ejecutado en una hoguera en la plaza de la ciudad.

La gente vino de muchas millas a la redonda para presenciar el acontecimiento. La hoguera ardía y los monjes daban la extremaunción.

De repente, la tierra se sacudió. Los edificios se desmoronaron. Las gradas tambalearon. La multitud se dispersó en pánico mientras la ciudad era presa de un terremoto. En el caos, el acusado logró escabullirse de sus captores.

Unas semanas más tarde escapó de España a un lugar seguro.

Muy versado en filosofía clásica, el judío no descansó. ¿Di-s había enviado el terremoto sólo para salvarlo o había sido una simple coincidencia? ¿Podía ser posible que Di-s estuviera íntimamente involucrado en su vida personal y se preocupara por él?

Después de pensarlo un poco más, decidió que debía considerar este asunto en mayor profundidad. Si llegaba a la conclusión de que se trataba de una simple coincidencia, continuaría viviendo su vida en la relativa seguridad de su papel como no judío. Sin embargo, si llegara a entender que Di-s había ordenado el terremoto para su protección personal, no tendría otra opción que vivir de acuerdo al deseo de Di-s, como un judío practicante, abierto y orgulloso.

De inmediato comenzó a discutir este asunto con los filósofos y pensadores que conoció en Alemania, donde se había radicado. Siempre se refería a un personaje hipotético, sin hacer saber que era él mismo quien había vivido estos hechos sorprendentes.

Las opiniones fluían vertiginosamente y todo hombre sabio tuvo algo que decir, pero no hubo respuesta que el desconocido de España encontrara satisfactoria.

Desesperado, decidió viajar hacia el este para pedir consejo al rabí Israel Baal Shem Tov, el líder del naciente movimiento jasídico.

Cuando el agotado viajero llegó al patio del famoso rabino, vio a un hombre acariciando a los caballos. No era otro que el reb Volf Kitzes, uno de los mejores alumnos del Baal Shem Tov.

En respuesta a la pregunta del español, el reb Volf indicó que el Baal Shem Tov estaba en el interior de la casa.

En cuanto el extranjero entró, aún antes de poder hablar, el Baal Shem Tov exclamó: “¡Bienvenido, ministro de España!”.

Sacudido por el hecho de que el Baal Shem Tov supiera quién era sin que se lo dijeran, se quedó inmóvil y en silencio. “Con respecto a su pregunta”, continuó el Baal Shem Tov, “a usted le convendría hablar con mi alumno, el reb Volf. Es el que usted vio afuera acariciando los caballos”.

Después de escuchar la historia de este hombre, el reb Volf explicó: “Es totalmente concebible que este terremoto haya sido decretado desde el principio de los tiempos. Sin embargo, el hecho de que su castigo fuera planeado de tal forma que no ocurriera ni antes ni después del terremoto es claramente un milagro que Di-s ha creado a través de sus diversos mensajeros”.

Satisfecho al fin, el hombre comenzó a vivir abiertamente como judío y seguidor de las enseñanzas del Baal Shem Tov.

Fuente

Adaptado de Otzar Sippurie Chabad, p. 119-120.